Así como revitalizo mi energía física con ejercicio, descanso y alimentos nutritivos, recuerdo recargar las baterías de mi energía espiritual. Tomo tiempo para sentir que la vida divina me alienta. Esa energía de Dios cursa por cada átomo, molécula y célula de mi cuerpo, dándome vida.
Puedo observar esa fuerza de vida en la naturaleza. Al volverme receptivo al mundo a mi alrededor, absorbo la esencia de la vida que circula en todas las formas, abundantes y radiantes, de belleza natural. Esto incrementa mi vibración y energiza mis emociones y pensamientos. Mi corazón se ilumina cuando crece mi conciencia de esa presencia de vida espiritual en mí. Con cada aliento, me siento más tranquilo, más presente en la verdad de que vivo en Dios.