El águila amablemente persuadió con ruegos a
su cría hasta el final del nido.
Su corazón se estremecía con emociones encontradas
al sentir como se resistían a sus codazos insistentes.
¿Por qué la emoción de volar tiene que comenzar
con el miedo a caer?
Pensó.
No había respuesta para esa pregunta clásica.
Como una tradición de la especie,
su nido estaba ubicado en lo alto de una roca escarpada.
Por debajo no había más que aire para soportar
las alas de cada uno de sus hijos.
“¿Es posible que eso esta vez no funcione? .
A pesar de sus temores, el águila sabía que era el momento.
Su misión maternal estaba casi completa.
Sólo quedaba una tarea final . . . . . EL EMPUJON.
El águila tomó coraje de una sabiduría innata.
“Hasta que sus hijos descubrieran sus alas,
sus vidas no tendrían sentido”.
Hasta que aprendieran a volar no serían capaces de entender
el privilegio que era haber nacido águila.
El empujón fue el regalo más grande que les podía dar.
Era su acto de amor supremo.
Y así, uno a uno. . . . . . VOLARON.
El empujón , algunas veces lo necesitamos nosotros.
Algunas veces somos nosotros quienes tenemos que darlo.
Puede ser el regalo más grande que des alguna vez.
Puede cambiar una vida para siempre.
Cuando emprendas algo, no dejes que el temor
al fracaso te impida triunfar y recuerda:
Incluso las águilas necesitan un empujón. . . . . . . . .