Cuenta la leyenda que hace muchísimos años desembarcó la costa de Tenerife, concretamente en la indómita playa de San Marcos, en Icod de los Vinos, un mercader ansioso por adquirir “Sangre de Drago”, muy preciada en la época.
Pero he aquí que al llegar a dicha playa, se fijó en unas jóvenes muchachas que se divertían bañándose en aquella cálida tarde de verano. El mercader, de carácter avaricioso, se propuso poseer a alguna de aquellas bellas guanches y se lanzó a perseguirlas. Logró dar alcance a una y pensó en lo fácil que le había resultado. Pero no reparó ni por un momento en la inteligente mirada de la doncella a quien tenía cautiva.
Entonces ella le ofreció, como muestra de amistad y de admiración , hermosos frutos propios de la isla, frutos que parecían haber nacido en el Jardín de las Hespérides. Tan complacido se sintió el confiado hombre, que se sentó a comer cuanto ante él estaba dispuesto y no prestó la atención debida a la astuta muchacha, que aprovechó para saltar al otro lado de un barranco cercano con la agilidad propia de una gacela.
Se escondió entonces entre los árboles mientras el confuso mercader intentaba adivinar su silueta entre el denso bosque. De pronto apareció ante él un árbol extraño y aterrador que, blandiendo sus ramas como espadas y cuyo tronco serpenteaba amenazadoramente, protegía tras su asombrosa presencia a la indefensa muchacha.
Dicen que entonces el mercader, preso del terror, lanzó un arma afilada que llevaba en la mano, la cual fue a clavarse en el tronco de aquel árbol. Y cuentan que empezó a gotear de la herida producida un líquido rojo y denso que parecía sangre. Ante tal visión el hombre, aturdido, huyó como alma que lleva el diablo y, una vez pudo alcanzar su embarcación, se perdió mar adentro.
El drago canario, Dracoena Draco o Draco Palma Canariensis, es un impresionante árbol de ramas espesas cuyas hojas simulan afiladas espadas. Especia longeva, su fama proviene de su peculiar resina, la cual es densa y del color de la sangre. Venerado ya en tiempos de los romanos, esa llamativa sustancia era considerada benefactora de la salud y por ello era ansiada por todos.
Para los guanches, aborígenes de las Islas Canarias, representaba la manifestación terrenal de un dios protector.
Por otra parte, diversas teorías consideran que eran precisamente las Islas Canarias lo que en épocas antiguas se conocía como el Jardín de las Hespérides, en el que un dragón de 100 cabezas protegía a las Hespérides, las tres hijas de Atlas.
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