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De: NeΪida (Mensaje original) |
Enviado: 25/03/2014 04:42 |
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Capítulo 2
Max abrió la puerta de la suite presidencial y Janine intentó no lanzar una exclamación de sorpresa.
Fantasías era un lugar espectacular y aquella suite era la mejor. Ella había reservado una habitación pequeña, de las menos caras. Desde la de Max se veían el mar y la playa, una playa que se extendía durante kilómetros y kilómetros.
Janine miró a su alrededor y comprobó que había flores por todas partes. Aquella suite tenía incluso chimenea. Seguramente, más para crear ambiente que por necesidad.
Janine se estremeció cuando Max la tomó entre sus brazos.
—Este sitio es precioso —comentó dejando caer la cabeza sobre su pecho.
—Tendremos que conformarnos hasta que tengamos algo mejor —sonrió Max.
—¿Estás seguro de que no eres un ladrón de joyas?
Max se rió.
—Te lo aseguro. Sólo soy un aburrido hombre de negocios.
—Pues te deben de ir bien —murmuró Janine.
—No me van mal —contestó Max dirigiéndose a la barra que había en un extremo del salón.
—Vaya, qué frío de repente —comento Janine refiriéndose al tono distante y a la ausencia de sus brazos.
Max la miró y Janine vio recelo en sus ojos, pero sólo duró unos segundos.
—Lo siento, pero es que no me apetece hablar de… bueno, lo cierto es que no me apetece hablar de nada.
—A mí tampoco —contestó Janine cruzando el salón y sentándose en uno de los taburetes de cuero rojo que adornaban la sala—. Desde luego, a los propietarios de este lugar les encanta el rojo.
—Eso parece —contestó el guapísimo hombre que le estaba sirviendo una copa de vino.
—¿Conoces al propietario?
—¿Perdón?
—Si conoces al propietario —repitió Janine probando el vino, que estaba perfecto, por supuesto.
—Sí, lo conozco.
—Ya me parecía a mí —murmuró Janine.
Dinero llamaba a dinero. Siempre había sido así. John siempre se había movido con la gente rica, como él. Bueno, eso era lo que les había hecho creer a todos, que era rico. En realidad, ni tenía dinero ni la quería.
Max elevó su copa de vino y lo probó. A continuación, la dejó sobre la barra, apoyó ambas manos sobre la superficie de madera y miró a Janine.
—Antes de seguir adelante, creo que deberíamos hablar de lo que ha sucedido en la playa.
Janine se revolvió incómoda. Una cosa era haberlo hecho y otra hablar de ello.
—¿Por qué?
—Porque no hemos puesto medidas anticonceptivas. |
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De: NeΪida |
Enviado: 25/03/2014 04:48 |
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Aquellas sencillas seis palabras hicieron que Janine se quedara helada.
—Ah.
—Sí, ah —sonrió Max dándole otro trago al vino.
—Bueno —suspiró Janine pensando a toda velocidad—. Te aseguro que estoy sana.
—Yo también, pero hay otra cosa en la que debemos pensar.
—Sí —asintió Janine tomando aire—. Bueno, no nos queda más remedio que esperar y ver qué pasa, pero seguro que no pasa nada. Sólo ha sido una vez.
—Me pregunto cuántas veces se habrá utilizado esa frase a lo largo de los siglos — contestó Max enarcando una ceja.
—Desde luego, cuando estás preocupado, pareces mucho más británico que nunca. —Si tú lo dices… En cualquier caso, es cierto, tienes razón. Lo único que podemos hacer es esperar y ver qué pasa.
Janine se sentía como una idiota. No se podía creer que hubiera hecho el amor con un desconocido en la playa y sin protección. Por el amor de Dios. ¿Desde cuándo era tan estúpida?, se preguntó mientras acariciaba el borde de cristal de la copa.
—A menos que quieras que repitamos lo de la playa, por favor, deja de hacer eso —le dijo Max.
—¿Cómo? —pregunto Janine elevando los ojos.
Cuando sus miradas se encontraron, sus preocupaciones se evaporaron. ¿Qué demonios estaba ocurriendo? Jamás se había sentido tan atraída sexualmente por ningún hombre.
Tal vez, porque los hombres con los que había estado antes no eran amantes de primera.
Aquel hombre misterioso sí lo era.
Deliberadamente, siguió acariciando el borde de cristal y vio cómo a Max le brillaban los ojos de deseo, cómo salía de la barra y la tomaba en brazos.
A Janine aquel gesto se le antojó de lo más sexy.
—Ésta vez, lo vamos a hacer bien —declaró Max.
—A mí me ha parecido que lo habíamos hecho muy bien —sonrió Janine.
—Mujer misteriosa, ya verás lo que te espera —sonrió Max encaminándose hacia el dormitorio.
Y, tal y como le había prometido, la segunda vez fue incluso mejor que la primera. Gracias a Dios, tuvieron preservativos a mano y, cuando Janine creía que ya no iba a ser capaz de experimentar más placer, Max le había hecho conocer cotas inimaginables. Jamás se había sentido tan relajada, tan saciada y tan satisfecha.
Cuando los rayos del sol la despertaron, no le importó no estar en su habitación. Max no estaba en la cama a su lado y Janine se preguntó dónde estaría el guapísimo desconocido.
Al tocar las sábanas, comprobó que estaban frías, lo que quería decir que debía de llevar despierto un rato. Janine se puso una bata de seda que encontró sobre la cama, disfrutó de la textura de la tela y salió del dormitorio, entró en el salón y vio a su amante en una
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De: NeΪida |
Enviado: 25/03/2014 04:50 |
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terraza que daba al mar. Estaba sentado, tomando el sol y una taza de café bajo una sombrilla roja y blanca.
Su amante.
Janine disfrutó de la palabra, que se le antojó decadente y sexy. Sí, aquel hombre era su amante y ni siquiera sabía su nombre, lo que resultaba todavía más decadente y sexy. Se había puesto unos pantalones negros y una camisa de manga larga azul oscuro que llevaba arremangada a la altura de los codos. No estaba relajado, parecía un príncipe admirando sus posesiones desde lo alto de su castillo.
Janine salió a la terraza y Max la saludó con una sonrisa. Al instante, le sirvió un café humeante de maravilloso aroma.
—Gracias —contestó Janine—. Te has levantado temprano.
—Sí, todavía tengo el horario de Londres —contestó Max encogiéndose de hombros—. No tenía sueño, pero no quería despertarte.
—Gracias.
—¿Tienes planes para hoy?
«Madre mía, está guapísimo incluso recién levantado», pensó Janine.
—Eh… no —contestó, pensando que lo que más le apetecía era quedarse allí sentada, volver a la cama dentro de un rato y, luego, volver a salir a la terraza a mirar el mar y a mirarlo a él.
En realidad, lo que debía hacer era ir a ver qué tal estaba Caitlyn, que se había llevado un buen disgusto al haber discutido con su jefe.
—Debería ir a hablar con mis amigas para ver qué tal están.
—Muy bien —contestó Max—. Pero quiero verte luego.
No había sido una pregunta, sino una afirmación.
—Me parece buena idea —contestó Janine.
—Perfecto —sonrió Max—. ¿Y cómo te voy a encontrar, mujer misteriosa? No sé tu nombre, no puedo preguntar por ti en recepción.
—Podemos quedar aquí sobre las seis —sugirió Janine—. ¿Qué te parece?
—A las seis me parece fenomenal —contestó Max poniéndose en pie—. Perdóname, pero tengo que ocuparme de unos asuntos. No tengas prisa por irte. Disfruta de la vista, tómate tu café y vete cuando quieras.
—Gracias, así lo haré —contestó Janine mirándolo a los ojos.
Max se inclinó sobre ella, le acarició el pelo y la besó.
—Nos vemos a las seis.
Janine lo observó mientras se iba y se dijo que prefería mirarlo a él que mirar el mar. Sin poder parar de sonreír, pensó que era increíble lo que una noche de sexo maravilloso podía hacer.
Una vez a solas, se arrebujó en la butaca y, mientras se tomaba el café, pensó que no tenía ni idea de lo que estaba haciendo ni hacia dónde iba aquello, pero que le daba igual. Lo único que quería era disfrutar de ello.
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De: NeΪida |
Enviado: 25/03/2014 04:51 |
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Hacía un día maravilloso, estaba sentada en una terraza desde la que tenía una fantástica vista y tenía una cita con un desconocido fabuloso. Fantasías tenía bien puesto el nombre.
Al día siguiente, Max comió con Gabriel Vaughn, el dueño de Fantasías, con quien había quedado en el restaurante de la azotea, que solamente se abría en contadas ocasiones. Una de esas ocasiones era cuando el propietario quería tener una comida privada, por supuesto.
—Os vi a tu amiga y a ti ayer por la noche en el bar —comentó Gabe echándose hacia atrás en su silla.
Max se terminó el café y estiró las piernas.
—Yo también te vi. Gracias por no interrumpir.
—De nada. Estabais demasiado acaramelados como para interrumpiros.
Era cierto. Max recordó la noche anterior. Después de una espectacular sesión de sexo, había llevado a la mujer misteriosa a la discoteca a bailar un poco y, tras un rato viendo cómo se movía su maravilloso cuerpo, había decidido volvérsela a llevar a la suite. Hacía años que no se sentía así. El deseo sexual se había apoderado de él por completo. Incluso en aquellos momentos la deseaba, aunque la había tenido hacía apenas un par de horas.
—¿Quién es? —le preguntó su amigo.
—No tengo ni idea —sonrió Max.
—¿Cómo?
—Nada —contestó Max, que no quería dar explicaciones—. Muchas gracias por la comida, Gabe, ha sido muy amable por tu parte invitarme a comer, pero tengo la sensación de que quieres algo más –le dijo. Gabriel era un hombre que no se tomaba la vida en serio, que siempre parecía relajado, pero Max se había dado cuenta de que en aquella ocasión parecía tenso, algo que no era nada normal en él.
—Sí, tienes razón —admitió—. Ha ocurrido algo que me ha sorprendido.
—Desagradablemente, por lo que veo.
—Más o menos —contestó Gabriel—. En cualquier caso, no era eso de lo que quería hablarte.
—¿Entonces de qué querías hablarme?
—De Elizabeth.
Max exhaló profundamente. Elizabeth Bancroft Striver, su ex mujer, la que había sido el amor de su vida y ahora era una piedra en el zapato.
—Va a venir —continuó Gabe—. Su secretaria ha llamado esta mañana y a hecho una reserva a su nombre.
—Vaya —contestó Max malhumorado.
Era evidente que Elizabeth no había elegido al azar aquel lugar. Lo había hecho porque sabía que él estaba allí
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De: NeΪida |
Enviado: 25/03/2014 04:53 |
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Hacía más de un año que la había sorprendido con su amante y había iniciado inmediatamente el proceso de divorcio, pues no podía soportar las mentiras. Para empeorar las cosas todavía más, se había enterado de que se había casado con él única y exclusivamente por su dinero, pues llevaba con aquel hombre desde mucho antes de conocerlo.
Sin embargo, llevaba unos meses dejándose caer por su despacho una o dos veces por semana, arreglándoselas para «coincidir» cuando salía y llamando por teléfono por las noches para decirle lo mucho que lo echaba de menos.
Max no se creía nada de lo que le decía, pero la conocía bien y sabía que no tenía buen perder. Intentaba hacer creer a los demás que quería reconciliarse con él e incluso había conseguido convencer a su propio padre para que se pusiera de su lado.
Su padre le había dicho que, en cualquier caso, uno nunca debía confiar en una mujer, así que podía casarse con cualquiera siempre y cuando la tuviera bien vigilada. Hablaba así porque quería tener nietos cuanto antes y le parecía que Elizabeth podía ser la madre perfecta para los herederos de la dinastía Striver, ya que su linaje sanguíneo era suficiente como para permitirle el adulterio.
—Supongo que ha sido mi padre quien le habrá dicho que estoy aquí.
—Si quieres, puedo cancelar su reserva —le propuso su amigo.
Max se lo pensó, pero decidió que no merecía la pena. Elizabeth era capaz de presentarse allí sin reserva y montar una escena que podía ensuciar el nombre de Gabe y de Fantasías.
—No, no quiero perjudicarte —contestó Max.
Gabe asintió y se pasó los dedos por el pelo.
—¿Tu padre sigue empeñado en que vuelvas con ella?
—Sí. Por lo menos una vez por semana me dice eso de que mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer.
—Hay mucha gente que piensa así.
—Yo no —contestó Max—. No pienso cometer el mismo error dos veces.
—Yo tampoco —contestó Gabe.
—¿Y cuándo llega?
—Dentro de dos días. ¿Piensas estar por aquí para entonces o prefieres irte?
Max pensó que lo más fácil sería volver a Londres. Así, le arruinaría a Elizabeth los planes que tuviera, pero también sería una huida y él no era ningún cobarde. ¿Por qué demonios iba a tener que irse cuando se lo estaba pasando tan bien?
No, no se iba a ir. Encontraría la manera de pararle los pies a su ex mujer. Debía convencerla de que la reconciliación era imposible.
—Tú nunca has estado casado, ¿verdad? —le preguntó a su amigo.
—No —contestó Gabe algo tenso—. Estuve a punto de hacerlo una vez.
—¿Y qué ocurrió?
—Que ella cambió de parecer —contestó bebiéndose de un trago el vaso de agua que tenía ante él, como si le quemara la garganta
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De: NeΪida |
Enviado: 25/03/2014 04:53 |
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Max se dio cuenta de que a Gabe no le apetecía seguir hablando de aquel tema y se dijo que estaba en su derecho.
—Ojalá a mí me hubiera pasado lo mismo —sonrió—. Por desgracia, no fue así. Aunque Elizabeth venga para acá, no me pienso ir.
—Muy bien dicho.
—No pienso dejar que esa mujer mueva los hilos de mi vida.
—Claro que no. Lo que tienes que hacer es darle la vuelta a la tortilla.
—Sí, pero no sé cómo hacerlo.
—Encontrarás la manera. Eres un tipo listo —sonrió Gabe.
Max tenía dos días para dilucidar cómo desbaratar los planes de su ex mujer. La conocía bien. Elizabeth era una mujer guapa y diabólica que no se dejaba ganar con facilidad. Max sabía que iba a tener que esmerarse si quería librarse para siempre de ella.
A lo mejor, no le resultaría difícil encontrar a otro hombre con mucho dinero que se dejara encandilar, como le había ocurrido a él, por los encantos de Elizabeth.
También podía hacerle creer que quien había encontrado a otra persona era él. Sí, podía hacerle creer que tenía otra relación.
Interesante.
—Max, ¿aquélla de allí no es tu amiga?
Max miró hacia abajo y, junto a la piscina y tumbada sobre una butaca de flores rojas y blancas, vio a su mujer misteriosa. Estaba increíble con su cuerpo bronceado apenas cubierto por un bikini amarillo limón.
En aquel momento, la mujer misteriosa se irguió, miró a la mujer que tenía a su lado y se rió. Aunque la tenía un poco lejos, Max la deseó al instante. Sobre todo, cuando se apoyó en los antebrazos y arqueó la espalda para recibir de manera sensual los rayos del sol.
—Es guapa, ¿verdad?
—Sí —contestó Gabe poniéndose también en pie y apoyándose en la barandilla—. La rubia que está con ella tampoco está mal.
Max se fijó entonces en las dos chicas que acompañaban a su mujer misteriosa.
—No me había fijado en ella.
—¿De verdad? Pues yo sí —contestó Gabe poniéndose serio.
Max se dijo que su amigo estaba un poco raro últimamente, pero no le dio importancia. Se le acababa de ocurrir una idea genial. Por lo visto, la respuesta a todos sus problemas ya estaba en su cama.
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