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2º Serie Dulce Venganza: Capítulo 3
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Respuesta  Mensaje 1 de 7 en el tema 
De: NeΪida  (Mensaje original) Enviado: 26/03/2014 04:09

15

 

Capítulo 3

—¿Te vas a casar? —gritó Janine—. ¿Con Lyon?

—Esto es muy fuerte —murmuró Debbie probando su margarita y estremeciéndose—. Pero si no hace ni siquiera una semana que rompiste tu otro compromiso.

Janine no se lo podía creer. Caitlyn se había puesto muy triste cuando Lyon se había ido de la isla hacía unos días y, ahora que había vuelto, parecía la mujer más feliz del mundo de nuevo.

—Ya lo sé —sonrió su amiga—. Que Peter suspendiera la boda fue lo mejor del mundo. Creo que incluso lo supe en el mismo instante en el que me lo dijo —contestó levantando su martini sin dejar de sonreír—. Le voy a tener que dar las gracias cuando volvamos.

—Entonces, ¿te vas? —preguntó Janine con tristeza.

El ex novio de Debbie había resultado ser bígamo, el ex prometido de Caitlyn había suspendido la boda asegurando que Caitlyn estaba enamorada de su jefe, lo que había resultado ser cierto, y el ex de Janine… bueno, aquél era de lo que no había.

Ni siquiera sus mejores amigas sabían la historia completa. John Prentiss no solamente había desaparecido tres días antes de la boda sino que, además, le había robado casi todo su dinero.

—Mañana nos vamos de aquí a Portugal para pasar un par de semanas —anunció

Caitlyn.

—Ah —suspiró Janine—. Ése es el viaje de trabajo al que le habías dicho que no le ibas a acompañar.

—Efectivamente —sonrió Caitlyn—. Ahora las cosas han cambiado. Vamos a ir a Portugal para hacernos cargo del negocio que tiene allí, volveremos aquí para pasar una semana y, cuando volvamos a casa, nos casaremos.

—Tu madre se va a poner muy contenta porque podrá ser madrina de todas maneras — sonrió Debbie.

—Sí, la tengo que llamar esta noche para decírselo, porque nos queremos casar cuanto antes.

—Increíble —comentó Janine—. Jamás hubiera dicho que Lyon pudiera ser tan romántico.

—No os podéis imaginar lo feliz que soy, chicas —comentó Caitlyn con ojos llorosos. —No te pongas a llorar, que Lyon se va a creer que hemos intentado convencerte para que no te cases con él —le dijo Janine pasándole una servilleta de papel.

Caitlyn se rió.

—Venir aquí ha sido la mejor idea que has tenido en tu vida, Janine.

—Lo mismo digo —añadió Debbie terminándose la margarita—. Nunca había descansado tanto.

—Sí, yo también me lo estoy pasando muy bien —contestó Janine echándose hacia atrás en la tumbona.

Lo cierto era que, al principio, le había preocupado, porque aquel lugar era carísimo. Las tres habían decidido pagarlo con lo que habían ahorrado para las bodas que jamás habían tenido lugar, pero la diferencia era que sus amigas no estaban arruinadas y ella sí.



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Respuesta  Mensaje 2 de 7 en el tema 
De: NeΪida Enviado: 26/03/2014 04:11

16

 

Por supuesto, tenía su ático en Long Beach, en California, pero se había metido en un buen lío porque, siguiendo el consejo de John, lo había hipotecado para conseguir dinero para sus «inversiones».

Ahora sabía que lo único que había hecho había sido invertir en sí mismo.

Janine se dijo que, aunque corría el riesgo de perder su casa, seguía teniendo su trabajo, un trabajo que le gustaba mucho, en una floristería de mucho prestigio situada en el exclusivo barrio de Naples.

Además, tenía la esperanza de que la policía encontrara a John Prentiss y pudiera recuperar su dinero.

Janine se terminó su cóctel y decidió apartar de su mente al hombre que la había engañado y concentrarse en el hombre que estaba haciendo de su vida sexual todo un placer.

Si no hubiera ido a Fantasías, no habría conocido a su hombre misterioso y no habría sabido nunca lo que se podía sentir en manos de un amante experimentado.

Así que aquellas vacaciones bien valían lo que estaba pagando por ellas.

—Sugiero que, ya que Cait se va mañana, nos vayamos al spa y nos hagamos un completo. Masaje, manicura, pedicura y facial —comentó Debbie.

Cait sonrió de nuevo.

—Me parece una idea genial —contestó Janine pensando en que ella había quedado con su hombre misterioso aquella tarde y también le iría bien lo que proponía su amiga.

—Qué bien hueles —dijo Max inclinándose sobre su pecho, tomando uno de sus pezones en la boca y lamiéndolo.

Janine se arqueó contra él.

—Supongo que será la crema hidratante —murmuró—. Claro que también podría ser el aceite del masaje o los restos del envoltorio de algas.

Max sonrió y prosiguió con lo que estaba haciendo. Janine le puso las manos en la nuca y lo apretó contra sus senos, rogándole en silencio que no parara. Por Max, no había ningún problema, pues estaba completamente concentrado en lo que estaba haciendo. Era un hombre de mente clara y gran poder de concentración y, en aquellos momentos, el foco de su atención estaba puesto en explorar cada milímetro del increíble cuerpo que tenía ante sí.

Aquella mujer era un festín de curvas voluptuosas y músculos tonificados. En aquel momento, Janine lo abrazó de la cintura con las piernas y lo urgió en silencio a entrar en su cuerpo, algo que a Max le encantaba hacer y que estaba más que dispuesto a realizar siempre que se presentara la oportunidad.

Conocer a aquella mujer había sido un regalo.

En muchos sentidos.

Lo sabía todo de ella. Sabía quién era, dónde vivía y cómo vivía y sabía también que, si jugaba bien sus cartas, sería la mujer que lo ayudaría a deshacerse de Elizabeth.


Respuesta  Mensaje 3 de 7 en el tema 
De: NeΪida Enviado: 26/03/2014 04:12

17

 

Max levantó la cabeza, se miró en los ojos de Janine y sonrió. En aquel momento, sólo existía aquella mujer, completamente insaciable.

No tenía absolutamente nada que ver con la fría y distante Elizabeth con la que se había casado, que había aceptado que le hiciera el amor como una tarea más del matrimonio, una tarea que había llevado a cabo con eficiencia, era cierto, pero no con deseo. Sin embargo, Janine era completamente diferente. Aquella mujer se abría a él y sabía dar y recibir.

—¿En qué piensas? —le preguntó inhalando repentinamente cuando Max introdujo dos dedos en su cuerpo.

Estaba tan excitado que le costaba no penetrarla, pero quería esperar mirándola a los ojos mientras llegaba al orgasmo. Entonces, la penetraría.

—Estaba pensando que una mujer como tú es un regalo para un hombre.

Janine sonrió, dejó caer la cabeza de nuevo sobre las almohadas y gimió. Max le acarició el clítoris con la yema del dedo pulgar mientras metía y sacaba los otros dos dedos de su cuerpo a un ritmo que sabía que la conduciría al orgasmo.

—Te quiero dentro –murmuró Janine mojándose los labios—. Te quiero dentro. —Espera un poco —contestó Max besándola en el cuello—. Espera un poco. Primero, quiero ver cómo llegas al orgasmo.

Janine sonrió y le acarició la mejilla. Max giró la cabeza y depositó un beso en la palma de su mano.

Se moría por sentirse dentro de ella, por sentir sus músculos vaginales alrededor de su erección, pero primero…

Janine tomó aire y abrió los ojos. Entonces, Max vio sorpresa y pasión en ellos. Era como si su cuerpo, aunque supiera lo que no iba a tardar en llegar, se sorprendiera cuando llegaba.

Janine se agarró a sus hombros y Max sintió sus uñas en la piel cuando la primera oleada se apoderó de ella. La oyó gritar, percibió cómo arqueaba las caderas y la espalda y no paró de mirarla a los ojos mientras una oleada de placer tras otra sacudía su cuerpo.

Y, cuando la última oleada se fue, Max entró en su cuerpo y Janine le dio la bienvenida abrazándolo con las piernas y con los brazos, como si abrazarse a él fuera lo que la mantuviera centrada.

Max comenzó a moverse rápidamente, impaciente por sentir lo que Janine acababa de experimentar, impaciente por llegar al precipicio y unirse a ella en aquel mundo de deseo y saciedad.

Max sentía las manos de Janine subiendo y bajando por su espalda, lo que no hacía sino añadir más placer a las sensaciones del momento. Cuando alcanzó el clímax, la penetró una última vez y se dejó ir. Janine dejó caer los brazos sobre el colchón. Se sentía completamente saciada pero, aun así, sabía que, en cuanto se hubiera recuperado un poco, volvería a desearlo.

Jamás había experimentado sesiones de sexo como aquellas. Jamás había sospechado que pudiera abandonarse por completo de aquella manera. Aquel hombre sacaba de ella algo que ni ella misma siquiera conocía y le estaba agradecida por ello.


Respuesta  Mensaje 4 de 7 en el tema 
De: NeΪida Enviado: 26/03/2014 04:13

18

 

Mientras Max se tumbaba boca arriba, Janine recorrió con la mirada la habitación. Había una lámpara en un rincón que irradiaba una luz tenue, la brisa del mar mecía las cortinas blancas que colgaban de los ventanales, se oía la música clásica que llegaba desde el salón y había flores frescas por todas partes. Era perfecto.

Todo era perfecto, el lugar y el hombre. Janine sonrió encantada.

—Quiero más —dijo Max tumbado a su lado.

Janine se rió y lo miró.

—Yo también.

Max se tumbó de lado, se acodó y la miró.

—Creo que deberíamos decirnos cómo nos llamamos.

—¿Ah, sí?

Lo cierto era que Janine quería, por una parte, conocer su nombre para poder llamarlo de alguna manera, pero también temía que, al intercambiarse los nombres, se rompiera la magia.

—Me llamo Max, Max Striver.

Janine lo observó y saboreó su nombre. Le pareció que era un nombre corto y rotundo que le iba muy bien.

No, la magia no se había roto.

—Yo me llamo Janine Shaker.

—Ya lo sé —contestó Max acariciándole la mejilla.

—¿Cómo? ¿Lo sabes?

—Sí, no ha sido muy difícil averiguarlo.

Ahora sí que la magia se estaba rompiendo, se estaba disolviendo como un azucarillo en agua caliente. Habían hecho un trato. Habían prometido mantener sus nombres en secreto.

—Has hecho trampa.

—No, sólo cambié una norma —contestó Max encogiéndose de hombros.

—Qué bonito.

Qué curioso cómo se podía evaporar la sensación de bienestar. Debería haber recordado que a los hombres ricos les gustaba hacer las cosas como les daba la gana. Incluso a los pseudoricos como John Prentiss, que había reescrito las normas siempre que le habían favorecido y ella nunca se había percatado.

No estaba dispuesta a que le sucediera lo mismo de nuevo.

Janine se incorporó y buscó su ropa. Se habían desnudado a tanta velocidad que estaba esparcida por todo el suelo.

—¿Qué haces?

Vio sus braguitas de encaje blancas colgando del brazo de una silla y comenzó a ponérselas.

—¿A ti qué te parece?

—No sé —contestó Max alargando el brazo en busca de su bata—, parece que te estás vistiendo.


Respuesta  Mensaje 5 de 7 en el tema 
De: NeΪida Enviado: 26/03/2014 04:13

19

 

—Bingo —murmuró Janine buscando el vestido verde que se había puesto para cenar—.

¿Dónde demonios está mi vestido?

—Creo que se ha quedado en el salón —contestó Max.

Janine lo miró de reojo con desprecio y se dirigió a la estancia contigua. Mientras lo hacía, ni siquiera se percató de la música romántica, de las tenues luces ni de la mesa preparada en la terraza con champán para dos.

Max la siguió.

—¿Por qué te enfadas? Yo también te he dicho mi nombre —le dijo en tono conciliador. A Janine le entraron ganas de darle un puntapié, pero primero quería encontrar los zapatos. Sí, con los zapatos de punta que se había puesto aquella noche le dolería mucho más.

—Ya.

Estaba realmente molesta. Max había cambiado las normas y había averiguado su nombre cuando habían acordado permanecer en el anonimato. ¿Por qué lo habría hecho?

Janine vio su vestido, se acercó a él y se lo puso.

—¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué has tenido que estropearlo todo? —le espetó. —No entiendo por qué te enfadas tanto —comentó Max en tono razonable—. ¿Acaso no me has dicho tú tu nombre hace un momento?

—Sí, pero porque yo así lo he elegido —contestó Janine intentando subirse la cremallera.

—Estás exagerando —comentó Max acercándose y subiéndole la cremallera.

Al sentir sus dedos en la espalda, Janine volvió a desearlo. Aquello no era justo. Janine se apartó y continuó su búsqueda. Sólo le quedaban los zapatos y el bolso.

—No, no estoy exagerando. Teníamos un acuerdo. Yo no he hecho ninguna pesquisa para averiguar quién eres.

—Te lo acabo de decir.

—Claro, cuando tú ya sabías quién era yo —le espetó enfadada.

Janine sabía que, en realidad, estaba exagerando, pero lo cierto era que le estaba gustando permanecer en el anonimato, se le antojaba de lo más sexy aquel misterio maravilloso y Max había estropeado todo con sus mentiras.

Y ella estaba harta de las mentiras de los hombres.

—Si estás buscando tus zapatos, los tengo aquí —dijo Max a sus espaldas.

—Dámelos —le exigió Janine.

—Espera un momento —le dijo elevando el brazo para que no llegara—. Sólo quiero que hablemos un momento.

—Se acabó el hablar. Quiero mis zapatos inmediatamente.

Max sonrió y Janine se maldijo a sí misma por desearlo tanto.

—Está bien, habla —le dijo cruzándose de brazos.

—Creo que éste es un buen momento para tomarnos una copa de champán —propuso Max sin dejarse impactar por su enfado.

—No me apetece champán.

—Pero a mí sí y tengo tus zapatos. —¿Qué tienes, doce años?


Respuesta  Mensaje 6 de 7 en el tema 
De: NeΪida Enviado: 26/03/2014 04:14

20

 

—Si tuviera esa edad, te habrías metido en un buen lío por hacer lo que has hecho hace un rato conmigo.

Janine tomó aire y lo siguió a la terraza. Una vez fuera, percibió la brisa marina.

—Por favor, dame mis zapatos —le exigió apretando los dientes.

—Espera un momento —contestó Max—. Siéntate y tómate una copa de champán conmigo. Dame la oportunidad de que te explique lo que ha sucedido y luego, si quieres, te vas.

—Gracias, alteza —se burló Janine sentándose muy enfadada.

Max sonrió mientras abría la botella de champán y servía dos copas.

—Me lo paso muy bien contigo —comentó Max.

—Qué bien —contestó Janine cruzándose de brazos y dando un buen trago al champán, dejando que las burbujas resbalaran por su garganta.

—Deja que te explique —insistió Max sentándose frente a ella—. Quiero hacerte una propuesta.

—Si te escucho, ¿me devolverás los zapatos? —contestó Janine.

—Por supuesto —afirmó Max—. Como te he dicho, me ha sido muy fácil averiguar quién eres.

—Enhorabuena, estarás contento.

—Lo cierto es que, una vez tuve tu nombre, no me fue difícil averiguar… todo lo demás.

—¿A qué te refieres?

—A tu prometido, a ese hombre que te ha robado y te ha dejado, por decirlo de alguna manera, en una situación desesperada.

Janine se terminó la copa de champán de un trago, la dejó sobre la mesa de cristal y se puso de pie lentamente. Hacía unos segundos estaba que bullía de calor por el enfado, pero ahora se había quedado completamente fría. Fría hasta los huesos. Había tenido que pasar por la humillación de que John Prentiss hiciera con ella lo que había querido y ahora iba a tener que soportar que otro hombre le recordara sus errores.

—¿Sabes lo que te digo? Me importan un pimiento los zapatos. Te los puedes quedar. Dicho aquello, se giró para irse, pero Max se movió con rapidez y se lo impidió, agarrándola del brazo con fuerza.

—Has dicho que me ibas escuchar y no he terminado.

—He cambiado las normas —se burló Janine.

—Escúchame —sonrió Max—. Quiero hacerte una oferta, una oferta que podría solucionar tus problemas económicos.

Janine lo miró a los ojos. No se podía creer lo que estaba oyendo. Claro que, por otra parte, tampoco había por qué sorprenderse tanto. Se había acostado con él la misma noche que lo había conocido y llevaba acostándose con él todos los días varias veces desde entonces sin ni siquiera preguntarle cómo se llamaba. Era normal que Max creyera que era fácil en todos los sentidos y no era de extrañar que creyera que quisiera ser su mantenida.


Respuesta  Mensaje 7 de 7 en el tema 
De: NeΪida Enviado: 26/03/2014 04:15

21

 

Seguramente, estaría acostumbrado a comprar y vender a la gente con sólo chasquear los dedos y, ahora que sabía que efectivamente tenía problemas económicos, había dilucidado que iba a ser fácil seguir acostándose con ella.

Aquello le dolió.

—No me lo puedo creer.

—¿Qué? Pero si todavía no te he dicho cuál es mi oferta.

—No hace falta que me lo digas —contestó Janine zafándose de su mano—. Sé perfectamente lo que me vas a proponer.

—¿Ah, sí? Fascinante. ¿Por qué no me lo explicas?

—Me vas a pedir que me convierta en tu mantenida —contestó Janine—. De verdad, todos los ricos sois iguales. Os creéis que podéis conseguir todo lo que queréis. ¿Qué tienes pensado? ¿Instalarme en un precioso pisito en algún sitio e irme a ver un par de veces por semana?

—Qué interesante eso que me cuentas, pero no, no era eso —contestó Max negando con la cabeza—. Espero que algún día compartas conmigo cuáles son tus razones para odiar a los hombres con dinero. Seguro que también son fascinantes. En cualquier caso, ya te digo que no era eso lo que te quería proponer.

Janine lo miró confusa.

—Entonces, ¿cuál es tu propuesta?

—Mi propuesta es que te quiero contratar para que seas mi esposa.



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