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General: FIDEL ....COMO LOS CEDROS !
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: Ruben1919  (Mensaje original) Enviado: 18/08/2014 10:48

FIDEL CASTRO RUZ
Como los cedros

 Perdurará todo el cedro,
 sus raíces, su tronco, ramas y hojas
 su olor, su sombra y su voz.
 Perdurará todo el tiempo
 de los cedros.

13  de agosto de 2014

Aún permanecían en vela los rumores de la manigua y estaba por agotarse la luz de los candiles cuando a las dos en punto de la madrugada del 13 de agosto de 1926 nació  Fidel Alejandro Castro Ruz, un niño vigoroso de doce libras de peso, que ensanchó sus pulmones a la primera bocanada del aire de los pinares y se dispuso a sus días con la misma vehemencia de vida, pasión de hacer, y exhuberancia natural que lo rodearon cuando los haitianitos del batey se apresuraron en la maleza por hojas de yagruma y verbena con que enjuagarlo para la tersura de la piel y los buenos augurios.

Memoria

El niño no rebasaba el borde superior de la baranda del corredor. Al asomar la mirada por entre las tablas en cruz distinguió al vaquero y reparó en sus esfuerzos al arrastrar a duras penas a Ballena, una vaca color “Verduga” que se resistía a andar con todo el peso de su portentoso vientre y la paciencia de su estampa amenazante.

[…]

(…) A Fidel nunca lo asustaron el cantar de los gallos, el ronroneo de los puercos, el mugir de las vacas, el relinchar de los caballos, ni los ladridos de los perros. Para él eran sonidos familiares, cercanos. Pasaba las horas mirando en derredor, como si con los ojos pudiera descubrir el secreto de todas las cosas, con una avidez de conocimiento natural y paciente, y una insistencia pertinaz para saber sobre cualesquiera de los misterios del mundo.


Con un año y ocho meses de edad, en abril de 1928 en Birán.


Detrás de las mamparas de la sala y transponiendo el umbral, la casa se descubría espaciosa y fresca, con los portones y los ventanas abiertos al paisaje de la finca. Fidel la recorría hasta la cocina para pedir agua de la nevera de madera, donde conservaban el hielo transportado desde Marcané, el batey del ingenio, a unos cuatro kilómetros de allí, propiedad de la Altamira Sugar Company. Le llamaban extraordinariamente la atención el frío de aquellas piedras blancas y el aparato singular para conservarlas. (…).

El niño husmeaba por los rumbos de la alacena donde ponían a refrescar, bajo una tela metálica, el pan de harina de castilla, los pasteles, la natilla con canela o el dulce de lecha, cocidos a fuego lento. (…).

[…]

Fidel no tenía ya la estampa de la primera fotografía de su vida: De pie sobre una silla de mimbre, con melena de rizos, la cara redonda y los ojos pequeñísimos, apoyaba un brazo en el espaldar de la silla, vestido con un traje oscuro de cuello y puños claros, zapatos de cordones y medias blancas. Una de sus piernas descansaba y la otra permanecía firme. (…).

Las imágenes fotográficas de 1929 captaban a Fidel como un niño fuerte, el pelo corto peinado al lado y embadurnado de gomina. La camisa blanca de cuello redondo, por encima del traje de mangas largas, y el pantalón corto, almidonado. Arqueaba la ceja izquierda y observaba como una maravilla la ceremonia y los mecanismos de aquella caja de fuelles,  un acordeón, detrás de la cual, se asomaba a ratos el fotógrafo. Sostenía un cuaderno o un libro y llevaba una flor en el ojal del traje.


A los tres años, en su casa de Birán.

Los tiempos de la cuna de hierro habían quedado atrás. Cumplidos los cuatro años, situaron su pequeña cama a los pies de la padre, donde llagaba la frágil claridad de las velas o de la lámpara de gas, encendida hasta altas horas de noche, mientras el viejo leía libros voluminosos o periódicos atrasados, que abandonaba a su suerte en la mesa de noche, en cuanto comenzaban a cerrársele los ojos. (…).

[…]

El 8 de junio de 1929, Fidel sin cumplir los tres años, miró con asombro las fotografías en las paredes, las estampas religiosas y las velas encendidas del funeral. No sabía qué significaba toda aquella tragedia, el llanto y la tristeza en la casa de los abuelos y los tíos, junto al cañaveral, adonde llegaron, después de caminar largo rato, por el vereda estrella, monótona e infinita.

No imaginaba la muerte en aquellos momentos de pana, lágrimas y olor marchito de azucenas en agua. Nadie se molestó en explicarle, se invocaba a Dios y se creía en malos presagios y en santos. Los niños no sabían nada, nadie conversaba con ellos. Aprendían de a vida por intuición y experiencia.

[…]

La fecha en la pizarra indicaba el mes de septiembre de 1930. Fidel asistía a la Escuela Rural Mixta No. 15 de Birán y sus ojos revelaban la íntima sensación de sorpresa, de fascinación ante la posibilidad de aprender. Ocupaba un puesto en la primera fila de los pupitres de hierro y madera con apariencia de ola. El espaldar de uno, servía al de atrás como sostén de la paleta y sólo el primer carecía de esa especie de repisa volada donde apoyarse parea escribir. Como se trataba de un aula multigrado, prestaba atención a todos los asuntos con independencia del nivel y la edad al que iban dirigidos, su memoria registraba de modo apresurado e indeleble los nuevos conocimientos.

[…]

Al atardecer iban todos a bañarse al cauce estrello y poco profundo del río Manacas, en una charca de piedras pulidas casi a flor de agua. (…).


Junto a sus hermanos Ángela y Ramón.

Era una cuadrilla bullanguera y feliz, enrolada en aventuras complicidades. No importaba que uno fueran hijos del hacendado y otros de los trabajadores, ni si eran blancos, mestizos o negros. Se desenvolvían con una libertad que respiraban a sus anchas, en una vivencia pródiga en aires puros. Eran amigos y no había distinciones ni racismo.

[…]

Engracia, su primera maestra, poseía modales finos y ternura inacabable. Era una muchacha muy joven y cariñosa con los alumnos. Fidel se enamoró de ella con el amor candoroso e ingenuo de la infancia; se comportaba bien, permanecía tranquilo, casi alelado, sin perder una palabra, ni una sola historia o anécdota, atento a clases. (…).

Quizás porque aún era pequeño, Fidel asentía allí la impaciencia u excitación propios de sus cuatro o cinco años y como no le gustaba Eufrasita*, porque los castigaba, poniéndolos de rodilla o los hacía permanecer de pie contra una esquina,  se rebelaba, soltaba una sarta de malas palabras aprendidas con los haitianos y los vaqueros y escapaba por la ventana del fondo o por el corredor. Saltaba por la baranda y ¡adiós reglazo de castigo! Un día no le sonrió la suerte y cayó sobre una pequeña caja de madera y se clavó una puntilla en la lengua, la misma lengua con la que antes había pronunciado un amplio repertorio de insultos. Suspendió la escapada y se fue directo a casa. Lina no lo consoló.

-Dios de castigó.

Y él lo dio por seguro. Dios era un señor que miraba desde allá arriba y decidía los destinos, el paraíso o el infierno, también para los niños.

Aunque asistía a clases desde antes, el 5 de enero de 1932 lo inscribieron por primera vez y con carácter oficial en la pequeña escuela, donde aprendió os números y las letras y comenzó a leer casi sin darse cuenta. Transcurría el segundo período del año escolar. (…) El 28 de abril del propio 1932 inició el tercer período del año escolar (…).

Si la clase no era interesante su vista recorría los trajines del batey, más allá de las ventanas y el portón. Sus pensamientos se perdían por el rumbo de la valla de gallos, donde los hombres rociaban de alcohol a sus ejemplares, para reanimarlos en medio de la pelea. En ese instante, imaginó el revuelo colorido de las y crestas y la exaltación del público ante cada picotazo, a cada salto de ataque. En sus meditaciones llegó hasta el comercio en el Camino a Cuba, desde donde siempre se escuchaban las pulsaciones del telegrafista Varelo sobre los tipos de la máquina de escribir Underwood o las sonoridades indescifrables del telégrafo que unos años más tarde atendería con esmero tenaz Pedro Botello Pérez.


Fidel en Santiago de Cuba en 1940.

Otras veces recordaba ensimismado las emociones vividas en casa, cuando el nacimiento de Raúl Modesto, que evocaría con sentimientos de angustia y felicidad. En su imaginación Fidel volvía a vivir aquel día 3 de junio de 1931, cuando don Ángel aquietaba su alarma dándole vueltas entre las manos al sombrero. Ya había aclarado y aún Lina no había dado a luz. (…).

Fidel, sin comprender la dimensión de lo que ocurría, permanecía expectante en el corredor y tal vez junto a él, Ramón y Angelita. A la una en punto de la tarde, escucharon el llanto del recién nacido.
Isidra dio la buena noticia con una sonrisa amplia, en la que Fidel adivinó la alegría: “Ambos estaban a salvo.” En el aula, el alumno sonrió y de repente, escuchó una voz de trueno. “Atienda de una buena vez, le estoy hablando a usted”, vociferaba la profesora intempestiva. Eufrasita interrumpió sus “regresos”. Lo reprendió por estar en los celajes o en sabe Dios qué mundos y habló insistente de los estudios en Santiago de Cuba, donde consideraba mayores las posibilidades para su desenvolvimiento, donde tendrá que aprender de veras a escuchar a sus profesores, donde no podrá darse el lujo de tantos ensimismamientos.

El 3 de junio de 1932, el mismo día en que Raúl, su hermano más pequeño cumplía un año de nacido, Fidel concluyó sus estudios de primer grado en la Escuela Rural Mixta No. 15. Para entonces, cantaba con gesto severo y solemne el Himno Nacional, entonaba las estrofas de un modo palpitante, conmovido. También recitaba algunos versos del Apóstol José Martí, y su declamación tenía la exactitud de los relojes y la emoción de los sinceros.

[…]

En diciembre (1933), tras los festejos de las Navidades, Angelita y Fidel emprendieron el viaje. Al llegar las luces eléctricas, los arcos de madera y el bullicio de la Estación de ferrocarriles de Santiago suscitaron en el más pequeño un deslumbramiento absorto y callado. Sus ojos se perdían en las paredes altas y la luminosidad de las bombillas y pensaba en la lejanía de Birán y de los amigos.
Sentía añoranza de los árboles, y la luna, de la libertad de jugar, correr y galopar, de  la compañía de los monteros, los campesinos y los haitianos, de la frescura de los aguaceros copiosos, del sol intenso de los mediodías y de la vegetación tupida al alcance de la vista y las manos. Él aún no podía nombrar esos sentimientos, no conseguía explicar lo que le ocurría, no tenía palabras suficientes para tal confusión.

La primera noche en Santiago, en casa de una prima de la maestra Feliz, a la que todo el mundo llamaba Cosita de un modo paradójico porque su anatomía gruesa y alta, le parecía a Fidel una presencia descomunal, se orinó en la cama, quizás debido al nerviosismo o la agitación por el viaje, o al hecho de que sentía una profunda tristeza tan lejos y entre personas extrañas. Esa noche, su hermana Angelita estuvo a su lado, se ocupó junto a Belén recambiarle las sábanas, arroparlo y darle un beso para tranquilizarlo, pero ya no había remedio, él no lograba conciliar el sueño y aún con los ojos cerrados, en aparente sueño, se sentía infeliz, confundido y solo.

Las horas transcurrían aburridas, desoladas, en medio de una aflicción que lo espantaba y pesaba en el ánimo, lo fatigaba y adormecía, para después desvelarlo sin remedio. En ciertas ocasiones, alcanzó a consolarlo Esmérida, una guajirita que los había acompañado para hacer labores domésticas y que no comprendía tampoco las razones de lo que estaba sucediendo.

El niño sentía profunda su soledad, lo embargaba una sensación de desampara uy de inseguridades y una zozobra pertinaz en el alma. Durante las noches, esa desasosiego se tornaba aún más agobiante. Al irse a la cama, preguntaba insistentemente por sus padres y siempre le respondían lo mismo: “Están lejos”.
Reaferraba a la compañía de su hermana mayor,  sin saber todavía las vicisitudes, los pesares y la incomprensión que sobrevendrían, como un cambio brusco, triste y abrumador en sus vidas.

[…]

El fin de año, siempre motivo de regocijo, no lo fue para ellos, ni para Angelita ni para Fidel,  sobre todo para él, que era tres años más pequeño y lo hallaba motivos de celebración; lejos de Birán y rodeado de personas ajenas, echaban de menos en refugio cálido de la casa, y el cariño dedicado de los padres: Fidel ansiaba escuchar la voz de Lina y sentir la mano del viejo palpándole la cabeza y alisándole el pelo en un arrullo tierno y discreto.

* Era la segunda maestra


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