SANTIAGO DE CUBA.— Le conocen la bahía y los rojos tejados del Tivolí, el parque Céspedes, el Moncada y la Gran Piedra. El bolero, el son, la conga: la música oriental y los afamados carnavales santiagueros, le deben el ímpetu de quien los defendió desde su fina sensibilidad de artista.
La historia que se acuna en este lado cubano encontró en él al testigo testimoniante de sus mejores pasajes y sus hijos caídos, el más devoto guardián de su memoria.
Cada piedra, cada obelisco, cada pedestal de héroe de esta cálida tierra supo de sus cuidados, como la persona de detalles que era. Recordada es su constante preocupación por los monumentos a los mártires del Moncada, en la carretera de Siboney, por el estado de los combatientes y madres de mártires.
Las invictas montañas del III Frente Oriental Mario Muñoz Monroy, que lo vieron erguirse Comandante, guerrillero del coraje y la justicia, aún guardan la poesía de sus pasos, la melodía de su música y se respira el cariño que sembró con el fusil al brazo o tocando el corazón de su pueblo.
«Con el Comandante me hice hombre…», suelen decir hombres y mujeres de pueblo, gente sencilla, lo mismo de la serranía que de la ciudad, a los que se les humedecen los ojos mientras lo evocan, quizá porque les enseñó desde la estatura, ganada con coraje, de uno de los íconos de la épica resistencia de la Patria, que es posible llegar a la gloria sin olvidar los orígenes, sin traicionar una condición dada por sólidos principios: sensible y cordial, leal y franco.
Quienes tuvieron el privilegio de acompañarlo en las disímiles y complicadas tareas que asumió aquí como Delegado del Buró Político en la antigua provincia de Oriente, no olvidan que les legó un estilo de dirección basado en el ejemplo, el rigor, el humanismo y el contacto directo con la gente, que ha marcado pautas y hasta hoy es paradigma para quien intente conducir con certeza a los habitantes de esta región.
Nació en La Habana, pero era santiaguero, pues así lo sintió y declaró muchas veces. Se decía hijo de este terruño, amante enamorado de la familia Maceo-Grajales, constantemente preocupado por la situación de cada barrio —los que recorría regularmente—, por el problema del agua o porque una orquesta emblemática del territorio, como la Chepín-Chovén, no se desintegrara.
Dirigió aquí con el carisma del jefe que no admitía chapucerías; luchaba contra los errores, no contra los hombres y enseñaba a ser exigente, puntual, concreto, justo…
En el fragor de días difíciles demostró que en medio de disímiles responsabilidades es posible encontrar tiempo para caminar por las calles, cantar o polemizar en un parque y hasta una que otra noche recostarse en los bajos del hotel Casa Granda a mirar el corazón de la ciudad.
En el Santiago que hizo suyo dejó su impronta, hecha canción, a la manera de aquel tema con el que reciprocó el cariño de un pueblo, en 1976: A Santiago. Tu Santiago, mi Santiago… pero también de maneras bien tangibles, como ayudar a la creación de los Estudios Siboney, de la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales (Egrem), en 1980, que por cierto tuvo su debut con un sencillo que tenía por una cara a La Lupe y por la otra A Santiago, ambas de su autoría.
Almeida siempre se enorgulleció de su hermandad y lealtad a Fidel y Raúl. Foto: Archivo.
Fue un defensor de la unidad como raíz de la libertad y la independencia; y como portador de una fidelidad sin límites protegía la autoridad de Fidel y Raúl como la niña de sus ojos. «Eres el primero en Santiago», cuentan que le dijo en pleno parque Céspedes un amigo de acá, pero el ripostó de inmediato: «No, soy el tres, el primero es Fidel y el segundo, Raúl».
Quien haya compartido ese himno al sentimiento más universal que es La Lupe, lanzado un piropo a una mujer que quiere que la miren o leído algunos de sus libros —que abundan en el pasado histórico de los cubanos—, comprenderá la explicación que él mismo dio a un diplomático extranjero: »aunque hice la guerra, compongo canciones de amor…« y sabrá de su especial sensibilidad humana y artística, evidencia imperecedera de que en él latía el corazón de un poeta que nunca dejó de soñar con la belleza.
Artista de vocación, mecenas de su tiempo, como legado cultural, al decir de muchos de sus amigos intelectuales, nos dejó también su cortesía, y su apoyo al desarrollo del buen arte oriental.
Más allá de las numerosas medallas y condecoraciones que reconocieron su andar, su pecho de poeta y combatiente pertenece hasta hoy a los hombres y mujeres humildes de Santiago de Cuba en los que supo calar.
Por eso, a un lustro de su deceso, como eterno Comandante de alma y raíz rebelde, Juan Almeida Bosque sigue teniendo un lugar especial en el corazón de los santiagueros y toda la autoridad, para desde aquí seguir convocando a enfrentar el mañana, tal vez desde aquel pensamiento de Antonio Maceo que tuvo entre sus máximas: «Quiero tener la gloria de haber contribuido al bien e independencia de Cuba, y llevar, con orgullo, el título de buen ciudadano, que da brillo y grandeza cuando se obtiene sin mancha». De paso, puede que pida que le demos un traguito y hasta exija que dejemos a esa mujer que baile sola…
Homenaje musical a Almeida
Con la velada homenaje Así te recordamos, Comandante, los Estudios Siboney, de la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales (Egrem), recordaron la víspera a su fundador e impulsor, el Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, en el quinto aniversario de su deceso.
Entre flores, sus temas antológicos y el tributo emocionado de los trabajadores del Sello Siboney —donde todavía palpita la huella del Héroe—, al que se sumó también la comunidad, transcurrió la velada que contó con las actuaciones del Orfeón Santiago, Esperancita Ibis, Grisel Gómez, Gabino Jardines y Los Guanches, entre otros.
Como un momento especial del espectáculo, que contó con la conducción de Leticia Rodríguez y la dirección artística de Eliades Quesada, fue estrenado el videoclip del tema Reencuentro con el Turquino, compuesto por Roberto Valdés, materializando una idea del Comandante Almeida de dedicar una canción a las montañas orientales. La música es de Ricardo Leyva, y lo interpretan Juan Guillermo, Kiki Corona, Cristian y Rey Alonso y Sur Caribe.
Frank Fernández y Música eterna
Dedicado a la memoria del Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, el maestro Frank Fernández, junto con la orquesta de cámara Música eterna, conducida por el maestro Guido López-Gavilán, ofrecerán un concierto este sábado 13, a las 8:30 p.m., en la sala Covarrubias, del Teatro Nacional de Cuba.
Sinfonía en Do Mayor y El invierno, perteneciente a Las 4 estaciones, de Antonio Vivaldi (con Javier Cantillo como solista en el violín), además de Ritmarc, de López Gavilán, abrirán el atractivo programa que forma parte del esperado festival Habanarte.
El público podrá disfrutar, además, del Ave María, de Johann Sebastian Bach-Gounod, así como de otros dos clásicos que llevan la firma del notable compositor alemán: Fantasía cromática y Tocatta y fuga, también de la autoría de Tausig, con versión de Fernández.
El cierre será de lujo con Tema de Celia (Asalto al amanecer), Tema de la esperanza (La gran rebelión), El arreglo (La casa colonial) y Zapateo por derecho, todos creados por Frank, quien propondrá igualmente su interpretación de los Veinte años, de María Teresa Vera.
No faltarán las Variaciones cumbancheras que concibiera Guido López-Gavilán, a partir de la pieza de Rafael Hernández.