De nuestra Habana actual nadie puede hacernos un cuento. Habaneros y provincianos la conocemos bien aun cuando estos últimos no la vivan cotidianamente. Pero de aquella que existió cuando fueron jóvenes nuestros abuelos y los suyos, solo tenemos en el mejor de los casos algunas referencias.
Para ponernos al día de cómo fueron esos entornos y ganar en claridad acerca de la gente que la habitó, la escritora Laidi Fernández de Juan nos regala un exquisito trabajo recogido en el libro La Habana en dos tiempos, en el que de la boca de dos importantes cronistas de la época —Jorge Mañach (1898-1961) y Eladio Manuel Secades (1908-1976)— el lector contemporáneo disfrutará de pintorescos fragmentos de crónicas escritas por ambos intelectuales; y publicadas en libros y en la prensa de entonces.
La cuidadosa selección descorre las cortinas de un espíritu habanero que nos precedió y del que conocemos, como un eco venido de la voz de los más viejos de la familia, solo escasas certidumbres. Antiguas fotos que atraparon instantes de sus años mozos; alguna revista que guardaron y alcanzamos a ver; palabras ya lejanas que aprendimos de sus historias y adquisiciones como chiforrober, colombina y Ten Cents, son algunas de las herencias que nos legaron y que podrán actualizarse con esta lectura proveedora de grandes nostalgias a juzgar por el vínculo inevitable con el pasado.
Dos visiones que nacen de la experiencia vital de dos intelectuales —con la misma intención de perpetuar la memoria de La Habana, aunque lo hicieran con estilos diferentes— constituyen el corpus de esta entrega donde la ciudad seudorrepublicana será abordada desde su arquitectura, sus personajes y costumbres.
Una sección denominada Panorámica nos acercará a la vista aérea de nuestra capital; al malecón, la pesca y la playa; y al transporte público de entonces. La guagua, escribe Mañach, “es un medio de locomoción urbana que no logra revertirse de pleno prestigio”. (…) “Es un vehículo más pequeño, más caprichoso, más pintoresco y más bullaranguero que el tranvía”. El acostumbrado humorismo de Secades apuntará en torno a esta misma realidad: “En la guagua no viaja la gente que cabe, sino la gente que quiera meter el guagüero”.
La bodega, el Prado y sus alrededores, las calles de Obispo, Mercaderes, la Calzada de Monte y las casas son otros de los puntos tocados en el libro. Refiriéndose a las viviendas dice Mañach: “Habitamos igual que somos: en una constante comunicación con las curiosidades ajenas. (…) El hogar no es como en otros países, una institución misteriosa y hermética tras cuyo ceño impávido desenvuelve la vida sus azares; entre nosotros, parece solo una excrescencia de la calle, como si esta fuese el verdadero nervio social y las casas, poros de la villa”.
Los barrios y los repartos, que es otra de las secciones, nos permitirán apreciar la mirada que lanzaron ambos cronistas al Cerro, Luyanó, La Víbora, el Vedado y Miramar, todo acompañado de sustanciosos apuntes respecto a las personas que los habitan, y de imágenes que se intercalan para apoyar los comentarios.
Al cerrar el libro el buen cubano sentirá ese despertar de la conciencia de muchas de nuestras tradiciones, cuyos orígenes a veces ignoramos y sin embargo duermen perfectamente reseñadas en la prensa de la época. Este es acaso el mérito de la autora en La Habana en dos tiempos, un “rescate” investigativo muy propio que ya agradecemos quienes quedamos atrapados en la frescura de sus páginas.