En la memoria poética del pueblo cubano hay un nombre que no pasa inadvertido. Aunque muchos otros con merecidas razones ocupen sitiales justos en la historia de la literatura cubana, el de José Ángel Buesa es, aún cuando no cuente entre los cimeros de las letras nuestras, una cita obligatoria de esas por la que vota tal vez no el cerebro pero sí el corazón.
Sin lugar a dudas el más leído de los líricos cubanos del siglo XX pero también estigmatizado con la vieja polémica en torno a su calidad poética, Buesa no es precisamente un autor sobre el que se hayan escrito suficientes textos que analicen con imparcialidad su obra. Justamente para hacerlo, ve la luz el título Buesa de lejos y de cerca, un trabajo de Roberto Leliebre rubricado por Ediciones Caserón, de Santiago de Cuba.
El ensayo aborda elementos cruciales de la vida —pero también una selección de la obra— de este autor nacido el 2 de septiembre de 1910 en la localidad cienfueguera de Cruces, que sigue siendo a más de un siglo de nacido, leído, discutido, recordado y hasta injustamente subvalorado por algunos críticos.
Entre las razones que introducen el ensayo, Leliebre se remonta a las causas primiciales de la desaprobación que sufrió en su tiempo el poeta y describe el escozor que provocó que un provinciano villareño se apropiara del escenario poético nacional, acogido a la sombra fácil del neorromanticismo, y apuntará en sus juicios a las razones y sinrazones que se esgrimieron para descalificarlo ante sus lectores y radioescuchas.
El autor recuerda en estas páginas los adjetivos inmerecidos que recibiera entonces el poeta neorromántico entre los que cuentan el de facilista, superficial, monocorde, convencional, exteriorista, comercial y poeta cursi para choferes y cocineras.
Escrito hace unos 15 años, el ensayo destaca el sueño hecho realidad de José Ángel Buesa, cuando muy jovencito vino a La Habana a conquistar la capital. Destaca también la honradez con que consiguió escalarla aunque para ello tuvo que convertir su afición en guiones radiales.
Leliebre insiste en que Buesa debe ser recordado como un triunfador porque tocó el éxito con las dos manos, y nos recuerda que fue, aunque les pese a algunos, la figura de preferencia popular en el terreno poético.
En las palabras preliminares el autor hace alusión a las motivaciones que lo inspiraron para investigar el asunto y rememora un momento singular de la Feria del Libro en 1998, en Santiago de Cuba, cuando tras la presentación del libro Buesa, prologado por nuestra Carilda Oliver, los invitados, sin tiempo para el aplauso, se abalanzaron sobre la mesa donde iba a ser vendido y pedían dos y tres ejemplares para llevárselos a casa.
Leliebre argumenta muy bien sus conclusiones pero usted, lector, tendrá las suyas cuando haya emprendido esta aventura que concluye con poemas y fotografías de un autor que emocionó a los abuelos y padres de hoy, pero podría estar clasificando entre los favoritos de los más jóvenes de la familia.