Corría el año 1917, y la capital de la Rusia zarista no se llamaba San Petersburgo, sino Petrogrado. En febrero de ese mismo año, una revolución espontánea y popular expulsó a Nicolás II, el último Romanov, de su trono y del mando del Imperio Ruso. Los meses siguientes fueron un caos y una explosión política de grandes dimensiones, donde dos instituciones -el Gobierno Provisional y el Soviet- eran las contendientes por controlar el poder real y la legitimidad para dirigir Rusia.
Mítines, reuniones secretas, manifestaciones, intentos de golpe de estado, enfrentamientos, conjuras militares y alianzas se sucedían por doquier. Finalmente, la facción que dio el golpe de gracia para hacerse con el poder -e instaurar su dictadura revolucionaria- fueron los bolcheviques dirigidos por Lenin. Este hecho desencadenaría una cruenta guerra civil que asolaría el país los años siguientes.
Si de estos acontecimientos hace ya 100 años, muchos de los escenarios donde sucedieron estos apasionantes, caóticos, esperanzadores y sangrientos hechos políticos todavía siguen en pie en la Rusia post-comunista. Aquí van seis de los más significativos:
El Palacio de Invierno
La toma de este inmenso edificio es el gran mito fundacional del régimen bolchevique. A decir verdad, no hubo grandes combates ni masas armadas ese 25 de octubre (según el calendario juliano), ya que el Gobierno Provisional de Kerenski apenas tenía apoyo popular o de los militares. La mayoría de los habitantes de Petrogrado ni se enteraron que había habido un golpe de estado: los restaurantes, teatros y tranvías funcionaban con absoluta normalidad. Fue una toma de poder quirúrgica y ejecutada por una minoría.
A decir verdad, la única masa popular fervorosa que acudió a la toma del Palacio de Invierno fue la que saqueó las grandes reservas de vino de la bodega del zar. Una parte de los bolcheviques y soldados que habían asaltado el Palacio acabaron borrachos y realizaron disturbios y saqueos por toda la ciudad. Si uno camina hoy en día hasta este palacio, hay poco que recuerde ese asalto al poder.
El Palacio de Invierno -larguísimo, con un tejado verde acuático lleno de estatuas de héroes y heroínas clásicos, posando de pie y estiradas, fuertes y sensuales- representa más el reclamo turístico de una ciudad poco modificada por el comunismo que un punto de culto a una revolución pasada. Lo único que puede recordar al golpe de 1917 es una pequeña exposición de cuatro cañones militares, en el patio interior del actual museo Hermitage.
La fortaleza de Pedro y Pablo
En una isla situada en el centro de Petrogrado, junto a las aguas del río Nevá, se elevaba la fortaleza militar que hizo de cárcel para presos políticos antes y después de la revolución del 17. Por sus celdas -que ahora se pueden visitar como museo- pasaron revolucionarios del movimiento populista ruso o del grupo terrorista “Volia” (al que perteneció el hermano mayor de Lenin, ejecutado por planear un atentado contra el zar Alejandro III). Estuvieron encerrados allí intelectuales y políticos de izquierdas como Gorki, Trotski o Kerenski. La fortaleza de Pedro y Pablo era el gran símbolo de la opresión zarista, y corrían espeluznantes historias sobre la vida en su interior.
Posteriormente, se ha demostrado que la estancia allí no era demasiado dura, comparada con las prisiones comunes o las futuras cárceles soviéticas. El mismo Trotski dedicó gran parte de su tiempo en prisión a sus escritos y lecturas revolucionarias. Cuando las fuerzas populares entraron en la fortaleza durante la revolución de febrero de 1917, la decepción fue mayúscula: no encontraron ninguna cámara de tortura o celdas inhumanas, y los únicos presos que había en ese momento era un regimiento de soldados que se había sublevado hace pocos días.
Una vez que los bolcheviques tomaron el poder, la prisión retomó su función: encerraron allí a políticos de derechas y liberales, a religiosos y militares, y a buena parte de la oposición de partidos de izquierdas -socialistas revolucionarios, mencheviques o anarquistas- enfrentados a su dictadura de partido único. La fortaleza, ahora mismo, es un conjunto de edificios con diversas exposiciones históricas. Los vecinos petersburgueses suelen tumbarse en la pequeña orilla que hay a los pies de la muralla, para tomar el sol y darse un baño refrescante durante el verano.