España es un país en quiebra desde hace mucho tiempo y hoy solo los palanganeros pueden negarlo, aunque lo hagan con buena pluma. El quebranto, la metástasis que nos carcome día a día con una fuerza de la situación que parece que no somos capaces de invertir, nos acomoda, porque gozo no parece faltar en este tenebroso escenario.
Tristemente, es España un país gobernado por corruptos y refrendado por ciudadanos que pretenden vivir sin ser molestados entre la telebasura y la jornada de liga, aunque jamás en nuestra historia hayan existido tantas ni tan accesibles posibilidades de información.
Son los españoles, por tanto, unos ciudadanos diferentes que respiran y sienten esa contradicción con un orgullo patriótico casi folclórico, por mucho que tarde o temprano nos conduzca a un nuevo abismo del que quizá nadie sea capaz de socorrernos. Son los súbditos de los Borbones tradicionales hasta en lo de arrojar animales desde los campanarios, religiosos cuando desgarran las saetas, taurinos cuando el traje de luces lo demanda, folclóricos dentro y fuera de la feria, futboleros hasta en el descanso estival del balón, supersticiosos hasta en miércoles.
Por eso, por vivir más en el Imperio que se desvaneció que en el incierto presente que nos amenaza a diario de patatús, se llenaron los balcones de banderas rojigualdas cuando dos millones de catalanes quisieron arrojarse a cualquier infortunio con el que se les amenazase antes que continuar en semejante sainete. Ciertamente, un país con dos dedos de europeidad se habría inundado de 'esteladas' para advertir a los gobernantes que ya está bien, que si esto sigue así nos vamos todos y aquí se la compongan ellos como estimen. O, mejor, les confinamos de una vez por todas.
Lamentablemente, no forman nuestros pueblos y ciudades parte de esa utopía que geográficamente existe a unos pocos de cientos de kilómetros. Allá, tras los Pirineos, al norte. Un vistazo a un refrito de noticias basta para percatarse de ello, de la dañina impronta del folclore y la muleta, de la profunda incisión de los 'cagatintas' y los rosarios. Del hastío que ya genera todo esto a los que pretendemos algo mejor que la interminable película de Berlanga, que se rueda día sí y día también en nuestra cada vez más acre existencia.
En el mencionado revoltillo, leí que una mujer falleció en urgencias por esperar a que la atendieran durante más de doce horas. Eso fue después de saber que nuestro país había recortado en más de 50.000 sanitarios el personal de nuestras urgencias hospitalarias solo desde el verano. ¿Tiene ello relación? Difícil que no lo tenga y complejo que no fallezcan más ciudadanos por tan brutal cuchillada a una sociedad que ni se defiende, ni sabe, ni lo pretende. No son solo dos piezas del puzzle, aunque pudiera, son dos reseñas que ya tendrían que ocupar las tertulias de nuestros medios, esas que se dedican a la cagarruta de a saber qué famoso de turno.
Añadamos que España se ha comprometido, sumisa siempre a Mister Trump, a aumentar el 80% del gasto de Defensa antes de 2024 y ya deberíamos tener las calles atestadas de ciudadanos indignados. Y no digo ya al saber que las condiciones para la jubilación se endurecen, una vez más. Debería colapsarse el país durante semanas. Pero si terminamos este acto con la noticia que nos indica que si en España las clases más pudientes pagaran lo que en Suecia recaudaríamos 150.000 millones de euros más, el asunto ya debería ser de ofuscación absoluta.
Pero no, las calles están vacías de coléricos vecinos porque aquí solo se protesta cuando descienden a un equipo de fútbol por endeudarse hasta las cejas y hacerlo, en muchos casos, con presupuesto público invertido en pagar auténticas obscenidades a fulanos que le atizan a una pelota en 'gayumbos'. O cuando estos pierden una y otra vez porque la 'pelotita' de las narices no entra las veces necesarias, o entra demasiado pero donde no debería. Quizá, todo se deba a que lo suficientemente importante para estallar en una ira salvaje que arrase las redes sociales sea que se suspenda un programa de televisión después de una atentado salvaje o que a una estrella futbolística le pretendan endiñar unos años de prisión por habernos escamoteado a todos varios millones de euros.
¿Por qué este absurdo comportamiento, por qué holgazanería ante lo esencial y exaltación ante lo superfluo? Pues a esta insensatez nos responde El País, un 'medio de comunicación serio' que fue condenado por inventarse una historia filipina sobre Jaume Roures, al que acusó de tener 250 millones de euros en paraísos fiscales. Muy jugosa la noticia en todo, salvo en el detalle de ser una falacia de tomo y lomo. Eso que algunos consideran prensa seria no es más fiable que el cotilleo del vecino del quinto o la sobrada del cuñado de turno después de cuatro o cinco copas. Y ello si no pensamos que lo hecho por el panfleto de Cebrián, como en el asunto del currículum de Monedero, no llevaba toda la mala leche del mundo.
Si a esta noticia le añadimos que el precio de la vivienda nueva ya supera el nivel más alto alcanzado durante la burbuja inmobiliaria o que nuestro país presentará una recaudación récord de impuestos y superávit en los ayuntamientos, la cosa queda más clara: esto es una zarabanda que bien nos place o que poco nos importa.
Españoles, hay superávit, hay recuperación, hay más millonarios que nunca (un 60% más desde la crisis), pero no hay dinero para sanitarios, porque aquí, en el tablao y la plaza, en el césped y el salón, en el cortijo y el cuartel, hay dinero para carros de combate y hay licencia para que los bancos e inmobiliarias vuelvan a lucrarse a degüello y que sea, si se tercia, nuestro trabajo y nuestro desempleo el que les saque del apuro cuando la verbena se acabe de nuevo. Tal cual. Ya lo hicimos una vez, y por qué no otra.
Españoles, agiten sus banderas y recuerden: Una, Grande y Libre. Invita Felipe VI.