La democracia practicada en Occidente, en particular en Latinoamérica, debido a los magnos escándalos de corrupción, propenden más a votar en contra que a favor de un candidato. Esto ha sido notorio en los dos principales países de Latinoamérica, México y Brasil, en donde los votantes se volcaron por un severo castigo: en el primer caso contra la díada del PRI y el PAN, y en el segundo caso contra el PT.
Más allá de su segundo bautizo en las aguas del río Jordán, hoy bajo ocupación israelí, en su aparición inmediata en la televisión después de su triunfo, empuñó las manos de su equipo de campaña para cerrar los ojos y rezar.
El rotativo El País, vinculado a los intereses del vilipendiado global George Soros, comenta que el credo evangélico "se ha vuelto electoralmente el más rentable que existe en Brasil": hoy, además de un devoto presidente, ostentan 91 de los 513 escaños del Congreso. Entre 30 partidos atomizados en el Congreso, la cohesión parlamentaria de los evangélicos será determinante.
Los hombres y los evangélicos dieron el triunfo a Bolsonaro, mientras que las mujeres y los católicos se inclinaban por su contrincante, Fernando Haddad. José Wellington Bezerra, presidente de la Asamblea de Dios, afirmó que "Bolsonaro es el único candidato que habla el idioma evangélico".
El autor chileno Miguel Torres comenta "el peligro de las iglesias evangélicas en la política latinoamericana" a las que prácticamente equipara con el neoliberalismo, lo cual puede ser muy polémico y, a mi juicio, es mucho mas profundo cuando los lazos del evangélico Bolsonaro con Israel repiten el fenómeno de la Santa Alianza entre un sector y una secta de los fundamentalistas evangélicos de EU que se han aliado a los preceptos supremacistas y de Apartheid de Israel que enarbolan los llamados "cristianos sionistas".
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