El 6 de diciembre de 1978 se aprobaba en España la Constitución que sustituía al franquismo y debía consolidar la monarquía como forma de gobierno. Pero cuarenta años después, tanto esa Carta Magna como su mayor símbolo, la Corona, se encuentran gravemente deterioradas y discutidas.
Más que crisis, punto de inflexión
La crisis del año 2008, de la que España todavía no se ha recuperado, fue un punto de inflexión que no solo terminó con el llamado Estado de Bienestar –tal y como se le llamó y conoció– o con las expectativas de los más jóvenes de superar a sus padres, sino que también supuso el comienzo de un análisis crítico de lo acontecido en España desde la muerte de su último dictador, Francisco Franco. No es casualidad, pues, que un periodo como el de la Transición, que abarca desde 1975 —año en el que falleció el caudillo— hasta 1982 —cuando se estableció el gobierno socialista de Felipe González—, pasara entonces del oscurantismo y el desinterés al debate nacional. Un lugar privilegiado que todavía no abandona.
En 2010, y para sorpresa del mundo editorial, 'Anatomía de un instante', un ensayo narrativo de Javier Cercas sobre el fallido golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, se convertía en la sorpresa del año. Era un acontecimiento doblemente histórico, por tratarse de un libro basado en un episodio posterior a la dictadura y por responsabilizar en parte al rey Juan Carlos I de lo acontecido durante la intentona, así fuese en términos de "conducta antidemocrática". Por supuesto, antes y después existieron otros títulos que acusaron al monarca de mucho más, pero ninguno tuvo el referendo del poder: la novela de Cercas fue galardonada con el Premio Nacional de Narrativa. Si el 'establishment' estaba dispuesto a admitir la perpetración de ciertos 'errores' en los años posteriores al franquismo, ello solo era consecuencia de la presión generada por el proceso revisionista al que estaba siendo sometida la historia reciente española. Era solo el comienzo.
En el año 2012, en abril, en mitad de una durísima crisis, los españoles descubrieron con estupefacción que Juan Carlos I había sido hospitalizado por una fractura de cadera sufrida en un viaje a Botsuana, a donde fue para cazar elefantes. Viaje del que poco después se sabrían los detalles más escabrosos: la aventura fue pagada por un empresario saudí y contó con la presencia de la amante regia, Corinna. Ante la presión generada, Juan Carlos I ofreció unas disculpas que se han convertido en históricas ("Lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir"). Aquel día, un simple ciudadano, un espontáneo, esperó al rey en el parking con una pancarta que rezaba "Rey dimisión. Estás despedido".
El rey Juan Carlos aún no lo sabía, pero efectivamente sería 'despedido' poco después, cuando en junio del año 2014 se vio obligado a abdicar ante el escándalo de corrupción provocado por su yerno, Iñaki Urgandarín (hoy condenado y en prisión), y su hija, la Infanta Cristina. Un farragoso caso de corrupción (conocido como Noós) que debió provocar la imputación del monarca y que, tal y como admitió el propio juez instructor tiempo después, solo fue impedido por inviabilidad jurídica. Pero el blindaje del que por entonces disfrutaba el monarca quedó constreñido al marco jurídico, pues los medios de comunicación pasaron a expresarse abiertamente sobre la conducta del rey, aunque solo fuera empujados por la indignación ciudadana mostrada en las redes sociales.
En estas circunstancias, el desapego de la ciudadanía llegó a tal nivel que el CIS, centro de estudios sociológicos español, decidió suspender las preguntassobre la monarquía española en abril del año 2015. Situación impensable años atrás cuando la monarquía obtenía año tras año la máxima calificación de todas las instituciones (7,8 sobre 10 en 1998, por ejemplo). Sin embargo, desde el año 2011, coincidiendo con la crisis y los episodios relatados, los ciudadanos percibieron a la monarquía de forma negativa, o al menos así lo mostraban las distintas encuestas realizadas. En abril de 2013 la monarquía fue suspendida por los españoles (3,68), suspenso que se mantuvo tras la abdicación en favor de Felipe VI en junio de 2014, aunque la percepción había mejorado en parte (4,34 en abril de 2015). Fue la última vez que la ciudadanía fue consultada, lo que no hace otra cosa que arrojar más dudas sobre una percepción que se intuye negativa.
Al año siguiente, en 2016, la situación continuó empeorando cuando se dio a conocer el vídeo grabado en 1995, con motivo de una entrevista entre la periodista Victoria Prego y Adolfo Suárez, ya entonces expresidente del Gobierno (presidente entre 1977 y 1981). En dicho vídeo, Adolfo Suárez admitía, cuando pensaba que no estaba siendo grabado, que no sometieron la monarquía a votación porque habían realizado encuestas y las mismas arrojaban resultados negativos. Este vídeo generó aturdimiento en una gran parte de la ciudadanía y apuntaló la sensación de ardid que muchos españoles percibían de la Transición. También de la Constitución.
La degeneración de la monarquía, no obstante, se ha acrecentado en los dos últimos años por la actuación ante la crisis territorial en Catalunya y las polémicas relaciones con los sauditas. Ya en agosto de 2017 con motivo de los atentados de Barcelona, el rey sintió el rechazo de una gran parte de los catalanes cuando quiso acudir a la manifestación contra el terrorismo. Rechazo que se hizo más considerable al año siguiente, en 2018. Repulsa que se debe en gran medida a las cuestionables relaciones con Arabia Saudí, la venta de armas a estos mientras perpetraban bombardeos sobre población civil en Yemen y el apoyo saudí a la expansión de las ideas más radicales que subyacen en la mayoría de los atentados radicales islámicos.
Además, la tensión territorial catalana no ha sido, a tenor de las consecuencias, un ejemplo de gestión. Una prueba de ello lo constituye el 3 de octubre de 2017, uno de los días más negros de la monarquía borbónica. Quizás su tumba histórica. Ese día Felipe VI dirigió un discurso televisivo legitimando la brutalidad policial exhibida en Catalunya con los ciudadanos que pretendían votar en el referéndum del 1 de octubre. Lo hizo, además, sin el más mínimo gesto a los catalanes (apelación al diálogo y palabras en catalán). Las palabras regias generaron indignación en millones de ciudadanos, especialmente aquellos situados ideológicamente en el independentismo y los sectores más progresistas, por la total ausencia de empatía.
Todo ello ha fomentado que este 2018 haya sido el año en el que mayores y más estruendosas protestas han recibido los monarcas allá donde han acudido. Ya no era una cuestión de Barcelona por la conmemoración de los atentados o de Catalunya por las tensiones territoriales, sino de toda España. Desde Asturias a Granada, pasando por Mallorca, Girona o San Sebastián, cada aparición pública de la Familia Real ha sido acompañada de concentraciones, pitadas y protestas. Los españoles cada vez muestran su repulsa con más descaro.
Prueba de ello son los referéndums organizados de forma espontánea en las universidades españolas como 'conmemoración' del cuadragésimo aniversario de la firma de la Constitución (hasta 26 universidades públicas de las 50 públicas y 32 privadas existentes en España). En la misma línea, en la de protesta simbólica, se puede enmarcar el referéndum organizado en 50 barrios de la capital de España, Madrid, que se cerró con el triunfo de la República con un 93% (aunque con una participación insignificante en términos electorales).
Hoy solo son silbidos, concentraciones y repulsas, pero el sentir ciudadano en cuanto a la monarquía expresa serias dudas sobre su continuidad. Más, incluso, que el expresado por aquel ciudadano que de forma tan osada como premonitoria 'despidió' en 2012 al rey Juan Carlos. Dos años después, abdicó.