Cuando se trata de mirar el futuro es necesario tener muy claro, los conceptos básicos sobre los que se fundamentará la sociedad del mañana. Y en esa visión, vamos a cultivar a las nuevas generaciones.
Los principios del socialismo venezolano son la equidad, la justicia, la igualdad y el amor. Eso significa que debemos poner nuestro máximo empeño en fomentar tales valores en la educación de nuestras niñas, niños y jóvenes.
En esta tierra nació uno de los más grandes educadores de la historia: Simón Rodríguez. El insistía en la urgencia de acostumbrar al niño a ser veraz, fiel, comedido, benéfico, agradecido, consecuente, generoso, amable, diligente, cuidadoso, aseado; a respetar la reputación y a cumplir con lo que promete. Y luego dejar las habilidades a su cargo pues, él sabrá buscarse los maestros adecuados cuando sea joven.
Rodríguez, nuestro Samuel Robinson, como también se le conoce, partía de la idea que enseñar es formar ciudadanos conscientes, gente con corazón y aclaraba: enseñen y tendrán quien sepa; eduquen y tendrán quien haga.
Es allí donde está la clave. Hay que definir lo que queremos para el mañana: ¿un país con gente que trabaje, bajo órdenes, sin mayor reflexión o una nación de seres pensantes, capaces de discernir, razonar, soñar, construir, innovando partiendo del bienestar colectivo?
Y volvemos a Simón Rodríguez: adquirir virtudes sociales significa moderar con el amor propio, en una conjugación inseparable de Sentir y Pensar, sobre el sueño moral de la máxima “piensa en todos para que todos piensen en ti” que persiguen simultáneamente el beneficio de toda la sociedad y de cada individuo.
Basados en tal ideario, en Miranda estamos trabajando para fortalecer no sólo numéricamente nuestros centros educativos, sino para convertir cada centro maternal, cada escuela, liceo y espacio universitario en un semillero de conciencia social, generando las condiciones para aprender a diario, de la experiencia, los libros y la vida.
Debemos tomar en cuenta que, parafraseando al escritor y futurista estadounidense Alvin Toffler, el analfabeta del futuro no será la persona que no pueda leer, sino aquella que no sepa cómo aprender.
Aprender a ser más eficiente en los procesos productivos, aprender que todo lo que pensamos y hacemos debe ser para el beneficio colectivo, para el bien común, aprender justicia y equidad no son palabras sino una forma de vida, que lleva a garantizar un mañana luminoso, de paz.
Así la base de la formación de las nuevas generaciones es el crecimiento de conciencia y la cultura de paz. Es desarrollar la sensibilidad social para que no haga falta estructuras represivas, porque cada persona es garante de la seguridad y la barrera más eficiente ante la violencia.
La amalgama de esta visión de sociedad se fundamenta en el amor, en la entrega al servicio colectivo. Si eso se convierte en una manera de vivir, entonces no habrá especuladores, ni bachaqueros, ni policías o funcionarios violadores de los derechos humanos, no existirán políticos corruptos, comerciantes desalmados ni empresarios capaces de adulterar productos.
La escuela, como institución, tiene el deber social de edificar la paz y la cultura de no violencia. El estado Miranda tendrá una escuela adecuada. Una escuela adecuada es aquella que atiende las necesidades e interés de niños, niñas y jóvenes, aquella que participa activamente en el desarrollo del país, es un espacio protector, con docentes que practican la empatía, que ofrecen condiciones para el desarrollo pleno de habilidades, para el disfrute de la vida, para el manejo saludable de emociones.
Y regresando al pensamiento robinsoniano, podríamos resumir lo antes expuesto en una de las reflexiones de Rodríguez: las luces adquiridas sobre el Arte de Vivir, dejan entrever que las sociedades pueden existir sin reyes y sin congresos. Y todo esto porque, sin duda alguna, la educación debe ser nuestra piedra angular.