En medio de un manto verde de vegetación selvática, hay un lugar donde se juntan agua, tierra, aire y cielo.
Es tal la energía que existe allí que cuando te adentras, dejas de pensar y sólo ves, sientes, saboreas, hueles y tocas....
Cada giro del camino te depara una imagen maravillosa, que ninguna foto puede captar en su totalidad, porque nunca podrían plasmar toda esa belleza.
Sólo si abres los ojos del alma, miras y dejas que la naturaleza entre en ti, sólo así podrás captar en su totalidad la grandeza del lugar y su espíritu.
Da la sensación de que alguien misterioso hubiera posado sus manos en la tierra, dejando sus dedos de agua como regalo.
Y al contemplarlos te das cuenta de lo insignificante que eres....Te quedas sin palabras, solo puedes dejarte invadir por la fuerza del agua.
Espuma blanca que salta de roca en roca dibujando figuras, pintando de luz el negro de las piedras y los distintos tonos de verde de la vegetación.
Si consigues conectar con su espíritu, te sientes también llena de luz y sientes que esos dedos de agua te recorren entera, modelando en ti una nueva obra de arte.
Es tal la intensidad de la luz, que tienes que cerrar los ojos y dejar que entre en ti, que se apodere de ti, que te llene...para así poder comprender que tú también eres luz, también eres agua, también eres tierra y eres cielo.
Un fuego abrasador te penetra por los poros de la piel y te transforma en una llama que quema todo lo humano, para hacerte sentir la divinidad de lo eterno.......
Todo esto es lo que he sentido al visitar las cataratas de Iguazú.
Pincoya