Mi cama allí era mi cama y por fin pude tenderme, sin pensar en terceros y sin una minima señal de culpa, de traición. Lentamente lo desvestí como si fuese la última vez, y lo toqué con verdadera locura, con verdadero frenesí. Nos acariciamos lento, pausado, como sólo un hombre y una mujer que saben de carencias pueden hacerlo. Recorrí su cuerpo con mis labios, besándolo parte a parte, para que no fuese a quedar ni un solo espacio de su piel que no llevara la huella de mi boca. Entonces sentí que su miembro se endurecía y lo adoré aún más por eso, y continué besándolo y lo lamí con el amor más grande que haya podido lograr sentir alguna vez... Volvío su cuerpo sobre el mió y una vez más nos atrapamos en ese abrazo hambriento y abrí mis piernas sujetándolo sobre mi. Pronuncié palabras jamás antes dichas, palabras que no sabia siquiera que existian y que tampoco sabia que habia llegado a sentir, todas esas palabras que se puede decir, y todas me sonarón legítimas y suyas, verdaderas y reales. De pronto tuvo una nueva mirada mientras nos acoplábamos y como si ambos fuésemos otro, empezo a penetrarme. Primero lenta, muy lentamente, siempre esperé en alguna parte de mis deseos, ese toque mágico, aquella señal que nos constatara que por fin éramos solo uno. Y al unísono se situó ese desgarro en mi sexo y en toda mi alma, sentí toda su profundidad en mí, abrí más y más mis piernas, dándole la bienvenida y por fin lo recibí y al ser penetrada, desee que me rompiera, que me rajáse entera, que me penetrara más y más. Hasta que por fin nos fundimos y supimos al acabar que éramos un solo ser, sin poder distinguirnos el uno del otro. éramos solo uno...
Lentamente comenzamos a despegarnos, poco a poco para mirarnos, y fingiendonos dos ciegos nos tocamos, como aquellos a quienes solo les bastan las manos, como dos ciegos y con las yemas de nuestros dedos recogimos cada detalle de nuestros rostros y las guardamos en las palmas de nuestras manos, de nuestro tacto...