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Necesito decirte algo.
Quizás no lo entiendas,
posiblemente ni te importe,
pero los discursos que me guardo en el pecho me pudren lentamente,
infectando la respiración y con la respiración el aliento,
y con el aliento la fuerza y con la fuerza el impulso,
el impulso de decirte lo que siento, o mejor, lo que quiero sentir.
Ya estoy viejo para callar y a la misma vez sé que hablo demasiado.
No existe valentía mejor invertida que autoafirmarse en uno mismo
y saber que irremediablemente cada cual tiene lo que se merece,
aunque no guste.
Así que hablaré de adentro hacia fuera,
componiendo la frase con lógica emocional,
para que la entiendas,
para que te llegue a donde carajo me tengas.
Aceptarse a uno mismo, sin engañar al espejo,
es una cruzada a la que casi sin darte cuenta te acostumbras,
pero aún así ante tus ojos siempre me pueden las dudas porque,
entre otras cosas,
tú no eres ningún espejo (ni quisiera).
Y es que cuando sientes que se necesitan revoluciones,
guerras, batallas, ofensivas...
es porque existe un conflicto y lo peor es no saber
ni porque, ni contra qué, ni qué puede traernos la victoria o la derrota.
Lo que quiero decir es que el conflicto no es no tenerte,
el conflicto es tenerte tanto y callármelo.
Pero ya nos llega el día en el que tengo que decir algo,
para que lo entiendas,
para que te importe.
Palabras que no te suenen al tópico deseo de un deseo,
ni a la simple historia de dos,
palabras solidas que demuelan este muro sin grafitis comunes,
esta lejanía de besos,
esta calma entusiasmada,
palabras tatuadas en nuestras gargantas,
palabras que vuelen,
palabras que eleven.
Quiero que hoy sepas de mis labios
lo que mis ojos publican tanto abiertos como cerrados.
Así que niña, acércame a tu oído que te quiero enamorar
sin que nadie, nadie, oiga lo que ya no puedo callar.
autor: Alberto De Paz