SATANÁS
El Padre Samaan era profundo conocedor de temas espirituales y teológicos, versado en los secretos del pecado venial y mortal, y una autoridad en los misterios del Paraíso, el infierno y el Purgatorio.
Su tarea era recorrer las aldeas del Norte del Líbano, predicando al pueblo, curando a las almas del mal y previniendo a los hombres contra las acechanzas de Satán, a quien el Padre Samaan, día y noche, combatía sin descanso.
Los campesinos lo respetaban y reverenciaban, y estaban siempre dispuestos a pagar sus consejos y oraciones con monedas de oro y plata. Y en toda colecta, aportaban los mejores frutos de su trabajo.
En una noche de otoño, cuando el Padre Samaan se dirigía hacia su solitaria aldea, atravesando un lugar desolado en medio de valles y colinas, oyó un grito angustioso proveniente de un lado del camino. Se detuvo, miró en dirección al lugar de donde provenía la llamada y vio a un hombre desnudo, tendido sobre el suelo. La sangre brotaba de las profundas heridas de su cabeza y de su pecho mientras gemía e imploraba socorro:
-¡Salvadme! ¡Socorredme! ¡Tened piedad de mí, me estoy muriendo!
El Padre Samaan miró, perplejo, hacia el caído diciéndose: "Este hombre debe ser un ladrón... Seguramente trató de asaltar a un viajero y fracasó; está ágonizando y, si muriera en mis brazos, me responsabilizarían de su muerte”. Así pensando, siguió su camino; mas el moribundo detuvo sus pasos gritando:
- ¡No me abandones! ¡No me abandones! ¡Me conoces y te conozco y moriré si no me socorres!
El Padre, entonces, se detuvo y palideció al pensar que estaba negando un auxilio, y con labios trémulos se dijo: "El ha de ser, sin duda, uno de los locos del bosque. El aspecto de sus heridas hace temblar mi corazón; ¿qué haré? ¿En qué puedo ayudarlo? Un médico de almas no cura cuerpos".
Y el Padre se alejó; mas, cuando había dado unos pocos pasos, el moribundo lanzó un gemido que conmovería hasta el corazón más duro. El Padre se detuvo nuevamente y oyó al herido que decía, con un jadeo:
-Acércate. Acércate, pues somos amigos desde hace mucho tiempo...
Tú eres el Padre Samaan, el Buen Pastor, y yo no soy ni un loco ni un ladrón. Ven a mi lado y te diré quién soy.
El Padre Samaan se acercó al hombre, se inclinó y lo contempló atentamente. Mas tan sólo vio un rostro extraño; un rostro lleno de contrastes; vio inteligencia y maldad; fealdad y belleza; perversidad y ternura... Irguiéndose, retrocedió de un salto exclamando:
-¿Quién eres? ¡Nunca te vi en mi vida!
Y el moribundo, con voz débil, dijo:
-No tengas recelo de mí, Padre, que hace tiempo que somos amigos. Levántame y llévame hasta el arroyo y lava mis heridas.
-¿Quién eres tú? Dímelo, pues no te reconozco ni recuerdo haberte visto.
Y el hombre respondió con voz agonizante:
-Me conoces muy bien. Me has visto ya mil veces, hablas de mí todo el día y te soy más querido que tu propia vida. Pero el Padre Samaan, sin reconocerlo, le respondió, enojado:
-¡Eres un impostor y un mentiroso! Un moribundo debiera decir la verdad... Jamás vi tu rostro malvado en toda mi vida. Dime quién eres o te dejaré morir...
Y el herido, moviéndose trabajosamente, miró a los ojos del sacerdote y con una significativa sonrisa en sus labios, le dijo con voz tranquila, profunda y suave:
-Soy Satanás.
Al escuchar la terrible palabra, el Padre Samaan dio un grito tan fuerte que sacudió los rincones más lejanos del valle, y, con los ojos llenos de espanto, miró nuevamente al herido, reconoció que su figura y sus heridas, coincidían con la figura y las heridas de Satán pintadas en una tela que colgaba de la pared de una iglesia de la aldea, representando el juicio Final. Entonces, exclamó trémulo:
-Dios me reveló tu rostro y me mostró tu figura infernal para alimentar mi odio por ti. ¡Maldito seas por siempre jamás! ¡La oveja enferma debe ser sacrificada por el pastor para que no infecte al rebaño!
Y el demonio respondió, con impaciencia:
-No te apresures, Padre, en perder tu tiempo pronunciando palabras vanas. Ven y cura mis heridas antes que la vida se escape de mi cuerpo.
Mas el sacerdote le dijo:
- ¡Las manos que ofrecen sacrificios a Dios no se mancharán tocando un cuerpo hecho de las secreciones del Infierno! ¡Tú debes morir maldecido por las lenguas de las Edades, por los labios de la Humanidad, pues eres enemigo del Hombre y es intención confesa destruir toda virtud!
Satanás se movió angustiado, se apoyó en un codo y, dificultosamente se irguió respondiendo:
-No sabes lo que dices ni comprendes el crimen que cometes contra mi mismo.
Yo soy la razón de ser de tu bienestar y de tu felicidad. ¿Menosprecias mis beneficios y niegas mis méritos mientras vives a mi sombra? ¿No es mi existencia la justificación de tu profesión, y mi nombre el que da sentido a tu vida? ¿Qué otra profesión abrazarías si el destino decretase mi muerte y el viento esparciera mi nombre? Hace veinticinco años que recorres estas aldeas para prevenir a los hombres de las trampas, y ellos compran tus prédicas con dinero y con los frutos de sus campos. ¿Qué otra cosa comprarían de ti, mañana, sabiendo que su enemigo, el demonio, murió y que están libres de su maleficio?
"¿No sabes, con toda tu ciencia, que cuando la causa desaparece, las consecuencias desaparecen también? ¿Cómo aceptarás, entonces, que yo muera si con ello perderás tu posición y el pan de tu familia?
Calló Satanas. Y los rasgos de su rostro ya no expresaban réplica, sino confianza. Después, habló de nuevo:
-Óyeme, ¡oh!, impertinente ingenuo, y te mostraré la verdad que liga mi destino al tuyo. En la primera hora de su existencia, el hombre, de pie frente al sol, extendió sus brazos y exclamó:
-Tras las estrellas hay un Dios poderoso que ama el bien. Después, volviéndose de espaldas, vio su sombra en el suelo y gritó: En las profundidades de la tierra hay un demonio perverso, adorador del mal.
Y el hombre volvió a su grúta murmurando:
-Estoy entre dos dioses terribles, uno es mi protector y el otro mi enemigo.
Y durante siglos, el hombre se sintió dominado por ambas fuerzas; una buena, que él bendecía, y otra mala, que él maldecía.
Después, aparecieron los sacerdotes. Y esta es la historia de su aparición: Había, en la primera tribu que se formó sobre la tierra, un hombre llamado Laús, que era inteligente pero lleno de prejuicios. Detestaba los trabajos manuales de que se vivía en aquella época, y muchas veces debía dormir con el estómago vacío.
Una noche de verano, cuando los miembros de la tribu estaban reunidos alrededor del jefe, conversando mientras descansaban, uno de ellos se levantó de pronto en medio de la asamblea, elevó sus brazos al cielo y, poniendo en su voz toda la emoción que pudo fingir, dijo piadosamente:
-¡Posternaos hermanos míos y orad, pues el dios de las tinieblas está atacando al dios incandescente de la noche. Y si vence el primero, moriremos, pero si triunfa el segundo, entonces viviremos. Orad para que venza el dios de la luna!
Y Laús continuó hablando hasta que la luna volvió a su brillo natural. Y los presentes quedaron maravillados y manifestaron su alegría con danzas y canciones. Y el jefe de la tribu dijo a Laús:
-Conseguiste esta noche, lo que ningún mortal consiguió antes que tú. Y descubrirste secretos del Universo que nadie entre nosotros conocía. regocíjate, pues a partir de hoy serás el segundo hombre de la tribu después de mí. Yo soy el más fuerte y el más valiente; y tú eres el más culto y el más sabio. Serás, por lo tanto, el intermediario entre los dioses y yo, y me revelarás sus secretos y me enseñarás lo que debo hacer, para merecer su aprobación y su benevolencia.
-Todo lo que los dioses me revelarán en mis sueños -respondió Laús-, yo te revelaré al despertar. Seré quien interceda entre los dioses y tú.
El jefe, satisfecho, obsequió a Laús con dos caballos, siete bueyes, setenta corderos y setenta ovejas. Y le dijo: "Los hombres de la tribu te construirán una casa igual a la mía y te ofrecerán, de cada cosecha, una parte de los frutos recogidos. Pero dime ¿quien es ese dios del mal, que se atreve a atacar al dios resplandeciente?”
-Es el demonio -respondió Laús-, el mayor enemigo del hombre, la fuerza que desvía el ímpetu del huracán hacia nuestras casas, la que manda secar nuestros plantíos y en ferma nuestros rebaños, la que se alegra con nuestra infelicidad y se entristece con nuestras alegrías. Necesitamos estudiar sus intenciones y tácticas para prevenir sus maleficios y frustrar sus artimañas.
El jefe apoyó su cabeza en el cayado y susurró:
-Sé ahora lo que ignoraba, y los hombres sabrán también lo que sé y te honrarán, Laús, porque nos revelaste el misterio de nuestro terrible enemigo y nos enseñanste a combatirlo.
Y Laús volvió a su tienda, eufórico por su habilidad e imaginación, mientras el jefe y los hombres atravesaron una noche poblada de pesadillas.
-Así aparecieron los sacerdotes en el mundo; y mi existencia fue la causa de su aparición. Laús fue el primero en hacer de la lucha contra mí una profesión. Más tarde, esa profesión evolucionó y progresó hasta convertirse en arte sutil y sagrado que solamente abrazan los espíritus maduros, las almas nobles, los corazones puros y la amplia imaginación.
En cada ciudad que nacía, mi nombre era el centro de las organizaciones religiosas, culturales, artísticas y filosóficas. Yo construía monasterios y ermitas sobre cimientos de miedo, y fundaba tabernas y burdeles sobre el gozo y la lujuria. Soy padre y madre del pecado.
¿Deseas que el pecado muera con mi muerte? ¿Aceptas que yo muera en esta soledad? ¿Deseas romper los lazos que existen entre tú y yo?
Es curioso que me esfuerce en mostrarte una verdad que conoces mejor que yo, y que es más útil a tus intereses que a los míos.
Ahora haz lo que quieras. ¡Cárgame sobre tus espaldas y llévame a tu casa y cura mis heridas; o déjame agonizar y morir aquí mismo!
Mientras hablaba Satanás, el Padre Samaan se frotaba las manos agitado. Después, con voz balbuceante como pidiendo disculpas, dijo:
-Sé ahora lo que ignoraba hace una hora, perdona, pues, mi ingenuidad. Sé que estás en el mundo para tentar, y la tentación es la medida con que Dios determina el valor de las almas.
Sé, ahora, que si murieras, moriría la tentación y desaparecerán contigo las fuerzas que obligan al hombre a ser prudente y a orar, ayunar y adorar. Debes vivir, porque sin ti, los hombres dejarán de temer al infierno y se hundirán en el vicio. Tu vida es, por lo tanto, necesaria para la Salvación de la Humanidad; y yo sacrificaré mi odio por ti en el altar de mi amor a los hombres.
Satanás lanzó una carcajada que sacudió el suelo.
- ¡Cómo eres de inteligente, Padre! -dijo-. Y qué conocimientos posees de teología! Has hallado, con el poder de tu inteligencia, una finalidad para mi existencia que yo mismo ignoraba. Ahora comprendemos ambos, nuestra mutua necesidad.
Aproxímate, hermano mío. Las tinieblas están cubriendo la campiña y la mitad de mi sangre se ha escampado sobre las arenas de este valle y, a menos que me ayudes, nada quedará de mí, sino los restos de mi cuerpo quebrado por la Muerte.
El Padre Samaan, entonces, arrolló las mangas de su hábito, se acercó a Satanás, y cargándolo sobre sus espaldas se encaminó hacia la casa.
En medio de aquellos valles silenciosos y cubiertos por el velo de la oscuridad, el Padre Samaan caminaba doblado por el peso de su carga. Su sotana negra y sus largas barbas estaban salpicadas por la sangre que se escurría sobre él, pero caminaba animado, con sus labios murmurando fervientemente una oración por la vida de Satanás agonizante...
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