Dos
hombres iban caminando por el campo, al acercarse a un río se encontraron con
una mujer que quería cruzar al otro lado, pero que no sabía como hacerlo, ya que no había ningún puente.
El primer hombre se ofreció amablemente: –Si quieres podemos llevarte en brazos
hasta el otro lado del
río; y ella aceptó agradecida su ayuda.
Así que los dos hombres entrelazaron sus
manos, la levantaron y la llevaron hasta el otro lado del río. Después de seguir sus caminos, uno
de ellos de pronto se quejó amargamente; –¡Mira mi ropa! –dijo. –Está toda
sucia de barro por haber cruzado a esa mujer, la espalda me duele y me siento
muy cansado.
El otro hombre simplemente sonrió y
asintió con su cabeza. Más adelante, el segundo hombre se quejó nuevamente, ya
no puedo seguir adelante, me duele todo, todavía siento el esfuerzo, dijo.
El primer hombre miró a su compañero, que
ya estaba en el suelo quejándose y le dijo:
–¿Te has preguntado por qué yo no me estoy quejando?, te lo diré: La espalda te
duele, porque todavía estás llevando a la mujer en tus brazos, pero yo la bajé
apenas cruzamos el río.
Así es como somos nosotros. Llevamos las cargas del pasado sobre
nuestros hombros. Ponemos una caja llena de odios, frustraciones,
resentimientos, envidias, celos y muchísimas cosas más que, con el pasar de los
años, se hace más pesada, hasta que un día, como el hombre de la historia, nos
duele hasta el alma por el tremendo esfuerzo.
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