Sacio mi sed de comprensión al beber de la fuente de conocimiento en mí. Me sirvo de este manantial durante momentos de reflexión en el Silencio. En armonía con la sabiduría divina, dejo atrás soluciones generadas por el intelecto o el ego. Dejo ir la autocrítica acerca de lo mucho o poco que sé. Afirmo la Verdad: Soy sabio y estoy bien informado; sé lo que necesito saber.
En la claridad del Silencio, cualquier pensamiento turbio que bloquee mi guía es eliminado. Un conocimiento interno, que es más seguro y firme que cualquier creencia falsa, surge en mí. Confiado y claro acerca de lo que tengo que hacer, actúo según la guía que recibo y procedo con comprensión divina.
Nos visitó desde lo alto la aurora, para dar luz a los que habitan en tinieblas … para encaminar nuestros pies por camino de paz.—Lucas 1:78-79
No soy la persona con talentos y gozosa que Dios creó si estoy llena de autocondenación o si me veo como víctima de las acciones de otros. Así que elijo liberar mi corazón y mi mente de rencores y resentimientos. Por medio del perdón, reclamo mi libertad ahora.
Me perdono por cualquier pensamiento, palabra o acción que no refleje mi identidad divina. Veo a los demás y me veo a mí mismo como creaciones de Dios. Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios; capaces de ser comprensivos y expresar el amor divino. Con amor y compasión, perdono. Dejo atrás cualquier barrera que me haya impuesto y que me separe de los demás. Disfruto de la vida plenamente.
Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.—Mateo 6:12