Al orar, uno mi pensamiento más elevado con mi fe más profunda.
En este Día de Oración Mundial me sano y ayudo a sanar a los demás. Oro por la paz del mundo. Nadie es un extraño para mí y no tengo enemigos. Oro con personas en mi comunidad y en cada rincón de la Tierra. El amor sanador de Dios fluye de mi corazón para bendecir a toda la humanidad.
Mi corazón se expande. Los buenos deseos de todos los seres son mis deseos. Sus oraciones por paz y comprensión también son las mías. Siento una compasión profunda por mis hermanos y hermanas por doquier. Al orar, uno mi pensamiento más elevado con mi fe más profunda. Permito que el amor de Dios me sane profundamente y bendiga al mundo. ¡Soy un sanador de la humanidad y la paz prevalece!
Pido en mi oración que su amor siga creciendo más y más todavía, y que Dios les dé sabiduría y entendimiento.—Filipenses 1:9
Cuando escucho de corazón, puedo percibir la totalidad de la necesidad. Afirmo empatía si un amigo describe un conflicto. Afirmo las muchas maneras cómo Dios sana si un ser querido comparte conmigo acerca de un reto de salud. Visualizo restauración si una tormenta devastó una comunidad. Ya esté escuchando las noticias o hablando con amigos, me siento llamado a orar.
Me centro en el poder sanador de Dios y traigo a mi mente lo que deseo afirmar por otros. Amigo o extraño, individuo o nación, todos somos miembros de un mismo universo. Afirmo: Dios provee exactamente lo que necesitamos. Todo reto es superado. Somos plenos. Somos perfectos. Somos uno.
Entonces le dijo a aquel hombre: “Extiende tu mano”. El hombre la extendió, y su mano le quedó tan sana como la otra.—Mateo 12:13
La verdadera prosperidad no es un misterio, es una manifestación de fe. Jesús nos dio un ejemplo a seguir. Una multitud de cinco mil que se había reunido para escucharlo necesitó de alimento. Tomando cinco panes y dos pescados, Jesús dirigió su atención a Dios. Él reconoció su Fuente, dio gracias por lo que tenía y lo bendijo. Jesús anticipó una abundancia de alimento y el milagro tuvo lugar.
Sigo su ejemplo y doy gracias por adelantado por aquello que deseo. Comparto mi bien con los demás afablemente. Doy gracias por mi cuerpo saludable, y lo sustento y utilizo para servir a Dios. Soy vigoroso y generoso. Vivo con fe y gratitud, y soy próspero.
Jesús tomó en sus manos los cinco panes y los dos pescados y, mirando al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y … La gente comió hasta quedar satisfecha.—Lucas 9:16-17