Toda fortaleza —mental, física y espiritual— proviene de Dios, y puedo utilizarla en cualquier momento. Es un don fundamental que Dios me ha dado para perseverar, para nunca rendirme, para continuar avanzando y logrando mis metas.
La fortaleza puede manifestarse como mi habilidad de mantener mis valores y mi moral, vencer retos físicos o permanecer lleno de fe durante tiempos difíciles. La oración y meditación ayudan a mantener mi relación personal con Dios y a fomentar mi firmeza.
Aun cuando me sienta débil o necesite aliento para alcanzar un objetivo, reconozco que tengo un pozo infinito de fortaleza en mí; que en mí existe la entereza para perseverar.
No tengas miedo, que yo estoy contigo; no te desanimes, que yo soy tu Dios. Yo soy quien te da fuerzas, y siempre te ayudaré.—Isaías 41:10