El entusiasmo que siento por la vida me motiva a la acción, y aprovecho esta energía para vivir con propósito cada día. El entusiasmo me empuja hacia adelante y me permite poner emoción y dedicación en todo lo que hago.
No importa cuáles sean mis responsabilidades diarias, me siento revitalizado e inspirado de manera divina. Llevo a cabo con éxito cualquier cosa que tenga pendiente en mi lista de objetivos. Reconozco que sirvo a Dios con todo lo que hago. Cada acción que tomo es sagrada. Elijo vivir cada día partiendo de un lugar de entusiasmo, proporcionando la energía vital de Dios a toda labor e interacción.
¡Siento entusiasmo y pasión por la vida!
Ustedes se alegrarán y regocijarán siempre en lo que voy a crear. Estoy por crear una Jerusalén alegre y un pueblo gozoso.—Isaías 65:18
En el libro Ilusiones , Richard Bach narra la historia de un grupo de criaturas que habían pasado sus vidas aferradas al fondo de un río resistiéndose a la corriente. Una criatura finalmente declara que confía en que la corriente sabe adónde va y dice: “Me soltaré y dejaré que me lleve adondequiera”.
Si encuentro que resisto las circunstancias en mi vida, aferrándome a mis percibidas redes de seguridad por temor a lo desconocido, determino soltar. Cuando dejo ir y dejo a Dios actuar, permito que el fluir del Espíritu me lleve. Confío en que Dios me llevará adonde necesite ir. Dejo ir cualquier necesidad de controlar las condiciones a mi alrededor. Suelto con facilidad y dejo que el orden divino diseñe mi vida.
Confía en el Señor de todo corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus sendas.—Proverbios 3:5-6
Aprecio el orden divino y la claridad que se expresan en todo aspecto de mi vida.
Existe satisfacción en pensar que mi mente humana controla los acontecimientos en mi vida —hoy y los días por venir. Sin embargo, experimento una satisfacción más rica y profunda cuando me entrego al Poder amoroso que causa que todo en el universo fluya y exprese orden y armonía. En esa entrega, dejo ir todo esfuerzo limitado de organizar mi vida.
Existe un poder y yo soy parte de él. Soy parte esencial de un propósito más vasto que el que mi mente puede imaginar. Sé que mi día se desenvuelve como una expresión de ese propósito. Doy gracias por el orden divino en mi vida. Acepto gozosamente y confío en la claridad que se expresa en todo aspecto de mi vida.
“Yo soy el alfa y la omega,” dice el Señor, el Dios todopoderoso, el que es y era y ha de venir.—Apocalipsis 1:8