Según el día transcurre, tengo confianza en que las personas que conozco y amo me apoyan. Hasta las personas que nunca he conocido pueden tener un efecto directo en mi vida a medida que aportan al bien común de la humanidad. Las conveniencias y necesidades de la vida: alimento, medicinas y más, fluyen a través de muchas manos.
Tengo fe en el Espíritu divino en mí con respecto a cada faceta de mi vida. Sustento mi alma gracias a la oración y la meditación.
Dios mora en mí, apoyándome siempre y guiándome a través de todo reto. Confío en las palabras de Jesús que aparecen en el Evangelio de Marcos: “Tengan fe en Dios”. Con este recordatorio poderoso, mi mente y corazón se llenan de paz. Más importante aún, mi alma rebosa de fe imperturbable.
El perdón es amor divino expresándose por medio de mí.
La experiencia me dice que aferrarme al resentimiento agota mi energía, así que tomo la decisión de no darle atención a palabras o acciones desagradables. Por el contrario, perdono. Al mirar hacia atrás, me doy cuenta de que yo también puede que me haya comportado de manera poco amable. Reconozco que ése no era mi verdadero yo, tampoco es lo que la otra persona es de corazón.
El perdón alivia mis cargas emocionales. Es una de las maneras como el amor divino se expresa como yo. Me libera para ser la persona pacífica y alegre que soy realmente. Es un regalo que me doy. Yo soy una mejor persona gracias a mi voluntad y habilidad de dejar ir el resentimiento y perdonar.
No juzguen, y no serán juzgados. No condenen, y no serán condenados. Perdonen, y serán perdonados.—Lucas 6:37