Cuenta la leyenda que un hombre oyo decir que la felicidad era un tesoro.
A partir de aquel instante comenzo a buscarla.
Primero se aventuro por el placer y por todo lo sensual, luego por el poder y la riqueza, despues por la fama y la gloria, y asi fue recorriendo el mundo del orgullo, del saber, de los viajes, del trabajo, del ocio y de todo cuanto estaba al alcance de su mano.
En un recodo del camino vio un letrero que decia: "Le quedan dos meses de vida." Aquel hombre, cansado y desgastado por los sinsabores de la vida se dijo: "Estos dos meses los dedicare a compartir todo lo que tengo de experiencia, de saber y de vida con las personas que me rodean."
Y aquel buscador infatigable de la felicidad, solo al final de sus dias, encontro que en su interior, en lo que podia compartir, en el tiempo que le dedicaba a los demas, en la renuncia que hacia de si mismo por servir estaba el tesoro que tanto habia deseado.
Cuando una de las puertas de la felicidad se cierra, otra se abre, pero, a menudo, miramos tanto la puerta que se ha cerrado que no vemos aquella que se ha abierto para nosotros. Helen Keller
Comprendio que para ser feliz se necesita amar; aceptar la vida como viene; disfrutar de lo pequeño y de lo grande; conocerse a si mismo y aceptarse asi como se es; sentirse querido y valorado, pero tambien querer y valorar; tener razones para vivir y esperar y tambien razones para morir y descansar.
Entendio que la felicidad brota en el corazon, con el rocio del cariño, la ternura y la comprension.
Que son instantes y momentos de plenitud y bienestar; que esta unida y ligada a la forma de ver a la gente y de relacionarse con ella; que siempre esta de salida y que para tenerla hay que gozar de paz interior.
Finalmente descubrió que cada edad tiene su propia medida de felicidad y que solo Dios es la fuente suprema de la alegria, por ser el: amor, bondad, reconciliacion, perdon y entrega total.
La felicidad es como una mariposa que, cuando se le persigue, siempre esta fuera de nuestro alcance: pero que, si te sientas silenciosamente, puede posarse en ti. - Nathaniel Hawthorne