Los amigos son ángeles
que nos alzan de nuestros pies
cuando a nuestras alas se les dificulta
recordar cómo volar"...
El Ángel abatido se dejó caer sobre el prado. En un instante la oscura noche lo cubrió con su manto. Frío. Dolor. Oscuridad. Abatimiento. Soledad. Tristeza. Vacío. Segundos que se convierten en horas, horas que se vuelven días. Tiempo sin sentido.
¿En dónde se encontraba la mano de su creador? ¿Dónde había quedado su propio esplendor, su belleza? ¿Cuándo dejó de ver la esperanza, la ilusión, el amor? Cerró los ojos y se envolvió en sus alas. Lloró por los hombres. Lloró por sus alas... ¡Qué frágiles resultaban ser! Incapaces de elevar su propio peso. Lágrimas azules cubrieron su rostro. Sintió como se quebraba su corazón. El recuerdo del sufrimiento del mundo. La mano de aquel niño que tuvo que soltar. ¿De qué sirve un ángel con alas rotas? Más recuerdos, miles de historias, dolor y sufrimiento, engaño y mentira, traición, silencio, enfermedad y muerte, soledad y desamor, desconfianza, recelo, guerra, odio. Demasiado peso para solo un par de alas. Si al menos los ángeles pudieran soñar... Si al menos... ¿Y por qué no? Se suponía que tampoco debía llorar, y ahí estaban sus lágrimas. ¿Por qué no?
Cerró los ojos con mucha fuerza al principio... luego se relajó... y simplemente se despojó de todo peso, de toda carga. Se sintió hundirse en un abismo oscuro. Sintió que caía nuevamente, pero esta vez la caída era distinta... suave, lenta, armoniosa. Simplemente... se entregó. Cayó en un profundo sueño. Y soñó. Soñó con la calidez de su propia luz. Soñó con la tibieza del sol. Soñó con un niño feliz. Soñó con un mundo mejor.
Suavemente abrió los ojos, se puso de pie y extendió sus alas... blancas, fuertes, magníficas. Recordó que estaban hechas para cobijar a los hombres, no para elevarlos. Otro ángel le sonreía... y pudo ver en sus ojos el reflejo del amor, la esperanza y la ilusión que hacia tanto tiempo no veía... el ángel sonreía feliz... aunque solo le quedaba un ala.