Quizá no seamos capaces de apreciar la satisfacción que produce
la consecución de pequeñas cosas y con eso desperdiciamos
muchos agradables momentos de nuestras vidas.
Un piloto decia: el vuelo es una paciente y plácida rutina,
salpicada de segundos de angustia.
Pienso que la vida es algo parecido:
una extensa y compleja maraña de menudencias
(“pequeñas cosas”),
salpicada de momentos de exaltación emocional.
Estos momentos que llamamos amistad y traición,
amor y celos, salud y enfermedad, etc.
No sólo salpican nuestra vida, sino que la condicionan
y, desde pequeños, somos educados para hacerles frente.
Las pequeñas cosas citadas forman parte de la infinidad de ellas
a las que despreciamos por insignificantes
y que en realidad son el soporte de nuestra actividad diaria
y, por tanto, un buen índice de nuestra felicidad.
Los grandes acontecimientos, repito, favorables o adversos,
son solamente islotes aislados y separados por grandes intervalos
de una monotonía que está formada por una densa red
de pequeñas cosas que nos empeñamos en ignorar y dejamos
que lentamente se conviertan en frustraciones.
No perdáis tiempo. Por la mañana, al desayunar,
si el café está a la temperatura debida,
tenéis una pequeña cosa que festejar.
Si está ardiendo ya tenéis una pequeña tarea:
rectificar la temperatura para el día siguiente.
Claro que esta exposición es pedestre;
pero es que la vida diaria está compuesta más
por las pequeñas cosas que por los grandes discursos filosóficos.
Recibimos una educación para afrontar la vida basada
en los grandes principios éticos y adecuada para resolver
o intentar resolver los grandes conflictos emocionales.
Eso está muy bien; pero luego tenemos que afrontar
las tareas de cada día, compuestas por infinitas menudencias
que son las que, sumadas, nos van a dar
la medida de lo agradable de nuestra vida.
No serán la felicidad, que está en un escalón superior,
pero sí serán las que nos permitan llevar una vida
con una calidad aceptable.
Propongo una vida en la que procuremos que
“las pequeñas cosas”
nos sean favorables y disfrutemos con ellas,
como opuesta a la idea de dedicar la vida a buscar la felicidad,
empresa en la que muy pocas personas tienen éxito,
y a la inmensa mayoría sólo nos produce,
como mínimo, frustración.
No busquemos la amistad, buscando personas
que sean leales hasta la muerte,
porque, habiendo tan pocos héroes en la humanidad,
no cosecharemos más que fracasos.
Busquemos amigos que compartan, en lo posible,
nuestras ideas o preferencias,
y no les exijamos más que “pequeñas cosas”
No busquemos el amor, intentando encontrar el cónyuge perfecto,
porque no existe y si un espejismo nos hace pensar
que lo hemos encontrado,
el fracaso posible, será una certeza.
Busquemos una persona que sea capaz de compartir con nosotros
“las pequeñas cosas” de la convivencia y que nosotros
seamos capaces de comprender y respetar “sus pequeñas cosas”
Y, por fin, procurad estudiar bien mi vida,...
normalmente hacemos todo lo contrario de lo que deberiamos!!
D/A