El tiempo se detiene en el recuerdo de tu presencia, el reloj de mi supervivencia se inmoviliza en tu esencia, se detiene en tus manos que nunca me tocaron, se cristaliza en la esperanza sorda que no oye verdades.
Y yo detengo mi camino porque no puedo avanzar hacia el sendero de la felicidad si no miro tus ojos de luz que volví a encontrar por casualidad una tarde de junio, cuando te miré pasar.
Son bromas del destino o son los dolores que se empozan y no tienen escapatoria; son callejones de añoranzas y deseos que nunca ocurrirán, son sueños de los que no quiero despertar, son ilusiones tardías que me tocó experimentar.
Es una parte de colores en mi historia con un trasfondo gris de desesperanza; es un pantano bajo mi falda, una luna eclipsada en mi espalda, una espada enterrada en la piedra de tu desamor.
Vivo estancada en este sentimiento hace tiempo atrás, y aunque ha habido corazones que me han querido abrigar vuelvo siempre el dedo al renglón que comencé ayer, hoy que te volví a encontrar.
¿A quién regalarás la luz de tu mirada? es el misterio que no quiero descifrar ¿quién puede entrar para siempre en tu memoria? sé que hay una respuesta que me duele imaginar.
Yo sólo sé de soledades, de quiméricas ansias de sembrar en tu tierra y estar imposibilitada para cosechar; de tener trazado un castillo donde puedas habitar a sabiendas de que nunca lo podrás ocupar.
Y también sé de amar y apretar los dientes para no llorar y sentir que vivo y muero cada que te veo pasar. Mi corazón es mi centro luminoso