Circe ordena ante todo rehuir los sones de las Sirenas de canto divino y su prado florido, y que sólo yo oiga sus voces; pero atadme con dolorosas ligaduras, para que permanezca firmemente ahí, derecho sobre el pie del mástil,
y me mantenga en límites que parten de éste. Pero si os suplico y ordeno desatarme, atadme con más ligaduras todavía.
Homero, Odisea, XII, 158-164
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