Nuestros cuerpos se enlazan en un nudo de brazos y piernas,
humedeciéndose la piel al paso de nuestras lenguas…
La batalla prospera sin un vencedor, sin un vencido. Fuertes los dos,
utilizamos armas forjadas de pasión…
El asedio final llega, blandiendo con fuerza la impetuosa victoria…
Gritos de guerra salpican nuestras sábanas… pero no hay vencido,
no hay vencedor, solo dos cuerpos viejos que se aman
desde la eternidad del sol.