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Anaïs Nin
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El amor es el eje y el aliento de mi vida.
El arte me produce un subproducto, una excrecencia del amor,
la melodía, la alegría, la abundancia, sólo eso.
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Tenía al hombre que amaba en mis pensamientos;
lo tenía en mis brazos, en mi cuerpo.
El hombre que busqué por todo el mundo,
que marcó mi niñez y me perseguía. Había amado fragmentos de él en
otros hombres(...) Este amor de hombre, por las semejanzas
entre nosotros, por la relación de sangre, atrofiaba mi alegría.
Y de este modo, la vida hacía conmigo su viejo truco de disolución,
de pérdida de lo palpable, de lo normal. Soplaba el viento mistral
y se destruían las formas y los sabores.
El esperma era un veneno, un amor que era veneno...
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Yo, con un instinto profundo, elijo un hombre que provoca mi fuerza,
que ejerce demandas enormes sobre mí,
que no duda de mi coraje ni mi rudeza,
que tiene coraje de tratarme como una mujer.
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Somos como escultores, constantemente tallando en los demás
imágenes que anhelamos, necesitamos o deseamos, a menudo en contra
de la realidad, contra su beneficio, y siempre, al final, un desengaño,
porque no se ajusta a ellos.
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Siempre hubo en mí, al menos, dos mujeres, una mujer desesperada
y perpleja que siente que se está ahogando y otra que salta a la acción,
como si fuera un escenario, disimulando sus verdaderas emociones
porque ellas son la debilidad, la impotencia, la desesperación
y presenta al mundo sólo una sonrisa,
ímpetu, curiosidad, entusiasmo, interés.
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En lugar de escribir una novela, me tiendo con una pluma,
este cuaderno y sueño...
El sueño es mi verdadera vida.
Veo en él los ecos que me devuelven las únicas transfiguraciones
que conservan lo maravilloso en toda su pureza.
Fuera, toda la magia se pierde.
Fuera, la vida revela sus imperfecciones.
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