Temblores
Vestida de ilusión y negro encaje –por ver si en tu presencia así me crezco–, simulo ese vivir del que carezco, desnuda, sin guión, sin maquillaje.
Me pides, voz de miel, que me relaje y, trémula en tus brazos, no obedezco; la sangre se te agolpa, me humedezco y mi temblor se torna más salvaje.
Tu boca tibia encima de mi pecho...; tus manos descubriéndome el delirio...; y tiemblo y muero ¡Dios...! Después, la calma...
Y desde que te dejo en aquel lecho –¡qué angustia, qué vacío, qué martirio...!– se me ha quedado, amor, temblando el alma.
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