Te amo en ráfagas de ideas, en cataratas de abrazos, en sedosos ramalazos de besos, en odiseas de manos cuyas tareas se rueguen o planifiquen, en actos que intensifiquen cuanto ya se está viviendo, y en todo lo que no entiendo ni deseo que me expliquen.
Se me agotan los temas, y los visto de exóticos ropajes, les doy sombras que realzan su apariencia, los expongo a otro ángulo de luz que los decora variando su figura o contenido, aunque en el fondo llevan en su alforja los mismos atributos, idénticos aromas, y análogos estilos, repitiendo las mismas ceremonias. La persona y su imagen, uno y muchos, el hombre y los disfraces, que se adoptan según las circunstancias, y consumado el juego, se deshojan. Así voy revistiendo los asuntos tratados, que se agotan, y necesitan una vida nueva, un rostro diferente, nueva ropa, dándoles aire de recién nacido por lozanía y forma.
En estas leves transfiguraciones, el enfoque es vital. La rosa es rosa, mas su presentación la hace distinta, según cómo, a qué luz se la decora. El asunto, la trama, pueden no ser la clave de la obra; el estilo lo es siempre, pues en él la belleza se arreboza.
Si reincides a veces en lo mismo, dale una nueva forma, que a quien lea o escuche le parezca inédita rapsodia.
Sigo revisitando viejos temas: Una gaviota es siempre una gaviota, la estrella es lo que fue millones de años, y la violeta siempre tan hermosa. Pero les doy ropaje diferente cuando espontáneas de mi pluma brotan. Ahí está la belleza, en su atavío, no en las propias cosas.