Bendigo al mundo con palabras de paz y acciones de buena voluntad.
Las palabras tienen poder, así que selecciono las mías con cuidado. Si me encuentro en una situación donde existe disensión o discordia, centro mis pensamientos antes de entrar en la conversación. Con mis pensamientos centrados en Dios, digo palabras que edifiquen, que refuercen la autoestima, que susciten resultados positivos.
Cada pensamiento optimista, cada palabra alentadora, cada actividad constructiva aporta bendiciones de paz y buena voluntad al mundo. Al hacer lo que me corresponde hacer para fomentar la paz, aliento a otros para que también lo hagan. La paz en el mundo comienza en mi corazón, en la cordialidad de mis palabras y en la veracidad de mis intenciones.
La aurora nos visitó desde lo alto, para alumbrar a los que viven en tinieblas … para encaminarnos por la senda de la paz.—Lucas 1:78, 79