Al pensar en los milagros, puede que recuerde a Daniel en la cueva de los leones o a Jesús sanando al ciego y al paralítico, y aún más. Tales milagros pueden parecerme imposibles en el mundo de hoy. Sin embargo, cuando veo un amanecer o la belleza de una flor en todo su esplendor, me doy cuenta del milagro de la naturaleza. Al observar el amor entre una madre y su bebé, o hasta entre personas y sus mascotas, presencio lo milagroso.
Cuando la gracia de Dios provee respuestas según enfrento circunstancias difíciles, experimento milagros. Al considerar la complejidad del cuerpo humano, reconozco que cada respiración es una maravilla. ¡Después de todo, los milagros no están fuera de alcance!
Dios la ha confirmado con señales y prodigios, y con diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo.—Hebreos 2:4
Yo soy una fuente de consuelo para amigos, familiares y para toda la humanidad.
El diccionario define consuelo como un alivio de aquello que aflige y oprime el ánimo. Mas el consuelo verdadero no puede encontrarse por medios externos. Ese sentimiento de libertad que se expresa como paz mental, proviene de estar plenamente alineados con el poder del Espíritu.
Siento e irradio ese sentimiento apacible ante todo reto —en mi vida y también en las vidas de los demás. Es una parte esencial de mi propósito espiritual. Tomar decisiones con el deseo de ofrecer consuelo es parte esencial de mi práctica espiritual. Mantengo un sentimiento de paz en mis interacciones con otros, permitiéndole que éste irradie para bendecir a todo el mundo.
Aunque deba yo pasar por el valle más sombrío, no temo sufrir daño alguno, porque tú estás conmigo; con tu vara de pastor me infundes nuevo aliento.—Salmo 23:4