SINOPSIS: Tras la muerte de su marido, Corinne se traslada a vivir, junto a sus cuatro hijos, hasta el antiguo caserón gótico de sus padres.
La relación familiar es terriblemente tormentosa desde que Corinne se enamorase en su juventud de un hombre que nunca contó con el beneplácito de sus acaudalados progenitores.
La joven huyó con el que luego sería su marido y padre de sus cuatro hijos, lo que le acarreó que fuese automaticamente desheredada.
Pero ahora, su situación económica no le permite sostener ni a sus hijos ni a ella misma.
Tras sufrir la humillación a la que le someten sus padres, Corinne pacta esconder a sus hijos en una habitación de la casa.
Los abuelos de los muchachos no quieren saber nada de ellos, pues los consideran los hijos del pecado; pero aún así pero están dispuestos a mantenerlos.
La madre les visitará diariamente hasta que, bajo la perversa influencia de los abuelos, empieza a abandonar a sus hijos a la soledad y,
a algo mucho más terrible, la lenta agonía a la que les someterá su abuela.
Soy un alma desnuda en estos versos, alma desnuda que angustiada y sola va dejando sus pétalos dispersos.
Alma que puede ser una amapola, que puede ser un lirio, una violeta, un peñasco, una selva y una ola.
Alma que como el viento vaga inquieta y ruge cuando está sobre los mares y duerme dulcemente en una grieta.
Alma que adora sobre sus altares dioses que no se bajan a cegarla; alma que no conoce valladares.
Alma que fuera fácil dominarla con sólo un corazón que se partiera para en su sangre cálida regarla.
Alma que cuando está en la primavera dice al invierno que demora: vuelve, caiga tu nieve sobre la pradera.
Alma que cuando nieva se disuelve en tristezas, clamando por las rosas con que la primavera nos envuelve.
Alma que a ratos suelta mariposas a campo abierto, sin fijar distancia, y les dice: libad sobre las cosas.
Alma que ha de morir de una fragancia, de un suspiro, de un verso en que se ruega, sin perder, a poderlo, su elegancia.
Alma que nada sabe y todo niega y negando lo bueno el bien propicia porque es negando como más se entrega.
Alma que suele haber como delicia palpar las almas, despreciar la huella, y sentir en la mano una caricia.
Alma que siempre disconforme de ella, como los vientos vaga, corre y gira; alma que sangra y sin cesar delira por ser el buque en marcha de la estrella
¿A dónde vas tan deprisa sin decirme ni ¡con Dió!? Me puedes mirá de frente, que estoy enterao de tó.
Me lo contaron ayer las lenguas de doble filo, que te casaste hace un més y me quedé tan tranquilo... Otro cualquiera en mi caso, se hubiera echao a llorá, yo, cruzándome de brazos dije que me daba igual. Nada de pegarme un tiro ni enredarme en maldiciones ni apedrear con suspiros los vidrios de tus balcones. ¿Que te has casao? -¡Buena suerte! Vive cien años contenta y a la hora de la muerte, Dios no te lo tenga en cuenta. Que si al pie de los altares mi nombre se te borró, por la gloria de mi mare que no te guardo rencor. Porque sin sé tu marío, ni tu novio, ni tu amante, yo fui quien más te ha querío, con eso tengo bastante. Y haciendo un poco de historia, nos volveremos atrás, para recordar la gloria de mis días de chaval.
-¿Qué tiene el niño, Malena? Anda como trastornao, le encuentro cara de pena y el colorcillo quebrao. Y ya no juega a la tropa, ni tira piedras al río, ni se destroza la ropa subiéndose a coger níos. ¿No te parece a ti extraño? No es una cosa muy rara que un chaval de doce años lleve tan triste la cara?... Mira que soy perro viejo y estás demasiao tranquila: ¿Quieres que te dé un consejo? Vigila, mujer, ¡vigila! (Y fueron dos centinelas los ojitos de mi mare): -Cuando sale de la escuela se va pa los Olivares. -Y ¿qué es lo que busca allí? -Una niña. Tendrá el mismo tiempo que él. José Miguel, no le riñas, que está empezando a querer. Mi pare encendió un pitillo, se enteró bien de tu nombre, y te compró unos zarcillos y a mí un pantalón de hombre.
Yo no te dije ¡te adoro! pero amarré en tu balcón mi lazo de seda y oro de primera comunión. Y tú, fina y orgullosa, me ofreciste en recompensa dos cintas color de rosa que engalanaban tus trenzas.
-Voy a misa con mis primos. -Bueno, te veré en la Ermita. Y qué serios nos pusimos al darte el agua bendita. Mas luego en el campanario, cuando rompimos a hablar: -Dice mi tiíta Rosario que la cigüeña es sagrá, y el colorín, y la fuente, y las flores, y el rocío, y el romero de los montes y el bronce de esta campana y aquel torito valiente que está bebiendo en el río, y aquella cinta lejana que la llaman horizonte. ¡Todo es sagrao: cielo y tierra, porque too lo hizo Dios.
¿Qué te gusta más? ¡Tu pelo! ¡Qué bonito le salió! -Pues, ¿y tu boca, y tus brazos, y tus manos redonditas, y tus pies fingiendo el paso de las palomas zuritas?
Con la pureza de un copo de nieve te comparé; te revestí de piropos de la cabeza a los pies. A la vuelta te hice un ramo de pitiminí precioso. Y luego nos retratamos en el agüita del pozo. Y hablando de estas pamplinas que se inventan las criaturas, llegamos hasta la esquina cogidos por la cintura. Yo te pregunté: -¿En qué piensas? Tú dijiste: -En darte un beso. Y yo sentí una vergüenza que me caló hasta los huesos. De noche, muertos de luna, nos vimos por la ventana. -¡Chis!... Mi hermanito está en la cuna, le estoy cantando la nana.
"Quítate de la esquina, chiquillo loco, que mi mare no quiere ni yo tampoco."
Y mientras que tú cantabas yo, inocente me pensé que nos casaba la luna como a marío y mujer.
¡Pamplinas! Figuraciones que se inventan los chavales, después la vía se impone: tanto tienes, -tanto vales. Por eso, yo al enterarme que llevas un mes casá, no dije que iba a matarme, sino que me daba igual. Mas como es rico tu dueño, te vendo esta profecía: Tú, cada noche, entre sueños soñarás que me querías, y recordarás la tarde que mi boca te besó. Y te llamarás ¡Cobarde! como te lo llamo yo, y verás, sueña que sueña, que me morí siendo chico. Y se llevó la cigüeña mi corazón en su pico. Pensarás: no es cierto nada. Yo sé que lo estoy soñando. Pero allá en la madrugada te despertarás llorando, por el que no es tu marío, ni tu novio, ni tu amante, sino el que más te ha querío: con eso tengo bastante. Por lo demás, tó se orvía. Verás cómo Dios te envía un hijo como una estrella. Avísame deseguida, me servirá de alegría cantarle la nana aquella:
"Quítate de la esquina, chiquillo loco, que mi mare no quiere ni yo tampoco."
Pensarás: Nno es sierto nada. Yo sé que lo estoy soñando". Pero allá en la madrugada te despertarás llorando por el que no es tu marío ni tu novio, ni tu amante, sino el que más te ha querío: con eso tengo bastante.