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Temas para Pensar: La Puerta
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De: Marti2 (Mensaje original) |
Enviado: 02/09/2009 09:25 |
La Puerta Las luces de la calle se habían encendido. Estaba nublado y Roberto caminaba como muchos otros después del término de una larga jornada de trabajo en el centro de la capital. Era agradable respirar ese aire frío, casi de lluvia, al volver a casa luego de un día entero entre las cuatro paredes de una oficina, bajo la luz epiléptica de los tubos fluorescentes.
Se encontró en un barrio comercial antiguo. Todavía circulaba bastante gente en las calles, algunas tiendas comenzaban a cerrar. En otras, las vitrinas aún iluminadas incitaban a observarlas. Se detuvo frente a una que exhibía modelos a escala de aviones, vehículos militares y diferentes veleros. Nada le fascinaba más que contemplar los pequeños barcos con todos sus detalles. Para é1, eran juguetes y realidades a la vez. Le gustaba muchísimo armarlos y tenía gran habilidad para hacerlo.
Desde siempre, su gran compañera fue la imaginación. Le molestaba que cuando pequeño le dijeran que era tímido. Pero, en realidad, era retraído, no tenía esa facilidad de comunicación que veía en los demás. Le faltaba el arte de hablar sobre temas que encontraba intrascendentes. Muy distinto era cuando algo lo hacía vibrar . Si algo le parecía importante - y a veces visceralmente importante - entonces se sentía motivado al diálogo, buscando encontrar eco en su interlocutor, tratando de que el otro percibiera en sí mismo o en el mundo lo que é1 estaba vivenciando en ese instante.
De niño pasó horas inolvidables con un lápiz, un papel y el mundo entero para recorrer. Bastaba un simple dibujo y el tiempo desaparecía. Ahora, como adulto, no era tan diferente, seguía habiendo un niño dentro de él.
Muchas veces la frontera entre lo real y lo imaginario era como el vuelo de un pájaro: ¿era más real el conjunto de huesos, músculos y plumas que surcaba el aire, o las mil sensaciones e imágenes que despertaba en é1 al observarlo?
Recordó que en la Iglesia de las Agustinas esa tarde había un concierto de cámara y se encaminó hacia allí. Empujó con decisión las grandes puertas de madera de la vieja iglesia aprisionada entre dos modernos edificios. Aspiró casi con placer ese olor tan propio de los templos antiguos, y desde la penumbra de la entrada miró la nave central iluminada y los bancos llenos de personas en respetuoso silencio, mientras una guitarra solista interpretaba a Bach.
¡ Qué distinta se escuchaba la música allí ¡ Pareciera que el templo y las notas sólo existieran para ese momento. Era imposible no sentirse recogido y elevado a la vez. Siempre le había maravillado el poder de transformación que posee la música, la forma en que resuena en el corazón humano esa combinación exacta de sonidos y silencios. Con razón se la ha llamado “el lenguaje de los dioses”.
Pensó que los templos tenían algo de la orilla del mar, de las rocas, las arenas y las olas que se unen a ellas. Ese límite que asusta y atrae, que puede vivirse durante un plácido día de verano o durante una violenta tempestad. O al contemplar extasiado la fusión de las aguas y del sol en un atardecer.
Se dio cuenta que se había ido alejando de la música. Ya su mágico encanto había quedado atrás . Seguía siendo hermosa, pero ya no se sentía formando parte del grupo que la escuchaba. Era extraño, se sentía solo, mientras la magia seguía envolviendo a los otros. Siempre fue en cierto modo un solitario. Se alejó de la iglesia a paso rápido, aún con esa extraña sensación de soledad en medio de la gente.
Al fondo de un oscuro pasaje entre dos edificios le llamó la atención una pequeña vitrina iluminada. Comprobó con regocijo que se trataba de una librería de libros usados. Si tenía algún vicio era el de pasar horas y horas en una librería, y si encontraba algo que comprar, tanto mejor. El vendedor, un hombre de unos setenta años, con gruesos anteojos con marcos de carey, conversaba con un cliente.
Empezó a curiosear entre los libros, aspirando ese peculiar olor de los viejos volúmenes, hojeando las páginas amarillentas, algunas quebradizas, que le recordaban el otoño. Encontró uno que hablaba del proceso psicológico de la transferencia, con grabados de un antiguo texto de alquimia medieval.
Tal vez le gustaron las imágenes que lo ilustraban o quizás fue el autor, del que algo había leído, lo que hizo que se detuviera en é1. Sin embargo, no esperaba lo que le dijo el librero al acercarse a pagarlo.
- Son cinco mil pesos, señor. Ya puede usted viajar. Con este libro se entrega, incluido en el precio, el derecho a un pasaje en barco. Sé que a usted le gusta viajar.
- Es cierto, ¿cómo lo supo?
- Bueno, usted escogió el libro, señor.
- Sí, tiene razón. Pero, ¿qué tiene que ver el libro con el viaje?
- Tiene que ver, ya lo comprenderá.
- Bueno, tiene razón. (Mejor le digo que sí, los libros lo deben tener medio loco, como a don Quijote). Démelo y le avisaré cuando parto. Tengo que pedir permiso en mi oficina, soy empleado y, además, estoy casado y tengo hijos.
- No se preocupe, señor, cuando decida viajar, verá que nada se lo impedirá. Más aún, no tiene que abandonar su trabajo ni su casa. Recuerde que Einstein demostró que el tiempo es relativo y el espacio, deformable.
- ¡ Ah, sí! Aquí tiene los cinco mil pesos y gracias por el libro. (Mejor voy a leer un poco menos, no se me vaya a secar el cerebro a mí también.)
Contento y aún algo desconcertado, se dirigió a su casa. Pensando en el extraño librero, por poco sigue de largo en el microbús. Se bajó rápidamente y casi corriendo llegó a su casa. Todo volvía a la normalidad.
- Es agradable estar en casa - pensaba - pero, ¿ cómo será el barco? Sería fabuloso poder viajar. Y sin dejar el hogar y el trabajo, me dijo el viejo , ¿será posible? Creo que está loco, pero parecía hablar seriamente.
Después de comida se acostó temprano y empezó a leer el libro. Siempre leía antes de dormir . Aún pensaba en el librero.
- ¡ Qué ganas de viajar y en barco! Pero estoy muerto de sueño. Mejor apago la luz.
De pronto despertó, con esa repentina lucidez con la que alguna vez hemos abierto los ojos en medio de la noche. Pero notaba algo extraño.
- Pero ¡si estoy en medio de la calle! ¿Qué hago aquí con bluejeans y suéter de cuello alto y esta parka? ¿cuándo me puse estas zapatillas de lona y este gorro de lana Sí, ¡estoy soñando! Pero ¿dónde estoy? Es de noche, todas las casas y edificios están cerrados. ¡ Qué extraño! debe ser un sueño, pero es tan real. No cabe duda, estoy aquí. En ese pasaje hay una luz, es una puerta abierta. Me acercaré.
- Adelante, señor, ya nos conocemos. Le dije que volvería.
Casi se desmayó de la impresión. Un escalofrío recorrió su espalda. Su ser entero le gritaba que era un sueño y, sin embargo, todo parecía tan real. El viejo librero le sonreía desde la puerta, lo que no tenía nada de extraño porque el lugar en que se encontraba era su librería.
- Pero, ¿qué hace despierto a estas horas? y más aún, ¿qué hago yo en este lugar?
- No se asuste - le respondió en tono amigable el anciano - le dije que el tiempo es relativo y aun el espacio no es lo que parece, ¿recuerda usted? Por su atuendo, deduzco que ya se decidió a viajar . El libro que compró era su pasaje, ¿recuerda?
- Pero mi mujer y mis niños no saben que estoy aquí . Mejor me voy y ya veré que pasó, o tal vez me olvide de todo este enredo. ¡ Qué tengo que hacer aquí, a estas horas, en esta facha, hablando leseras !
- Hijo, no se enfade, la vida y la realidad existen aunque uno las niegue. Yo simplemente estoy aquí porque esta es mi casa. Usted fue quien llegó a estas horas. Me cae simpático y, en el fondo, está enojado porque tiene miedo. Y tiene miedo porque no comprende. Y sin embargo, ha sido usted quien ha llegado hasta aquí.
- Discúlpeme, tiene razón. Estoy desorientado, es que todo esto es tan raro.
- ¿Y no le parece raro también que de unos extraños signos sobre un papel podamos sacar ideas, palabras, conocimientos, y hasta caminos para cambiarnos a nosotros mismos?
- ¿Se refiere a los libros?
- Sí, a toda escritura. ¿qué pensarían nuestros remotos antepasados, que no la vislumbraban siquiera, de vernos comprender y realizar cosas luego de mirar estos signos?
- Pensarían que era magia, sin duda.
- ¿Se da cuenta que sólo nos aterroriza y desconcierta lo desconocido? Hasta el monstruo más terrible lo es menos si lo conocemos. Creo que será bueno para usted que viaje. Tome ese barco, créame, no se arrepentirá.
Roberto reflexionaba. En el fondo, ardía en deseos de viajar y, por otra parte, no sabía porqué, el anciano le inspiraba confianza.
- Conforme. ¿Qué tengo que hacer?
- Tómese este café. Y cuando se sienta listo, lo acompaño a la puerta de atrás.
Una vez que Roberto apuró su taza de un trago con la seguridad del que ya ha tomado una decisión, pasaron tras el mostrador por una puerta que daba a una cocina pequeña, pero limpia y ordenada.
En una mesa cubierta con un mantel a cuadros, destacaba un florero de cristal tallado con un ramo de rosas rojas. Tomando una de ellas, un hermoso botón, el anciano se acercó a otra puerta que, probablemente, daba acceso a un patio de luz.
- Tome, hijo, este botón. Es hermoso, ¿verdad? Es para usted. Hace muchos años que lo esperaba, consérvelo. Algún día se abrirá como la más hermosa de las rosas. No lo pierda, no lo olvide, resiste muchas cosas, incluso que no lo riegue; pero no lo olvide.
- Gracias, es usted muy amable.
Se guardó la flor en un bolsillo interior de su parka.
- Ya debe irse. Usted será su propio guía, un auténtico aventurero . Si no sabe cómo seguir, será muy fácil, sólo vuelva a esta puerta, lo estaré esperando. No tema, pero no se olvide de su rosa. Salga, su barco lo espera.
La brisa fresca de la noche le acarició el rostro. Sus pies sintieron el crujir del maicillo, sus piernas rozaron algunas plantas que compartieron con sus pantalones la fría humedad algo pegajosa del aire.
- Es divertido - pensaba - si no supiera que estoy en el patio trasero de una tienda en pleno centro de la ciudad, juraría que el aire es marino. Lo que es capaz de hacer la imaginación.
Se volvió para despedirse del anciano, pero éste ya había cerrado la puerta y sólo se vislumbraba la luz que se filtraba por debajo de ella.
- ¡Qué curioso tener un jardín en pleno centro! Seguramente de aquí sacó sus rosas. Bien, veamos por dónde se sale de este patio. Allí hay un sendero, lo seguiré . ¡Qué oscuro está! Lástima no haber traído una linterna. Lo tendré presente para otra oportunidad...
- No puede ser, he caminado más de diez minutos por este sendero que parece ir descendiendo, y no llego a ninguna reja, pared u otro edificio. Nunca me hubiera imaginado que existieran patios tan grandes en plena ciudad.
- Parece que está aclarando. Deben ser las seis de la mañana, he pasado toda la noche en vela, pero no estoy cansado. ¿Qué me irán a decir en la casa?
- ¡Qué locura!
Lentamente la oscuridad se transformó en una grisácea y siempre húmeda claridad. La casi cálida y maternal esfera de la noche empezó a llenarse de las múltiples y fantasmales formas del amanecer. Era como el suave invadir de la consciencia en el sueño profundo próximo a un tranquilo despertar. Los fantasmas se transformaron en árboles, el sendero empezó a alejarse a medida que la luz llenaba el espacio que la noche abandonaba. La tierra y hierbas que tocó al caminar se dirigieron cada vez más rápidamente en todas las direcciones, colmando el espacio que la luz arrebataba a la oscuridad.
El aire se atiborró de sonidos, la vida comenzaba su canto matinal, la neblina se deshacía en pequeñas gotas que brillaban en las hojas de los árboles y en la parka de Roberto. Al tiempo que la claridad se hizo tibiamente amarilla, la luz del sol disolvió los últimos jirones de niebla. Restregándose con fuerza los ojos, y con el corazón latiéndole en la garganta, sintió que el vértigo lo invadía.
- ¡No puede ser! - intentó gritar - ¡No puede ser! - balbuceó llorando - Es un sueño, sí eso es, un sueño muy real, pero sueño al fin. Si cierro los ojos con fuerza y luego los abro, despertaré en mi casa – reflexionó al tiempo que apretaba sus párpados.
Al abrirlos, aún estaba allí. El paisaje que lo rodeaba no era un sueño. El sendero que recorrió en la noche bajaba desde la colina entre arbustos y algunos árboles que, descolgándose de las laderas, se asomaban al mar. Sí, al mar. Una pequeña bahía se extendía bajo su mirada. El anciano no había mentido.
Algo más tranquilo , introdujo su mano en el bolsillo de la parka, allí estaba su rosa. La cogió y la contempló, acariciándola con suavidad. En realidad, era un hermoso botón y parecía sonreirle divertidamente . Pensó en volver, y en el momento de retornar sobre sus pasos, tomó la decisión de seguir adelante. “Usted será su propio guía, un auténtico aventurero”, le había dicho el anciano.
Con paso resuelto y extrañamente tranquilo, casi alegre, comenzó a bajar hacia el puerto.
Alberto Carvajal |
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