Por reloj
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La sesión de patafísica se ajusta a reglas muy precisas porque, si algo tienen los patafísicos, es que no permiten que la improvisación del mundo real se les cuele en sus ejercicios filosóficos.
Para empezar, es cronometrada: 4.290 segundos, ni uno más. Los controla atento el monitor Nicolás, reloj en mano para la cuenta regresiva. Todos estamos aquí sentados en el día 11 absoluto del año 137 de la era patafísica, a contar desde el nacimiento de Jarry. Los que se rigen por el calendario vulgar dirán que es un día casi a finales de septiembre.
Rafael Cippolini, quien descubrió a Faustroll en un libro usado de mercado callejero allá por los años ochenta y ahora devino director del Longevo Instituto de Altos Estudios Patafísicos de Buenos Aires, desgrana objetivo y método de la patafísica: procurar entender la singularidad de las cosas.
No son pocos los que lo intentaron: nacido en 1948, este movimiento cultural tuvo socios ilustres de a montones como Joan Miró, Marcel Duchamp, Eugéne Ionesco o Jean Dubuffet. Lo citaron Los Beatles en la cara A de "Abbey Road" y Julio Cortázar en "La vuelta al día en 80 mundos" y el rockero argentino Charly García y Groucho Marx.
Pero, ¿tiene hoy alguna vigencia? Me lo pregunto hasta que Cippolini cita las noticias que leyó, precisamente, en BBC Mundo: la prohibición de levantar los brazos impuesta en un parque de diversiones para evitar el mal olor en las montañas rusas, el pánico entre los pasajeros de un avión tras hallar a bordo un cocodrilo bebé, un sendero exclusivo para caminantes nudistas que quieren hacer turismo sin más atuendo que sus mochilas.
Lo insólito, lo impensable, está en todos lados… si uno entrena el ojo patafísico para hallar lo extraordinario en lo vulgar.
Ejercicios de la imaginación
¿De qué se ocupa, entonces, la "ciencia" de las excepciones? De buscar soluciones imaginarias. Que podrían servir para resolver un problema o saciar una necesidad, pero no necesitan hacerlo. Podrían, si quisieran. O no.
Imaginar, por caso, la construcción práctica de dispositivos que no van a existir. Quizás el ejemplo más claro sea el concebido por el mismo Jarry en su obra-Biblia: la máquina para descerebrar. Una cuchara de hierro con dos puntas, una afilada para rajar cráneos y otra redonda para extirpar sesos. Una herramienta que jamás empuñará un descerebrador.
Quedan menos de 1.000 segundos y los asistentes discutimos sobre qué hubiera pasado en el devenir del arte moderno si, en 1917, Marcel Duchamp hubiera exhibido un caballo embalsamado en lugar de su célebre mingitorio, elegido en 2008 como la obra artística más representativa del siglo XX.
Nadie sabe qué hubiera pasado y todos podemos jugar a imaginarlo: es un análisis inagotable que contempla todas las excepciones. Un verdadero festín patafísico.
"La patafísica es desubicación programática: tiene un plan de desubicar. A mí me gusta esa función del arte: provocar, no replicar la vida cotidiana", dice Cippolini a BBC Mundo.
En la provocación, la patafísica construye una realidad paralela. Con su calendario, con un lenguaje propio plagado de esdrújulas y juegos de palabras, con una estructura jerárquica estrictísima ordenada desde el Colegio Patafísico francés que tiene a Faustroll como líder espiritual y como autoridad ejecutiva a Lutembi, el gran cocodrilo del Lago Victoria.
Utilidad de lo inútil
A esta altura, muchos aquí sentados pensarán que han perdido el rato y que quizás les iría mejor charlando en un café o dedicados al ocio en sus casas.
O quizás no: basta leer entre líneas al "maestro" que dicta clase cronometrada para descubrir que la patafísica, de tanto abrazar la inutilidad, encuentra una justificación para su vigencia.
Buscar lo insólito y lo extraordinario obliga a distinguir lo que se ha vuelto estándar y "normal", por costumbre o por mandato. Estudiar lo inútil permite comprender lo que una sociedad considera valioso e indispensable.
Pasaron los 4.290 segundos y filósofos, artistas y curiosos salimos a la calle sintiendo que hay todo un mundo por descubrir a la vuelta de la esquina.
La patafísica, como experimento provocador, bien puede decir "misión cumplida". Eso, si le importara: para los hijos dilectos de Faustroll no debe haber deshonra mayor que la de saber que su ejercicio lúdico se ha vuelto hoy más útil que nunca.
Valeria Perasso