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Autoayuda y Superación: El Duro Ejercicio de Crecer
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: Marti2  (Mensaje original) Enviado: 20/10/2009 02:43
 
El Duro Ejercicio de Crecer
 
 
"Aquella noche, de repente, me di cuenta de una cosa, es decir, que entre nuestra alma y nuestro cuerpo existen muchas ventanas; a través de ellas, si están abiertas, pasan las emociones; si están cerradas, sólo se filtran a duras penas. Sólo el amor las puede abrir, de par en par, todas a la vez y de repente, como una ráfaga de viento" (Susana Tamaro).
 
 
 
Tiempo de inocencia, de frescura o de temor. La infancia es una etapa que marca a fuego nuestras vidas, para bien o para mal. Según como la hayamos vivido será la actitud que tomemos ante el mundo, o la forma en que tratemos a los pequeños. Una visión global deja entrever que no estamos creando un espacio seguro para los seres humanos del mañana.
Existe una íntima aunque generalmente invisible relación entre la situación de los niños en el mundo actual y la presencia viva de nuestra propia niñez, que estuvo llena de restricciones y vastos horizontes, de éxtasis y sufrimiento, de temor y esperanza. Fue entonces cuando se formaron en nuestra alma infantil los sueños e imágenes -constructivos o terroríficos- que han conformado nuestro destino. La niñez es un tiempo de muchas preguntas, de incertidumbre y descubrimiento continuos.
Está repleta, para quienes hemos tenido esa suerte, de amistades, de juegos y del agridulce sabor de los momentos irrecuperables. Todavía podemos recordar o recrear junto a los niños ese delicioso olvido absoluto del tiempo, a veces monótono e interminable, otras excitante y eterno, cuando los colores eran brillantes y los olores absolutamente penetrantes; cuando todo era enorme y el parque se convertía en un frondoso bosque. Hubo una vez en que el futuro estaba por crearse como una partitura musical en blanco, un lienzo que pedía colores, o una carta por empezar.
 
 
EL MILAGRO DE CRECER
A simple vista, durante los primeros meses de vida, un bebé parece estar haciendo nada. Sin embargo, tras ese engañoso ocio existe un espontáneo y continuo aprendizaje y crecimiento, adaptación y desarrollo. Hay una incesante y casi milagrosa actividad creadora de construcción de sí mismo. Con ojos muy abiertos y asombrados mira cuanto le rodea y parece maravillado. Su sabiduría innata le va guiando en un proceso de permanente adaptación al entorno.
Según las últimas investigaciones psicológicas, los niños aprenden a confiar y a sentirse valorados en los dos primeros años de su vida.
Cuando un padre o una madre dedican poca atención al bebé le condicionan hacia un futuro de aislamiento. La actitud positiva de los adultos hace que el desarrollo de sus hijos sea más precoz.
 
 
Más tarde, con una mezcla de fantasía y realidad, aprende a construir una visión del mundo propia, tan real para él como los adultos creen que es la suya. En todo este proceso, la imitación es la clave del aprendizaje. Por ello, tal vez sería fundamental replantearse, no tanto las pautas que nos ofrecieron en nuestra niñez, como los modelos -o tal vez la ausencia de modelos- que estamos ofreciendo a los niños de hoy, en medio de nuestra confusión y replanteamiento general de valores.
 
 
INFANCIAS REPETIDAS
Toda infancia conoce la desdicha por causa de los adultos. Los pequeños se sienten hijos e hijas del universo, unidos a él, cuando los adultos les dejan en paz. En general, tendemos a repetir, por imitación u oposición, todo aquello de los que nos empapamos en nuestra infancia.
 
 
Muchas veces, les transmitimos inconsciente o conscientemente la enseñanza atemorizante y desbordante de datos inútiles que nos impusieron, junto a los tabúes culturales y sexuales. Creemos que tenemos todo para enseñarles y nada que aprender de ellos, y acabamos reprimiendo su inteligencia radiante, ese entusiasmo ingenuo, osado y natural que alguna vez también fue nuestro. Quizá ponemos excesivas y estrechas ambiciones en los que nos siguen, pretendiendo que realicen lo que nosotros no pudimos completar.
 
 
En otros casos, a medida que la sociedad se hace más mercantilista y la producción y el consumo se erigen en los valores supremos, muchos adultos consideran que la satisfacción de perpetuarse a través de los hijos no les compensa la disminución de tiempo y el aumento de gastos. Mantienen con sus hijos una relación ambigua que no escapa a la comprensión sensible de los pequeños. Esa ambigüedad es una falta directa de afecto y atención que acaba por segregarles de la vida de sus padres. No existen secretos para la conciencia afectiva de un niño, que puede percibir con transparencia todo lo escondido, incluso la ira contenida.
 
 
Muchas legislaciones consideran a los padres como cuasi propietarios de sus hijos, pero como con gran belleza expresó el poeta y visionario Jalil Gibran, Tus hijos no son tus hijos. Son los hijos e hijas del anhelo de la Vida, ansiosa por perpetuarse. Puedes esforzarte en ser como ellos, mas no trates de hacerlos como tú, porque la vida no retrocede ni se detiene en el ayer.
 
 
AQUEL ANTIGUO DOLOR
Pocas personas disfrutaron de una infancia sin ansiedad, sin ser heridas alguna vez. Cada vez que éramos heridos o nos sentíamos desprotegidos creábamos mecanismos de autodefensa que aún perviven en nosotros y que se reproducen en situaciones similares. La memoria emocional de nuestra infancia está almacenada en esas tensiones que tan bien conocemos y en esa coraza muscular que hemos ido creando para protegernos.
La intensa soledad que nos envuelve en ocasiones nos remite a las primeras experiencias de soledad y abandono de nuestra infancia; aquellas que dejaron huellas indelebles en nuestra carne y en nuestros huesos. Lo que se ha llamado a veces regresión a la infancia no es sino un retorno al niño. Para romper la cadena de necesidades no satisfechas, de miedos y de abusos, es necesario construirse una verdadera identidad y llenar el agujero emocional creado en aquellos años de infancia. Muchas personas adultas no reconocen haber tenido miedo en su niñez, haber sentido ira, haber necesitado tanto cariño y atención... Esconden su niñez como un periodo de humillación, de vergüenza, de rabia o miedo. Cuando aprendemos a integrar la memoria sensible de ese niño o niña desvalido que fuimos, el yo adulto deja de ser adversario del yo infantil. Si observamos cómo nos conducimos con los niños, propios o ajenos, lo que hacemos con y por ellos, tomaremos contacto con lo que fuimos y podremos transformarnos.
Como expresó con elegante sobriedad C.G. Jung, en el fondo de todo adulto yace un niño eterno, en continua formación, nunca terminado, que solicita cuidado, atención y educación constantes. Ésta es la parte de la personalidad humana que aspira a desarrollarse y alcanzar la plenitud.
 
 
NORMALIDAD Y PATOLOGÍA
Todo lo expuesto hasta aquí pertenece a lo normal y corriente. Sin embargo, si observamos cómo va el mundo, cómo funcionan los lazos de solidaridad y cómo son tratados los niños globalmente, tenemos que reconocer que nuestra humanidad está un tanto enferma.
 
 
La criminalidad, el abuso sexual, el abandono, la crueldad o el masoquismo, parecen surgir directamente de la falta de amor y confianza recibidos. Los doctores Prescott y Heath publicaron en la revista The Futurist un estudio sobre la relación entre el afecto y el desarrollo cerebral. De este estudio se desprende que la indiferencia y la falta de caricias físicas y emocionales reduce el desarrollo dendrítico y produce anhedonia, la incapacidad de sentir -y por consiguiente dar- placer. Esta cuasi anestesia corporal y emocional se expresará más tarde en una desesperada y violenta forma de buscar gratificación y despertar la atención. El sadismo y el masoquismo surgirían no solo por una alteración psicológica y de conducta sino además por una inmadurez somática. La expresión emocional y corporal del amor ha sido mutilada gravemente. Es tan doloroso y tan fuerte el efecto de la indiferencia que el filósofo Sam Keen señaló con notable agudeza en su libro La vida apasionada: "Lo único a lo que el niño teme más que al dolor es a ser abandonado. Por tanto, cuando un bebé está ligado a unos padres crueles, llega a asociar esta única forma de amor condicional que obtiene con el dolor que recibe. El masoquista vuelve a la pena, al dolor, porque está ligado a la única seguridad que conoció de niño. Es mejor ser castigado que ser ignorado... Cuando más tarde, en la vida, las niñas maltratadas se convierten en esposas maltratadas, no es el dolor lo que desean sino la familia".
 
 
LA IMPOTENCIA DEL PODER Y EL GRAN DESAFÍO
En este siglo de incalculable poder, parece literalmente increíble que al menos un millón de menores de cinco años muera cada año por desnutrición o enfermedades evitables, que 230 millones padezcan hambre; que 80 millones -según la ONU- de niños y niñas entre ocho y 15 años se vean obligados a trabajar en el campo, en minas y en fábricas; que 450 carezcan de escuela; que 175 sean víctimas de agresiones sexuales y cientos de miles de estas víctimas inocentes sean obligadas a la prostitución; que 15 millones vivan en las calles por falta de un hogar; que 250.000 queden ciegos cada año por carencia de vitamina A... Son simples y frías cifras; detrás de cada una de ellas se esconden, sin embargo, tragedias individuales abrumadoras.
Son millones los niños que mueren de tristeza e inanición en los orfelinatos de todo el mundo. Muchos más, los que ni siquiera llegan a ellos: un millón de niñas se hallan abandonadas en las calles en China, por la pobreza y la política que prohibe más de un sólo descendiente.
El 70% de los abusos sexuales sobre menores se producen en el entorno familiar. En España, por ejemplo, un 19% de adultos reconoció haberlos sufrido. La mayoría de las veces, la antigua víctima se convierte en verdugo, perpetuando lo que se ha llamado la maldición familiar. Es alentador, sin embargo, cuando algunos niños se atreven a confiar en la sociedad y denuncian a sus propios familiares, como último recurso de la confianza y el amparo que estos le negaron. Pero de los 500.000 casos recogidos en España de maltrato a menores, la gran mayoría de las denuncias no procedieron evidentemente de las víctimas, sino de vecinos o de otros parientes. Las guerras de los últimos diez años en el mundo han matado a dos millones de niños y niñas. Doce millones quedaron sin casa. Un millón han acabado en los orfelinatos.
Pero también 200.000 menores se han visto obligados a luchar en 25 países. Según la OMS -Organización Mundial de la Salud-, un conflicto prolongado los hace egoístas y despierta su fascinación por la violencia. Según Esther Galuma, funcionaria de la UNICEF, testigo de la lucha armada en Liberia, los niños soldados se ven como adultos y se encuentran entre los luchadores más despiadados. El desafío consiste en convertirlos de nuevo en niños.
En la Convención sobre los Derechos del Niño los países firmantes aceptaron no emplear soldados menores de 15 años. La UNICEF pide que esa edad se eleve a 18. Sin embargo, en la mayoría de los países, estos mismos menores no pueden casarse o votar antes de cualquiera de esas dos edades. Sí pueden ser obligados a morir y a matar para defender intereses de adultos.
 
 
Todos los ideales de este mundo no valen lo que una sola lágrima de un niño, escribieron las madres de Sarajevo en una carta dirigida a los participantes en la Conferencia de paz celebrada en Dayton, Estados Unidos, en noviembre de 1995. Poco después, el Secretario General de la Unesco, Federico Mayor Zaragoza declaraba: Un solo niño me interesa más que todas las pirámides. El gran remedio para tantos males es de una pasmosa y hasta ahora inaplicable sencillez: Amor.
Alfonso Colodrón - Terapeuta


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