Según la teoría de Sheldrake los genes, por ejemplo, serían el mecanismo físico que recibe la información del campo morfogenético, como la radio o la televisión reciben sus señales. Explicaría también la transmisión de la información a individuos de la misma especie de forma simultánea pero separados en el espacio y en el tiempo.
Para verificar o refutar su propia teoría, Sheldrake realizó dos experimentos con humanos: “El primer experimento fue patrocinado por la revista New Scientist, de Londres, y el segundo por la Brain/Mind Bulletin, de Los Angeles.
En el experimento patrocinado por New Scientist, a personas de distintas partes del mundo se les dio un minuto para encontrar rostros famosos escondidos en un dibujo abstracto. Se tomaron datos y se elaboraron medias. Posteriormente la solución fue emitida por la BBC en una franja horaria donde la audiencia estimada era de un millón de espectadores. Inmediatamente de realizada la emisión, en lugares donde no se recibe la BBC, se realizó el mismo “test” sobre otra muestra de personas. Los sujetos que hallaron los rostros dentro del tiempo de un minuto fueron un 76 % mayor que la primera prueba. La probabilidad de que este resultado se debiera a una simple casualidad era de 100 contra uno. Según el Dr. Sheldrake, los campos no-locales, o campos morfogenéticos, habían transmitido la información a toda la “especie”, sin detenerse en aquellas personas que presenciaron la mencionada emisión de televisión.
En el experimento patrocinado por el Brain/Mind Bulletin de Los Angeles, a varios grupos de personas se les pidió que memorizasen 3 poemas distintos. El primero era una canción infantil japonesa, el segundo un poema de un autor japonés moderno y el tercero un galimatías sin sentido. Tal como la teoría de los campos morfogenéticos predice, la canción infantil, habiendo sido aprendida por millones de niños durante muchas generaciones, aunque éstos fueran japoneses, fue memorizada notablemente más rápido que las otras dos alternativas.”
Gary Schwarz, psicólogo de la Universidad de Yale, realizó un experimento similar en el Tarrytown Executive Conference Center de Nueva York. A estudiantes de Yale que no sabían hebreo se les mostraron palabras hebreas de tres letras, la mitad de ellas sin sentido. Los estudiantes obtuvieron mejores resultados en el reconocimiento de palabras “reales” en una proporción superior a la que cabría esperar como mero fruto del azar.
Tal vez os estéis preguntando, ¿qué implicaciones pueden tener estas cuestiones en nuestra vida diaria, que la pasamos buena parte de la misma comportándonos como autómatas, o viviendo felizmente en un mundo donde consumir o hacer lo que hay que hacer forma parte de nuestra rutina más inconsciente?, ¿Porqué debería importar ser consciente de lo que significa esta teoría?, ¿Se pueden extrapolar a nuestra especie los resultados de ese ‘centésimo mono’ que lavó las batatas y provocó la revolución en toda su especie?, ¿Influiría el pensamiento de un solo sujeto en un cambio planetario?
La teoría de la resonancia mórfica anima al cambio en nuestra manera de pensar y sentir el mundo que vivimos. Dice que la aparición de una nueva idea, sentimiento, e incluso la acción de, por ejemplo, intercambiar servicios en vez de dinero, puede ser facilitada por la resonancia procedente de personas que sintonicen con esa idea y la pongan en práctica. Surgiendo un comportamiento totalmente nuevo, no sólo por primera vez en la historia de un individuo, sino por primera vez en el mundo. ¿Qué significa esto? Pues quizás que esté en nuestras manos cambiar el rumbo de nuestro planeta si somos capaces de generar una nueva forma de pensar, actuar o sentir, que poco a poco se materialice en nuevas formas de convivencia.
¿Realmente influyen nuestros pensamientos y los sentimientos en tal medida?, ¿Su influencia es real o fruto de la fantasía popular? Sabemos por distintos experimentos, como por ejemplo los llevados a cabo por Masaru Emoto en sus investigaciones sobre el agua (Mensajes del agua, 2003) que los pensamientos y las palabras habladas o escritas son capaces de generar un tipo de energía no visible que influye sobre la cristalización de las moléculas. Un pensamiento de paz hace que una molécula de agua cristalice de una forma completamente diferente a como lo haría el pensamiento de violencia, siendo en el primer caso cristalizaciones perfectamente ordenadas y simétricas, mientras que en el segundo aparecen estructuras desordenadas e irregulares.
En otro nivel de investigación de la realidad, conectado con el tema que estamos tratando, se sitúan las investigaciones del físico francés Alain Aspect (1982). En ellas, junto con su equipo, descubre que sometiendo a ciertas condiciones a partículas subatómicas, como los electrones, eran capaces de comunicarse entre sí con independencia de la distancia que las separase. Parecía que cada partícula individual supiera qué estaban haciendo todas las demás.
El físico cuántico David Bohm (Totalidad y el Orden implicado, 2000) exploró la unidad del universo por medio de lo que él llama “orden implicado”, que se encontraría presente en todos los seres y las cosas. Dio una respuesta a los experimentos de su colega francés opinando que sus descubrimientos implicaban la realidad objetiva no existe siendo una especie de gigantesco holograma la realidad en la que vivimos.
Para Bohm el motivo por el cual las partículas subatómicas permanecían en contacto con independencia de la distancia, reside en el hecho de que es una ilusión. Explica su teoría con un sencillo ejemplo: Imaginemos que a través de dos monitores observamos el mismo pez. En uno de ellos aparece de frente, y en otro de lado. Podría pensarse en un principio que son entidades diferentes y separadas. Podríamos pensar que son dos peces distintos e incluso creer que se comunican entre ellos a la vez. Sin embargo, al cabo de un tiempo, veríamos que hay cierta unión entre ellos, e incluso seguramente que se trata de un solo pez. Con las partículas subatómicas estaría pasando algo parecido, según Bohm. La aparente conexión entre éstas partículas nos estaría advirtiendo de un nivel más profundo de la realidad al que, de momento, no tenemos acceso. En realidad, en ese nivel, las partículas estarían conectadas entre sí, y puesto que tu, yo y todos los objetos y seres de nuestra realidad estarían constituidos por partículas como éstas, y otras, todos formaríamos parte de una inmensa red de carácter holográfico donde el fenómeno de la localidad se resquebraja al estar todo interrelacionado y unido.
Multitud de investigadores, máximos exponentes de lo nuevo, y herejes a la vez, muestran un multiuniverso en el cual cada una de sus partes, desde las partículas subatómicas pasando por una gota de agua, un ser humano, y hasta las agrupaciones de galaxias estarían conectadas, compartiendo información entre sí de forma simultánea y constante. Quizás, la realidad física manifiesta parte de ese gran holograma del que formamos parte y sería nuestra conciencia quien lo recorrería reconociéndolo en sus más variopintas manifestaciones.
El ser humano de la Tierra es cada vez más consciente de la necesidad de empezar a utilizar todo el potencial que lleva dentro de sí mismo. Si todos y todo está conectado, tal y como nos avanza la física cuántica, deberíamos empezar a plantearnos seriamente la posibilidad de que los seres humanos como sujetos individuales, son los primeros y últimos responsables de la realidad que crean y viven a diario, tanto en el presente como para las generaciones futuras, y que el hecho de una transformación global de la humanidad pasa inexorablemente por el cambio de un individuo… de otro… y otro… y otro más, así hasta llegar a un enésimo sujeto,… supongamos que fuese el número cien, y que al cambiar ese centésimo humano, generaría una explosión de conocimiento que se transmitiría automáticamente al resto congéneres del planeta, provocando grandes corrientes de cambios planetarios que a modo de contracciones de un parto darían lugar al nacimiento una nueva era de seres humanos, una nueva humanidad. Esa nueva era que tanto esperamos que se materialice, debería nacer antes en el interior de cada uno de nosotros para luego expandirse. Seamos conscientes de lo que implica colaborar con esa masa crítica silenciosa que forman millones de personas en todo el planeta. Millones de seres que desean vivir en un mundo diferente pero que se creen desconectados cuando lo que apuntan las investigaciones es a todo lo contrario. Aprovechemos el río de conocimientos y transmisión de información que suponen las nuevas tecnologías (internet,, móvil,…), para conectar con esas ideas, sentimientos y actitudes que hablan de unión entre los seres humanos, de comprensión, de aceptación, de paz, de comunicación, de vivir la vida con esos valores que nuestra sociedad parece haber dejado en un segundo plano, y en definitiva, para dejarnos empapar de lo nuevo y formar parte de una cadena de transmisión que potencie lo global. Integremos y actualicemos, con la información que ahora tenemos, el hecho de que el todo es mayor que la suma de las partes.
Nuestro planeta y su futuro, es responsabilidad de todos y cada uno de nosotros, de nadie más. Intentemos no dar energía a lo que nos separa, a lo que nos divide. Abandonemos lo malo conocido y abrámonos a lo nuevo por conocer, cojamos nuestra batata llena de arena, hagamos algo nuevo con ella -como los monos japoneses- y daremos sentido a las palabras implicación, compromiso y humanidad, a su principal representante, el ser humano y a la herramienta que es capaz de cambiar en cada instante el futuro: el libre albedrío, escoltado por la mente y el corazón y trabajando con esos niveles sutiles que nos cuentan los investigadores más avanzados.
Intentemos ser un poco más conscientes de nuestro potencial como grupo para cambiar el planeta, pero antes, ¿Te atreves a ser tú el centésimo humano? …Yo sí.
Starviewer Team
Bibliografía
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Fuente: Star Viewer