Animales
Me cuesta entender que la caza de un determinado animal suscite más rechazo que la de otro; como que quien abomina de los abrigos de visón se compre zapatos de piel de cerdo. O que los que llaman asesinos a los toreros coman carne de cordero, los que descalifican a los que comen carne de cordero consuman atunes o caracoles y que casi todos ellos usen medicinas creadas a partir de experimentos con animales. De vez en cuando, los amigos me envían unos adjuntos que piden firmas contra la caza del lobo o la matanza de las focas. Son unos documentos en los que existe la posibilidad de hacer comentarios y eso permite a algunos de los firmantes expresar sus deseos de que los cazadores se disparen en las pelotas o de que sean despellejados ellos y sus madres, así como de insultar a los pastores y propugnar un mundo con menos ovejas, que dan asco, y con más lobos, como quería nuestro añorado Félix. Una muestra de incultura tan escalofriante que parece obligado reflexionar sobre la conveniencia de seleccionar a los partidarios aún a riesgo de ser menos.
Puede que la cuestión consista en saber de qué estamos hablando. Porque a veces creemos estar hablando de animales y en realidad no hemos dejado de hablar de nosotros mismos, de nuestra manera antropocéntrica de entenderlo todo, de nuestro concepto de belleza, que nos hace compadecernos de un delfín más que de una ladilla, de la proyección de nuestra ética, que considera “noble” a un lobo y “falsa” a una hiena, de frustraciones transmitidas por nuestros padres, de esa compulsión de formar parte de un bando para ocultar nuestro desconcierto. El odio de quien mataría a un hombre para salvar a un animal es tan odio como el de quien mata a un animal para subsistir, para divertirse o para tener una vida más cómoda: se crea un dolor para aliviar otro dolor y así sucesivamente, hasta que nos llegue el momento de salir de la rueda y despertar.
Mientras tanto, sería muy recomendable revisar nuestros hábitos antes de anatemizar a nadie. Cuando firmar se ha convertido en algo tan sencillo como apretar un botón, el hacerlo no nos convierte en militantes de nada. Pero vivimos tiempos en los que todo es tan fácil que se nos olvida que una militancia exige una cierta coherencia y que la coherencia exige una cierta renuncia. Alcanzarlas es un largo camino, que no excluye la crítica, ni el radicalismo ni la firmeza, pero que no tiene mucho que ver con cosas como esas pataletas en la Red
Luisa Cuerda