Los ritos son el sistema natural para recuperar la conciencia de estar vivos
Para que cualquier empresa humana llegue a trascender, es necesario que un mismo sentido y sentimiento una las voluntades de los participantes
Hoy vivimos a tal velocidad que no caemos en la cuenta de que estamos vivos. La pérdida de los ritos ha desdibujado esta conciencia de estar vivos porque el rito es la forma de sentir el poder, la fuerza y la capacidad transformadora que tiene el individuo cuando está con otros mirando hacia un mismo objetivo y con una única voluntar de ser y hacer. De la misma forma que la Naturaleza se conmueve y se revitaliza a través de los ritos de puesta en marcha y de renovación periódica de sus leyes, la conciencia de estar vivos se consigue con los otros, cuando celebramos, aprovechando cualquier oportunidad, la gran realidad de estar juntos viviendo unas mismas experiencias desde las distintas individualidades. Por Alicia Montesdeoca.
El rito está animado por un poder inmanente, una especie de virtud espiritual.
Marcel Mauss
Las sociedades, especialmente las agrícolas, a lo largo de toda su historia, han afirmado su identidad a través de aquellos procesos físicos que se manifestaban en los individuos (nacimiento, imposición del nombre, pubertad, matrimonio, muerte, etc.), en la naturaleza que les envolvía (cambios de estaciones, por ejemplo) y a partir de las actividades y las relaciones que se establecían entre los humanos y el entorno (la caza, la pesca o cualquiera de los momentos agrícolas). Estos procesos señalaban variaciones trascendentales, para la comunidad y para sus componentes, de cara al futuro inmediato, o más distante.
Tras observar el comportamiento cíclico de los fenómenos, los hombres y las mujeres muestran, asimismo, su voluntad de que aquellos se produzcan en su beneficio. Para ello es preciso que las fuerzas de la vida colaboren con las intenciones y los valores del grupo humano.
Esta puede ser una de las razones que propició el surgimiento, en el nivel individual y en el colectivo, de ceremonias para convocar a las fuerzas internas de lo manifestado y buscar, de esta manera, que la voluntad creadora, transformadora o destructiva de dichas fuerzas (suponiéndole valores humanos a las leyes cósmicas) actuaran en beneficio de los individuos y de los colectivos inteligentes.
Así, las ceremonias se convirtieron en la expresión simbólica de los objetivos, las intenciones y los valores de las colectividades. Los ritos se celebraban en los momentos cumbres de la vida de los pequeños o grandes grupos humanos, para propiciar a las fuerzas sobrenaturales.
Vueltas de la conciencia
Los rituales fijaban las formas en que lo simbólico se tenía que representar (ofrendas, rezos, danzas, etc.), promoviendo, con estas formas, la integración social, la solidaridad del grupo, la trasmisión, renovación y revitalización de sus valores.
La recreación hoy de todo ese proceso nos lleva a pensar en las múltiples vueltas que da la conciencia humana para comprender y para llegar a conectar con su propio espíritu, y con la conexión que éste tiene con las fuerzas no manifestadas, que mueven los procesos en toda la realidad.
Con el rito se reconoce la pertenencia a alguna realidad no comprensible que es respetada, pese al desconocimiento de su naturaleza absoluta; a través de él se toma conciencia de las limitaciones que se tienen para enfrentar la experiencia del momento que vive el individuo y la colectividad, pero se espera participar de la grandeza del universo, potenciando las capacidades propias y del entorno a través de los rituales elegidos, etc.
Las vivencias que las experiencias de los ritos producían en nuestros antepasados, garantizaban la permanencia de estos, hasta tal extremo, que hoy, en nuestras sociedades desarrolladas de capitalismo tardío, muchos de aquellos ritos y rituales se perpetúan.
Resurgimiento de los ritos
Y, a pesar de la llamada secularización social, los ritos resurgen adoptando espacios y formas nuevos, junto a los heredados, y revitalizando las intenciones de siempre.
Pero, poco a poco, aquellos seres humanos establecieron categorías para expresar sus pensamientos, sus sentimientos, para delimitar el conocimiento que acumulaban, y clasificaron la naturaleza por reinos, sus manifestaciones como fenómenos previsibles y la búsqueda de sus necesidades física y espirituales se quedaron determinadas por los logros del desarrollo económico.
El precio, “momentáneo”, de la individualización, de la creación de fronteras para explicar y explicarse, fue la pérdida de la conciencia de ser uno con toda la realidad; la “desplegada ” (David Bohm), ante su capacidad de observación y compresión, y la “implicada ”, que aún tiene que descubrir y reconocer.
No pretendemos llegar a ninguna conclusión ni teoría sobre la esencia del espíritu. Muchas filosofías se han encargado de buscar una explicación, se ha dogmatizado mucho sobre ello, y también se han creado muchas religiones para dar orientación a esa fuerza (también para encorsetarla), y hasta la racional y positiva ciencia ha pretendido llegar, de alguna forma, a interpretar la naturaleza de esta realidad.
En la superficie
Sin embargo, parece que sólo se ha alcanzado a rascar su superficie. Es nuestra perspectiva limitada la que impide ir más lejos y nosotros no nos sentimos capaces de llegar a donde los demás no han llegado. Tampoco es ésa nuestra pretensión.
Aquí sólo se pretende abogar por la necesidad de mantenerse conscientes de nuestras otras posibles dimensiones, aquellas que nos permiten sobrevolar por encima de la superficie de lo terrestre y nos hacen sentirnos creadores, capaces de desarrollar la imaginación, de fomentar la voluntad, de dirigir nuestras acciones hacia objetivos concretos, de vivir con esperanza y de amar lo que sale de nuestras manos. Porque, en todo ello se expresa la dignidad de un ser humano.
Con la pérdida de los ritos se desdibuja el sentido del vínculo como una expresión de la solidaridad con el otro; como el estado de pertenencia a algo fuera del individuo; como el sentimiento de estar acompañado; como la aceptación del dolor de la soledad anímica que expresan la complejidad y naturaleza de nuestra propia esencia.
El rito es el momento cumbre de comunicación con el otro y con los otros. Es la forma de sentir el poder, la fuerza y la capacidad transformadora que tiene el individuo cuando está con otros mirando hacia un mismo objetivo y con una única voluntar de ser y hacer.
Unión de sentimientos y voluntades
Por todo eso es por lo que resultan necesarios los ritos a la hora de llevar a cabo cualquier proyecto, sea éste el comienzo del curso escolar (en cualquiera de sus niveles), el nacimiento de una nueva etapa vital, la constitución de una organización, o simplemente la comida de cada día.
No estamos hablando de ritualizar porque sí la actividad social. Estamos diciendo que para que cualquier empresa humana llegue a trascender, y para que con ella trascienda la experiencia de cada uno de los individuos que participan, es necesario que un mismo sentido y sentimiento una las voluntades de los participantes.
Para ello es imprescindible que se exprese, de alguna manera, la conciencia de la trascendencia de los hechos que vivimos, tanto cuando éstos se inician como cuando finalizan y dan paso a una nueva etapa.
Si esto nuestros ancestros lo conseguían con los ritos, ¿qué fórmulas válidas, para la mujer y el hombre de hoy, hay que buscar para revitalizar, renovar y dar sentido a todo lo que emprendemos diariamente sin que ello suponga quedar atrapados por los dogmas?.
Instantes de eternidad
Pero para llegar al ritual hay que sentir que el espíritu inunda nuestro cuerpo, que está presente en todo lo que percibimos fuera, que se proyecta y que vitaliza nuestras obras, que trasciende el espacio y el tiempo. Y vivir en el espíritu significa saber, percibir y entender que el ser humano es algo más que la materia manifestada. Que esa materia es la forma adoptada por la combinación de infinitos factores en un instante de la eternidad.
El ritual es necesario porque a través de él se vehiculan las fuerzas internas que nutren cualquier creación. Sentir esas fuerza internas es sentir las sensaciones que produce la conciencia de estar vivos. A través de esa conciencia accedemos al placer, accedemos a la felicidad esencial, accedemos al éxtasis que transmite un rayo de sol, el olor de una flor, el canto de un pájaro en el anochecer de la primavera, la mirada tierna de un niño, el amor fresco de una pareja que se abraza al encontrarse.
Porque lo cierto es que no hay nada más desolador que observar con cuánta frialdad se comienza y se termina el curso en cualquier centro escolar; con cuánta prisa se hace el desayuno o cualquier comida ( cuando no es que la televisión está por medio); cómo se acumulan las tensiones en el trabajo porque no hay tiempo, entre otras razones, para ir limando los problemas de la convivencia e ir restableciendo y actualizando el sentido del proyecto, y los objetivos a alcanzar con él, los cuales justifican la actividad y la relación. Hoy hay tal velocidad por consumir tiempo que no caemos en la cuenta de que estamos vivos.
A causa de esa velocidad que todo lo imprime, y en la creencia de que es necesaria para ser eficaces en nuestros objetivos, nos olvidamos de cuánta importancia tenían, y tienen aún en otras culturas, los ritos de paso, los de enamoramiento, los de nacimiento y muerte.
Ritos naturales
Y, sin embargo, si quisiéramos, podríamos ver a nuestro alrededor ejemplos de ello. Ahí está la naturaleza acudiendo puntualmente a cada una de sus celebraciones: en las estaciones; en los ciclos lunares; en las salidas y en las puestas del sol, en lo micro y en lo astronómico. Toda ella, de esta forma, se conmueve y se revitaliza a través de los ritos de puesta en marcha y de renovación periódica de sus leyes.
Mientras, el hombre y la mujer, confundidos culturalmente, violentan su propia naturaleza y atrofian sus facultades, porque dejan de ser conscientes de sus pasos a través de los saltos de madurez humana; de las transformaciones que experimentan cuando se socializa su convivencia al acceder a la escuela, a la universidad o al trabajo, y cuando desconocen la conmoción que se produce, en toda su naturaleza y en la vida social de su entorno, en el momento en que se enamoran, se constituyen como una pareja y se reproducen.
Así, perdida la conciencia de la riqueza alcanzada detrás de cada experiencia, sus afanes se centran en los tópicos sobre felicidad, poder y belleza y olvidan que su conciencia de individuo y de ser social tiene mucho que ver con una realidad a la que pertenecen, indefinible por su complejidad, y a la cual sólo puede acceder trascendiendo sus propias limitaciones presentes.
La conciencia de ello la consiguen con los otros, pero sólo cuando celebran, aprovechando cualquier oportunidad, la gran realidad de estar juntos viviendo unas mismas experiencias desde sus distintas individualidades.