ñeces, como una vida sin grandes derroteros,
como un alma que nadie divisa, porque en el
entretejido del mundo se pierde tu fisonomía.
No se ve tu ornamentación porque vives en
la parte de "atrás", eres ese "componente invi-
sible" sin el cual el mundo se derrumbaría.
Eres el engranaje que lo configura, el
músculo que lo sostiene, la piel que lo recubre,
la sangre que lo circula.
Hay mucha grandeza en ese nudo, esa aguja,
esa varilla, ese cordel, ese tornillo y esa parcelita.
Aunque te parezca nada, eres mucho.
Una mano superando a la máquina.
Un atajo buscando la esperanza. Una obra sobre-
pasando al tiempo. Un remolino desperatando
al corazón.
Un afluente para llenar el rió, Una llamita para
prender la hoguera. Un viento para agitar el
pensamiento. Un columpio para mecer las ilusio-
nes. Un canal para volcarse en los demás.
Una entre millones, nutriendo y espesando
el mundo.
Un banquito para descansar. Un ancla para
los que navegan. Una brújula para los que se
confunden. Una señal para los que pasan. Un
pañuelo para los que lloran.
Una entre millones, marchando al compás de
los demás, para salvarse juntos.
Un alma donde Dios se queda, porque de
pequeñeces funciona el universo.
Zenaida Bacardí de Argamasilla