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Alimentación: El negocio de matar de hambre
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De: Marti2  (Mensaje original) Enviado: 02/03/2010 22:29

Crisis alimentaria mundial

El negocio de matar de hambre

Desde Haití hasta Camerún, pasando por Bangladesh, la gente se ha lanzado a las calles llevada por la rabia de no poder comprar alimentos. ¿Auge de precios? No. ¿Escasez de alimentos? Tampoco. Éste es el análisis que hace la organización Grain sobre un colapso donde muchos pierden y unos pocos salen ganando.

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GRAIN | ONG que promueve el uso sostenible de la biodiversidad agrícola

Desde hace varios meses, una verdadera tormenta por el alza del costo de los alimentos en todo mundo tiene en vilo a familias, gobiernos y medios de comunicación. El precio del trigo aumentó un 130% en el último año; el del arroz se duplicó en Asia tan sólo en los últimos tres meses, al tiempo que alcanzó aumentos récords en el mercado de futuros de Chicago hace apenas una semana. Desde Haití hasta Camerún, pasando por Bangladesh, la gente se ha lanzado a las calles llevada por la rabia de no poder ya comprar alimentos. Hay dirigentes mundiales que reclaman más ayuda alimentaria ante el temor de una agitación política, así como más fondos y tecnología para aumentar la producción agrícola. Mientras, los países exportadores de cereales cierran sus fronteras para proteger sus mercados internos, a la vez que otros se ven forzados a comprar por el pánico a la escasez. ¿Auge de precios? No. ¿Escasez de alimentos? Tampoco. Nos encontramos en medio de un colapso estructural, consecuencia directa de tres décadas de globalización neoliberal.

El sector agrícola tuvo en todo el mundo una producción récord de 2.300 millones de toneladas de granos en 2007, un 4% más que el año anterior. Desde 1961, la producción mundial de cereales se ha triplicado, mientras que la población se ha duplicado. Es cierto que las reservas están en el nivel más bajo de los últimos 30 años pero, en resumidas cuentas, se produce suficiente cantidad de alimentos en el mundo. Sin embargo, no llega a quienes los necesitan. De hecho, una vez atravesada la fría cortina de las estadísticas, es posible darse cuenta de que algo está fundamentalmente mal en nuestro sistema alimentario.

Los promotores de las políticas que han dado forma al actual sistema mundial alimentario -y que supuestamente son los responsables de evitar tales catástrofes- han ofrecido una serie de explicaciones sobre la crisis actual que todo el mundo ya ha escuchado una y otra vez: la sequía y otros problemas que afectan a las cosechas; aumento de la demanda en China e India, donde la gente aparentemente se está alimentando más y mejor; cultivos y tierras que se reconvierten masivamente hacia la producción de agrocombustibles; y un largo etcétera.

Pero hay otra realidad que se suele silenciar, y es que la actual crisis alimentaria es el resultado de la presión permanente ejercida desde la década de 1960 hacia el modelo agrícola de la Revolución Verde y de la liberalización del comercio y las políticas de ajuste estructural impuestas a los países pobres por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional desde la década de 1970.

Aquel proceso ha ido perfeccionándose con el tiempo y durante el mismo las tierras fértiles fueron reconvertidas de la producción de alimentos para abastecimiento de un mercado local a la producción de commodities (mercancías mundiales para la exportación) o cultivos de contra-estación y de alto valor para abastecer los supermercados occidentales. Hoy, aproximadamente el 70% de los llamados países en desarrollo son importadores netos de alimentos. Y de las 845 millones de personas con hambre en el mundo, 80% son pequeños agricultores y agricultoras. Si a esto se le agrega la readecuación del crédito y los mercados financieros para crear una enorme industria de la deuda, sin control sobre los inversionistas, la gravedad del problema queda clara.

La política agrícola ha perdido totalmente el contacto con su objetivo más fundamental de alimentar a la gente. El Programa mundial de alimentos de Naciones Unidas estima que hay unos 100 millones de personas más que no pueden comer debido al espectacular alza de precios reciente. Esto tiene a los gobiernos buscando frenéticamente cómo protegerse del sistema. Los afortunados que tienen existencias para exportar están retirándose del mercado mundial para separar sus precios internos de los astronómicos precios internacionales. En el caso del trigo, la prohibición de exportarlo o las restricciones aplicadas en Kazajstán, Rusia, Ucrania y Argentina, significa que un tercio del mercado mundial ha sido clausurado. La situación con el arroz es aún peor: China, Indonesia, Vietnam, Egipto, India y Myanmar han prohibido o restringido severamente las exportaciones, dejando unas pocas fuentes de suministro para la exportación, principalmente Tailandia y Estados Unidos. Países como Bangladesh ni siquiera pueden comprar el arroz que hoy necesitan debido al alto precio del mismo.

Después de que el Banco Mundial y el FMI aconsejaran durante años a todos los países que un mercado liberalizado les aportaría mayor eficiencia en la producción y distribución de alimentos, los países más pobres del mundo se encuentran inmersos en una intensa puja contra especuladores y comerciantes, quienes, por su parte, están viviendo una verdadera época de bonanza.

Esta situación no es accidental. Miren a Haití. Pocas décadas atrás se autoabastecía de arroz. Pero las condiciones de los préstamos externos, en particular un programa del FMI de 1994, lo forzó a liberalizar su mercado. Así, desde Estados Unidos comenzó a llegar arroz barato, con el apoyo de subsidios y corrupción, y la producción local fue erradicada. Ahora los precios del arroz han aumentado un 50% desde el año pasado, y el haitiano medio no puede comerlo. Las protestas por la crisis alimentaria también han estallado en África Occidental, desde Mauritania hasta Burkina Faso.

Los que se están beneficiando

Nunca como ahora ha resultado tan obvia la cruda verdad sobre quién gana y quién pierde en nuestro sistema alimentario mundial. Uno de los ejemplos es el del mercado mundial de fertilizantes. En el contexto actual de ajustadas existencias de alimentos, la pequeña camarilla de empresas que controlan este negocio puede cobrar lo que quiera, y eso es exactamente lo que está haciendo. Las ganancias de Mosaic Corporation, empresa de Cargill que controla gran parte de la oferta de potasa y fosfato, aumentaron más del doble el año pasado. La mayor empresa productora de potasa del mundo, Potash Crop, de Canadá, obtuvo más de mil millones de dólares de ganancias, lo que equivale a más de un 70% con relación a 2006.

En abril de 2008, la filial comercial offshore (empresa creada en un paraíso fiscal) conjunta de Mosaic y Potash aumentó los precios de la potasa en un 40% para los compradores del Sudeste asiático y en un 85% para los de América Latina. India tuvo que pagar un 130% más que el año pasado. Pero fue China quien se llevó la peor parte, fustigada con un alza de un 227% en su cuenta de fertilizantes con respecto al año anterior.

Si bien está haciendo mucho dinero con los fertilizantes, para Cargill éste es tan solo un negocio secundario. Sus mayores ganancias provienen del comercio mundial de commodities agrícolas, el cual monopoliza en gran parte. El pasado 14 de abril, Cargill anunció que las ganancias que había obtenido del comercio de commodities en el primer trimestre de 2008 aumentaron un 86% con respecto al mismo periodo del año anterior.

En realidad, todos los grandes comerciantes de granos están logrando ganancias récord. Bunge, otro gran comerciante de alimentos, en el último trimestre fiscal de 2007 tuvo un aumento en sus ganancias de 245 millones de dólares, un 77% con respecto al mismo periodo el año anterior. ADM, el segundo mayor comerciante de granos del mundo, experimentó un aumento del 65% en sus ganancias de 2007, llegando a un récord de 2.200 millones de dólares. Charoen Pokphand Foods, de Tailandia, es una importante empresa asiática; para este año anuncia un aumento impresionante de sus ingresos, que calcula en un 237%.

Las grandes firmas mundiales procesadoras de alimentos, algunas de las cuales actúan además en la comercialización, también se están llenando los bolsillos. Las ventas mundiales de Nestlé crecieron un 7% el año pasado. «Lo veíamos venir, así que nos protegimos comprando materias primas por anticipado», ha afirmado François-Xavier Perroud, portavoz de Nestlé. Los márgenes están subiendo también en Unilever. «No sacrificaremos nuestros márgenes ni nuestra participación en el mercado», ha llegado a decir Patrick Cescau, miembro del Directorio de Unilever.

Las empresas de alimentos también están sacando tajada. El rey de los supermercados británicos, Tesco, dice que sus ganancias aumentaron un 12,3% con respecto al año anterior, un récord alto. Otros almacenes importantes, como el francés Carrefour y el estadounidense Wal-Mart, dicen que las ventas de alimentos son el principal factor que contribuye al incremento de sus ganancias. La división mexicana de Wal-Mart, Wal-Mex, que maneja un tercio del total de ventas de alimentos en México, informó de un aumento del 11% en sus ganancias para el primer trimestre de 2008, mientras la gente hace manifestaciones callejeras porque no puede costearse más las tortillas.

A las compañías de semillas y agroquímicas también les está yendo bien. Monsanto, la mayor firma de semillas del mundo, declaró que las ganancias generales aumentaron un 44% en 2007 con respecto al año anterior. DuPont, la compañía mundial de semillas número dos, dijo que sus ganancias por la venta de semillas en 2007 aumentó un 19% con relación a 2006, mientras que Syngenta, la empresa número uno de plaguicidas y número tres de semillas, obtuvo un 28% más de ganancias en el primer trimestre de 2008.

¿Soluciones? Las mismas recetas

Parece que casi todos los actores empresariales de la cadena mundial de alimentos están ganando una fortuna con la crisis alimentaria. Esos récords de ganancias no tienen nada que ver con algún valor nuevo que estén produciendo esas empresas y tampoco son ganancias inesperadas recibidas de algún brusco cambio de la oferta y la demanda. Es un reflejo del poder extremo que esas intermediarias han acumulado con la globalización del sistema alimentario.

Íntimamente vinculadas con la formulación de las normas de comercio que rigen el sistema alimentario actual y con un estrecho control de los mercados y de los sistemas financieros cada vez más complejos a través de los cuales opera el comercio mundial, esas empresas están en una posición perfecta para convertir la escasez de alimentos en pingües beneficios. La gente tiene que comer, cualquiera que sea el costo.

El presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, ha intentado convencer al mundo con su exhortación de establecer un «Nuevo Acuerdo» para resolver la crisis alimentaria. Pero el sonsonete de sus relaciones públicas, replicado entusiastamente por otros organismos, representa tan sólo más de lo mismo: más liberalización del comercio, más tecnología y más ayuda.

Lo que el año pasado comenzó como una crisis localizada de préstamos hipotecarios en los Estados Unidos se ha manifestado ahora en una situación en la que se ha tomado conciencia de que los emperadores del sistema financiero mundial no tienen ropas. Es el mismo tema con los alimentos: una elite ideológica ha obligado a los países a abrir drásticamente los mercados y dejar que rija el libre mercado, para que unas pocas megaempresas, inversionistas y especuladores puedan hacer mucho dinero.

Si bien es necesario aplicar medidas inmediatas para bajar los precios de los alimentos y hacer que éstos lleguen a quienes los necesitan, también es imperioso dar un giro radical en la política agrícola, de manera que los pequeños agricultores de todo el mundo tengan acceso a la tierra y puedan vivir de lo que ella les da. Dicho de otra manera, necesitamos soberanía alimentaria.

Gara



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