Y además existe el dugongo, un mamífero acuático similar al manatí que parece un cruce entre una morsa y un delfín y que fue la inspiración probable del mito de la sirena. Sólo 50 especímenes de esta especie en peligro siguen viviendo en las aguas marinas amenazadas por la propuesta nueva base cerca de la menos poblada Nago. En un caso que marca un hito, abogados japoneses y ecologistas estadounidenses presentaron una demanda en un tribunal federal de EE.UU. para bloquear la construcción de la base y salvar al dugongo. Para ser realistas, incluso si el Pentágono estuviera dispuesto a apelar el caso hasta llegar a la Corte Suprema, abogados y ecologistas podrían involucrar a los militares de EE.UU. en papeleo legal y burocrático durante tanto tiempo que la nueva base podría permanecer para siempre en la etapa de planificación.
Por razones ecológicas, políticas y económicas, el abandono del acuerdo de 2006 es algo obvio para Tokio. Ante la insistencia de Washington de retener una base de poca importancia estratégica, sin embargo, el desafío para el PDJ ha sido encontrar otro sitio que Nago. El gobierno japonés jugó con la idea de fusionar la instalación de Futenma con instalaciones existentes en Kadena, otra base de EE.UU. en la isla. Pero ese plan – así como una posible reubicación en otras partes de Japón – ha provocado una dura resistencia local. Una propuesta para expandir las instalaciones en Guam fue rechazada por el gobernador de la isla.
La solución a todo esto es evidente: cerrar Futenma sin abrir otra base. Pero hasta ahora, EE.UU. se niega a facilitar las cosas a los japoneses. De hecho, Washington hace todo lo que puede por acorralar al nuevo gobierno en Tokio.
Aumentando la presión
La presencia militar de EE.UU. en Okinawa es un residuo de la Guerra Fría y un compromiso de EE.UU. de contener a la única potencia militar en el horizonte que podría amenazar la supremacía militar estadounidense. En los años noventa, la solución del gobierno de Clinton ante el ascenso de China fue “integrar, pero protegerse.” La protección – contra la posibilidad de que China desarrollara una tendencia maligna – se centró en una alianza EE.UU.-Japón fortalecida y un disuasivo militar japonés creíble.
Lo que no anticiparon el gobierno de Clinton y sus sucesores fue hasta qué punto China desarmaría esa estrategia de protección efectiva y pacíficamente con una cuidadosa habilidad política y una vigorosa política comercial. Una serie de países del sudeste asiático, incluidas las Filipinas e Indonesia, sucumbieron rápidamente a la versión china de la diplomacia de la chequera. Entonces, en la última década, Corea del Sur, como los japoneses actualmente, comenzó a hablar de establecer relaciones “más igualitarias” con EE.UU. en un esfuerzo por no ser involucrada en algún futuro lío militar entre Washington y Beijing.
Ahora, cuando sus archiconservadores se han ido del gobierno, Japón a siente visiblemente atraído por los encantos de China. En 2007, China ya ha sobrepasado a EE.UU. como el principal socio comercial del país. Al devenir primer ministro, Hatoyama propuso sensiblemente el futuro establecimiento de una comunidad del este asiático según el modelo de la Unión Europea. Desde su punto de vista, eso apalancaría la posición de Japón entre una China en ascenso y un EE.UU. en declinación. En diciembre, mientras Washington y Tokio estaban regateando amargamente por el tema de la base de Okinawa, el dirigente del PDJ, Ichiro Ozawa envió una señal a Washington así como a Beijing al conducir una delegación de 143 miembros de legisladores de su partido en una visita de cuatro días a China.
No es sorprendente que la política de deslumbramiento de China haya hecho sonar la alarma en Washington, donde la República Popular sigue siendo un centro de preocupación primordial para un grupo de planificadores estratégicos dentro del Pentágono. La base de Futenma – y su potencial reemplazo – estaría bien situada, si Washington decidiera algún día enviar unidades de reacción rápida al Estrecho de Taiwán, al Mar del Sur de China, o a la península coreana. A los planificadores estratégicos en Washington les gusta hablar de la “tiranía de la distancia,” de la dificultad de colocar “botas en el terreno” desde Guam o Hawaí en caso de una emergencia en el este asiático.
Sin embargo, el verdadero valor estratégico es, en el mejor de los casos, cuestionable. Los surcoreanos son más que capaces de encarar cualquier contingencia en la península. Y EE.UU., tiene francamente suficiente poder de fuego por aire (Kadena) y mar (Yokosuka) dentro de una distancia de emergencia de China. Un par de miles de marines no influirán considerablemente en el resultado (aunque estos últimos estén vigorosamente en desacuerdo). Sin embargo, en un medio político en el cual el Pentágono enfrenta difíciles alternativas entre el financiamiento de guerras de contrainsurgencia y viejos sistemas de armas de la Guerra Fría, el lobby de la “amenaza china” no quiere ceder en nada. El que no se pueda reubicar la base de Futenma dentro de Okinawa podría ser el primer paso por una ladera resbaladiza que podría potencialmente arriesgar miles de millones de dólares en armas de la Guerra Fría que todavía están en la línea de producción. Es difícil justificar la compra de todos esos juguetes sin tener un sitio donde jugar con ellos.
Y es un motivo por el cual el gobierno de Obama se ha lanzado a presionar a Tokio para que se adhiera al acuerdo de 2006. Incluso envió al secretario de defensa Robert Gates a la capital japonesa en octubre pasado, antes del tour asiático del presidente Obama. Como un padre impaciente que reconviene a un adolescente renegón, Gates sermoneó a los japoneses “para que sigan adelante” y se ajusten al acuerdo – irritando tanto al nuevo gobierno como al público.
La expertocracia se ha mantenido unida tras un consenso partidario en Washington de que el nuevo gobierno japonés debería acostumbrarse tanto a su condición inferior como su predecesor y dejar de hacer líos. El gobierno de Obama está frustrado con “el manejo superficial del tema por Hatoyama,” escribe Fred Hiatt, editor de la página editorial del Washington Post. “Lo que ha resultado de que el señor Hatoyama no enuncie una estrategia o plan de acción claro es el mayor vacío político en más de 50 años,” agrega Victor Cha, ex director de asuntos asiáticos del Consejo Nacional de Seguridad. Ninguno de los dos analistas reconoce que la única “falta de acción” o acción “superficial” de Tokio fue hacerle frente a Washington. “La disputa podría debilitar la seguridad en el este de Asia en el 50 aniversario de una alianza que ha servido bien a la región,” entonó sin rodeos The Economist. “Por duro que sea para el nuevo gobierno de Japón, tiene que hacer la mayor parte de las concesiones, aunque no todas.”
El gobierno de Hatoyama no es en nada radical, ni es antiestadounidense. No se prepara para exigir que se cierren todas las bases de EE.UU., ni siquiera muchas de ellas. Ni siquiera se prepara para cerrar ninguna de las demás tres docenas (o algo así) de bases en Okinawa. Su modesto retiro se limita a Futenma, donde se encuentra entre la roca de la opinión pública japonesa y la dureza de la presión del Pentágono.
Los que prefieren lograr los objetivos de Washington con Japón de un modo más indirecto, aconsejan tener paciencia. “Si EE.UU. menoscaba al nuevo gobierno japonés y crea resentimiento en el público japonés, una victoria respecto a Futenma podría ser pírrica,” escribe Joseph Nye, el arquitecto de la política asiática de EE.UU. durante los años de Clinton. Los expertos en Japón instan a que EE.UU. espere hasta el verano cuando el PDJ haga un intento de obtener suficientes escaños en las próximas elecciones parlamentarias para librarse de sus socios de la coalición, si considera necesaria una acción semejante.
Incluso si el Partido Socialdemócrata ya no presenta constantemente el tema de la base en Okinawa en el gobierno, el PDJ todavía tiene que encarar la democracia en la base. Los okinaweses están totalmente opuestos a una nueva base. Los residentes de Nago, donde se construiría esa base, acaban de elegir a un alcalde que hizo campaña con una plataforma contra la base. No causaría una buena impresión si el partido que finalmente ha introducido una verdadera democracia en Tokio la aplastara en Okinawa.
Salto de las islas a la inversa
Dondequiera los militares de EE.UU. colocan su pié en el extranjero, han aparecido movimientos para protestar contra las consecuencias militares, sociales y ecológicas de sus bases militares. Este movimiento contra las bases ha logrado algunos éxitos, como ser el cierre de una instalación de la armada de EE.UU. en Vieques, Puerto Rico, en 2001. El movimiento también ha dejado su huella en el Pacífico. Después de la erupción del monte Pinatubo, activistas por la democracia en las Filipinas clausuraron con éxito la Base Clark de la Fuerza Aérea cubierta de cenizas, y la Estación Naval Subic Bay en 1991-1992. Más adelante, activistas surcoreanos lograron obtener el cierre de la inmensa instalación Yongsan en el centro de Seúl.
Por cierto, fueron sólo victorias parciales. Washington negoció subsiguientemente un Acuerdo de Fuerzas Visitantes con las Filipinas, según el cual los militares de EE.UU. reinstalaron tropas y equipos en la isla, y reemplazó la base Yongsan en Corea con una nueva en la cercana Pyeongtaek. Pero esas victorias “que no sucedieron en mi patio trasero” (NIMBY por sus siglas en inglés) fueron suficientemente significativas para ayudar a empujar al Pentágono hacia la adopción de una doctrina militar que subraya la movilidad por sobre la posición. Las fuerzas armadas de EE.UU. se basan ahora en “flexibilidad estratégica” y “reacción rápida” tanto para enfrentar amenazas inesperadas como para encarar la inconstancia de sus aliados.
Por supuesto el gobierno de Hatoyama puede aprender a decir no a Washington respecto a las bases en Okinawa. Por considerar esto evidentemente una probabilidad, el ex secretario adjunto de Estado y ex embajador de EE.UU. en Japón, Richard Armitage, ha dicho que “más vale” que EE.UU. “tenga un plan B.” Pero es posible que la victoria del movimiento contra la base sea sólo parcial. Las fuerzas de EE.UU. permanecerán en Japón, y especialmente Okinawa, e indudablemente Tokio seguirá pagando por su mantenimiento.
Animados incluso por esta victoria parcial, sin embargo, movimientos NIMBY probablemente crecerán en Japón y en toda la región, concentrándose en otras bases en Okinawa, bases en Japón propiamente tal, y en otros sitios en el Pacífico, incluido Guam. Por cierto, ya crecen las protestas en Guam contra el proyecto de expansión de la Base Andersen de la Fuerza Aérea y de la Base Naval Guam para recibir a esos marines de Okinawa. Y esto provoca terror en los corazones de los planificadores del Pentágono.
En la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. empleó una estrategia de salto de isla en isla para acercarse cada vez más al centro de Japón. Okinawa fue la última isla y la última batalla importante de esa campaña, y más gente murió allí durante los combates que en los subsiguientes bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki en conjunto: 12.000 soldados estadounidenses, más de 100.000 soldados japoneses, y tal vez 100.000 civiles okinaweses. Esta experiencia histórica ha endurecido la decisión pacifista de los okinaweses.
La actual batalla por Okinawa sitúa nuevamente a EE.UU. contra Japón, y de nuevo las víctimas son los okinaweses. Pero hay una buena probabilidad de que los okinaweses, como los Na’vi en la gran cinta NIMBY “Avatar”, triunfen esta vez.
Una victoria en el cierre de Futenma y en la prevención de la construcción de una nueva base podría ser el primer paso en un potencial salto de las islas a la inversa. Puede que un día movimientos NIMBY puedan terminar por sacar a los militares de EE.UU. de Japón y de Okinawa. No es probable que sea un proceso fácil, ni es probable que suceda pronto. Pero el kanji está en los muros. Incluso si los yanquis no saben lo que significan los ideogramas japoneses, por lo menos entenderán en qué dirección apunta la flecha de salida.
John Feffer
TomDispatch
John Feffer es co-director de Foreign Policy In Focus en el Institute for Policy Studies y escribe su columna regular World Beat.
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