Los peces: Sensibilidad más allá de la comprensión del captor
Blackie, una carpa dorada moor severamente deformado, a duras penas podía nadar. Big Red, una carpa dorada oranda más grande, sintió la impotencia de Blackie. Tan pronto como Blackie fue introducido en el tanque de Big Red, éste comenzó a cuidarle. “Big Red observa constantemente a su nuevo y enfermo compañero, levantándole suavemente en su ancha espalda y nadando con él alrededor del tanque” informaba un periódico sudafricano en 1985. Siempre que la comida era esparcida sobre ellos, Big Red llevaba a Blackie a la superficie del agua para que los dos pudieran comer. El dueño de la pecera dijo que durante un año Big Red había estado mostrando esa “compasión”. La mayoría de los humanos muestran mucha menos compasión por los peces. Trágica e irónicamente, fallamos en reconocer una sensibilidad en los peces que sobrepasa la nuestra de muchas maneras distintas.
El mundo perceptivo del pez
La sensibilidad del pez a la luz es superior a la nuestra. Muchos peces de las grandes profundidades marinas pueden ver en mayor oscuridad que un gato. Las especies del fondo marino tienen una visión dual. Cuando la oscuridad se acerca, los conos sensibles al color del ojo se extienden mientras que los bastones sensibles a la oscuridad, se alejan en lo profundo de la retina; en el crepúsculo el proceso se invierte. Durante la transición, una habilidad para percibir la luz ultravioleta ayuda a muchos peces; esta luz es suficiente para localizar la silueta de los insectos en la superficie del agua. Cuando un pez está adaptado a la noche, un repentino resplandor (como por ejemplo de un flash) asusta y desorienta al pez, el cual puede huir, quedarse inmobilizado o hundirse. La luz puede también destruir células fotorreceptoras. En la mayoría de los peces, las papilas gustativas salpican sus labios y morros así como sus bocas y gargantas. Muchos de los que se alimentan en los fondos también tienen sensores gustativos justo encima de las extensiones finales de la pelvis o pelos gustativos en la barbilla que actúan como lenguas externas. Cubiertos con cientos de miles de sensores gustativos, el pez gato puede degustar alimentos a cierta distancia. ¿Cómo es la sensibilidad de los peces a los olores? El salmón puede emigrar miles de millas y, años más tarde, reconocer el olor de su arroyo. Las anguilas americanas pueden detectar alcohol en una solución de una fuerza comparable a uno entre mil millones con una gota en 87.000 litros de agua (como el largo de una piscina de natación). A través del olor solamente, algunos peces pueden conocer la especie de otro pez, su género, receptividad sexual, o identidad individual. Los peces reaccionan fuertemente al contacto táctil. En los noviazgos, suelen rozarse suavemente uno contra otro. Las grabaciones del laboratorio marino Narragansett han revelado que los petirrojos de mar ronronean cuando son acariciados. El fotógrafo subacuático Ricardo Mandojana se ganó la amistad de un pez judío inicialmente cauteloso tras rozar ligeramente la frente del pez. Meses más tarde, el pez, aparentemente deseoso de ser acariciado, se acercó a los alrededores del buceador. Con cientos de sensores eléctricos en su piel, los peces de muchas especies detectan la forma de los campos eléctricos que ellos generan. Un objeto menos conductivo que el agua, como por ejemplo una roca, lanza una sombra sobre el campo; un objeto más conductivo, como una presa, crea un punto brillante. La imagen eléctrica del pez incluye la localización del objeto, forma, rapidez, y dirección del movimiento. El pez eléctrico también “lee” otras descargas, la cuales varían dependiendo de la edad del emisor, la especie, identidad individual e intenciones (por ejemplo, cortejos o desafíos). Un pez macho asegura su dominio con una rápida sucesión de descargas; su rival potencial cede a ellos guardando “silencio”. Con señal eléctrica o sin ella, muchos peces sienten la electricidad generada por todos los seres vivos y, de este modo, detectan presas escondidas en gravilla o en arena. Algunos tiburones, según ha indicado el neurocientífico Theodore Bullock, pueden percibir una descarga eléctrica de fuerza y distancia equivalentes a una luz de flash de una batería de 1.5 voltios y a una distancia de más de 900 millas.
La capacidad de los peces para sufrir
En concordancia con sus otras sensibilidades, los peces sienten, sin ningún género de dudas, estrés y dolor. Perseguidos, confinados o amenazados de otros modos, reaccionan como lo hacen los humanos al estrés: con aumento del ritmo cardíaco, respiratorio y de liberación hormonal de adrenalina. Sujetos a condiciones adversas prolongadas tales como la masificación o contaminación, sufren deficiencias inmunológicas y daños en sus órganos internos. Tanto bioquímica como estructuralmente, el sistema nervioso central de los peces se parece enormemente al nuestro. En los vertebrados, las terminaciones libres de los nervios registran dolor; los peces poseen estas terminaciones nerviosas en abundancia. Los peces también producen encefalinas y endorfinas, sustancias de tipo opiáceo que se sabe que combaten el dolor en humanos. Cuando están heridos, los peces se retuercen, jadean y muestran otros síntomas de dolor. Los peces sienten, definitivamente, miedo, el cual juega un papel importante en la evitación aprendida. Una vez que los pececillos de río han sido atacados por un lucio, o simplemente ven a otros pececillos de río ser atacados, huyen inmediatamente al olfatear al lucio. Habiendo experimentado el ataque de un tiburón, los peces huyen al escuchar el sonido de sus afilados dientes. Las grandes bocas de las lubinas, según las demostraciones del investigador R.O. Anderson, aprenden rápidamente a evitar los anzuelos simplemente viendo otras lubinas que han picado en él. En cientos, quizás miles, de experimentos, los peces han realizado tareas para evitar las descargas eléctricas. Numerosos experimentadores han reconocido inducir miedo en peces. Entre sus “observaciones de la conducta de los peces que fueron sometidos al miedo”, el psiquiatra Quentin Regestein afirmó, "un pez asustado puede arrojarse hacia delante, ponerse con el lomo hacia arriba, dar vueltas alrededor, o puede simplemente mostrar su debilidad cuando la situación se convierte en insoportable.” Los peces lloran por dolor y por miedo. Según el biólogo marino Michael Fine, la mayoría de los peces que emiten sonidos "vocalizan" cuando son pinchados, asidos o perseguidos. En experimentos de William Tavolga, el pez sapo gruñó cuando recibió una descarga eléctrica. Y aún más, pronto comenzaron a gruñir a la mera vista de un electrodo. |