Respeta lo que cada uno es, sugiere, impulsa y provoca,
pero nunca hagas lo que cada quien debe hacer por sí mismo.
No obligues a nada, porque sólo es posible que salga lo mejor de cada uno
cuando es el corazón el que guía, no el miedo ni la obediencia,
sino el amor y la cooperación.
Baila con la vida en un baile en el que no hay ni predeterminación
ni libre albedrío absolutos;
en el que no es posible quedarnos quietos, porque si no, no hay baile,
y en el que lo mejor es seguirle el paso y el ritmo, porque si no, no hay gozo,
sólo una lucha estéril contra el fluir y la alegría de la vida.
Ten fe en la vida, en que todo siempre está bien a pesar de las apariencias
y en que todo tiene un sentido.
Fe en el ser humano, en su poder y en su amor.
Fe en que somos más de lo que vemos
y fe en lo que no vemos.
Fe en que los propósitos de la vida son los nuestros.
Estar en el camino nos hace seres en proceso.
Pasos buscando sus pasos sabiendo que el rumbo es ese, el día a día,
el golpe a golpe, los múltiples actos creativos que diariamente presenciamos
cuando la experiencia deja de ser un acto repetitivo y neurótico.
Sin destino final, sin meta, sin fatalidad, nos queda simplemente el peregrinaje,
la jornada, la danza, el movimiento, el deseo profundo que nos impulsa.
Es una forma mucho más gozosa, vital y abierta a lo imprevisto, a lo desconocido.
Sabemos que el camino es la meta y que no podemos desligar medios y fines..
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