Como el filo de una cuchilla
"Entre las orillas del dolor y el placer fluye el rio de la vida. Sólo cuando la mente se niega a fluir con la vida y se estanca en las orillas, se convierte en un problema. Fluir quiere decir aceptación –dejar llegar lo que viene y dejar ir lo que se va. No desee, no tema, observe cómo y cuándo sucede, puesto que usted no es lo que sucede, usted es a quien le sucede."
“Yo Soy Eso”, SRI NISARGADATTA MAHARAJ
¿Cuánta intensidad de presencia es necesaria para aprehender ese instante que se ha esfumado fugaz cuando apenas si me había hecho consciente de su existencia?
Percibo su eco en el aire ya convertido en recuerdo y me doy cuenta de que se me ha escurrido como el agua, como el humo.
¿Cuán real me tengo que volver para que todo sea real?
¿Qué fuerza hará que el tiempo se detenga y devenga todo un presente eterno?
Pero no, mi atención se pega a ese acontecimiento que dibujó sus contornos con más fuerza y lo intenta atrapar convirtiéndolo en imagen sólo existente en mi memoria.
Y así construyo mi sueño y me alejo más y más de la realidad.
El pensamiento no es más que ese polvoriento archivo de imágenes a las que me aferro y que me ocultan la intensidad de la existencia.
Como ese ojo que va saltando de detalle en detalle del entorno que discurre ante él, incapaz de percibir el puro movimiento. Así transcurre nuestra vida, disecamos instantes para saborear su aroma viejo; construimos sueños en un intento vano de fabricarnos el perfume de un momento temido o anhelado. Mientras tanto, deslizándose por un cauce tan fino como el filo de una cuchilla, transcurre a nuestro lado la vida.
Y es que para vivir el presente continuo, hay que dejar que todo se vaya, abandonarlo todo segundo a segundo. Renunciar a ese beso tan hermoso, esa mirada que inundó mi cara, ese rayo de sol entibiando mi cuerpo. Todo debo perderlo para tenerlo todo.
En el momento en que desapareciste de mi mirada, me di cuanta de que ya eras recuerdo. Y ese recuerdo, sueño en el que podía desaparecer. Al mismo tiempo, me di cuenta de la cadencia de mis pasos acariciando el asfalto de una calle salpicada de sol. Aparecía de nuevo el presente.
Renuncié a tu recuerdo para tenerme a mí.
Me acuesto en mi cama, las luces ya apagadas y yo sumergida en la penumbra. Enton-ces aparecen tus besos como mariposas nocturnas rodeando mi cara.
Noto mi corazón latir; descubro el peso de mi cuerpo y la energía hormigueando en mis contornos. De nuevo la fuerza del presente borra mi sueño de besos alados y secos.
Un ciudad ajena, un café de espacios iluminados, un torso rotundo y pleno coronado de blanquísimos cabellos. Percibo su mano recorriendo un papel en finísimos trazos. No veo su rostro, no sé nada de él, pero llega hasta mí la clara certeza de que ese es un ser hermoso.
Mi mirada posada en su espalda llama a su mirada y por un brevísimo instante se produce el encuentro.
Vuelve él a sus escritos y yo a mi lectura.
Al marcharse nos saludamos como viejos compañeros. De mis labios se desprende una sonrisa de reconocimiento.
Un retazo de vida que ya se esfumó.
Lo deposito en este papel para que no me impida volver al presente.
Carmen Vázquez