Retrato de una Madre.
de Monseñor Ramón Jara.
"Hay una mujer que tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados.
Una mujer que siendo joven, tiene la reflexión de una anciana; y en la vejez, trabaja con el ardor de la juventud.
Una mujer que si es ignorante, descubre los secretos de la vida con más acierto que un sabio; y si es instruida, se acomoda a la candorosa simplicidad de los niños.
Una mujer que siendo pobre, se satisface con la felicidad de los que ama; y siendo rica, daría con gusto todo su tesoro por no sufrir en el corazón la herida de la ingratitud.
Una mujer que siendo vigorosa, se estremece con el vagido de un niño; y siendo débil, se reviste con la bravura de un león.
Una mujer que mientras vive, no la sabemos estimar porque a su lado todos los dolores se olvidan; pero después de muerta, daríamos todo lo que somos y todo lo que tenemos por mirarla sólo un instante, por recibir de ella un solo abrazo, por escuchar un solo acento de sus labios.
De esta mujer no me exijas el nombre, si no quieres que empañe con lágrimas esta página... porque ya la vi pasar en mi camino.
Cuando crezcan tus hijos, léeles esta página y ellos cubrirán de besos tu frente, y les dirás que un humilde viajero, en pago del suntuoso hospedaje recibido, ha dejado aquí para ti y para ellos, un boceto del retrato de una madre"
Monseñor Ramón Ángel Jara, nació en Santiago de Chile el 2 de agosto de 1852. Comenzó sus estudios con los padres franceses en el Colegio de los Sagrados Corazones de Valdivia y en 1862 se incorporó al seminario conciliar de Santiago, donde alcanzó el grado de bachiller en humanidades. Posteriormente ingresó en la Universidad de Chile para seguir la carrera de leyes, pero en 1874 abandonó dicha carrera porque decidió ser sacerdote. Recibió la ordenación sacerdotal el 16 de septiembre de 1876. Llegó a ser el quinto obispo de San Carlos de Ancud y también el quinto obispo de La Serena. Se distinguió por su gran elocuencia, lo cual le valió los títulos de “Primer orador eclesiástico de Chile”, “Primer orador católico del siglo”, “Cisne de la elocuencia sagrada” y “El Crisóstomo chileno”. Falleció en la ciudad de Serena el 9 de marzo de 1917 siendo sepultado en la catedral diocesana.