GRACIAS SEÑOR POR MIS AMIGOS
Jesús, gracias por mis amigos!
Cada uno de ellos
es para mí un verdadero tesoro (cf Si 6,14).
Amar es la cumbre de la actividad humana.
Pero que el amor exista
de manera recíproca y simultánea
entre dos personas
es casi un milagro:
¡el milagro de la amistad!
Milagro que me has concedido, Jesús,
gozar con cada uno de mis amigos.
Gracias porque no he ido yo a buscarlos ávidamente
ni me he sentido cazado por ellos;
sino que tú has querido
que las sendas de nuestras vidas se cruzaran,
y has realizado para nosotros el milagro de la amistad.
Te doy gracias por ellos;
tú me los has regalado como amigos.
Gracias por el don
que cada uno es para mí;
y porque con sencillez y gratitud
me reciben a mí como regalo.
Te agradezco, Jesús, todo lo que me has querido dar
a través de mis amigos.
Gracias porque mediante ellos
tú has querido recibir mi pobre don,
y al amarlos a ellos te amo a ti (cf Mt 25,40).
Al estar contigo en soledad, mis amigos me acompañan;
al convivir con ellos, tú estás entre nosotros (cf Mt 18,20).
En cada amigo te encuentro a ti.
Un amigo: ¡qué tesoro!, ¡qué regalo!
Gracias, Jesús, por mis amigos,
a los que tanto quiero, valoro y admiro;
por quienes me siento tan amado.
¡Cuánto me han enriquecido mis amigos!
Uno me ha enseñado la bondad y la llaneza;
otra, la sencillez y el amor a los pobres;
otro me ha comunicado su alegría —un poco loca—
y sus anhelos de responderte;
otra me ha enseñado el silencio, la oración
y la confianza en ti, Jesús.
Otro me ha lanzado a querer incendiar al mundo con tu Espíritu;
otra me ha hecho descubrir a tu Madre, ¡mi Madre!,
me ha conducido a dejarme amar por ella,
y me ha impulsado a amarla
y a trabajar para que otros la amen.
Otra me ha transmitido el gozo de pertenecerte por completo;
uno más me ha dado ejemplo de lo que es desgastarse
por instaurar el reino y liberar al hombre;
otra me ha motivado a seguirte por el camino de la cruz;
otro me ha contagiado su amor
—osado y tierno, vehemente y delicado— hacia ti, Jesús.
Gracias, Jesús, porque la presencia del amigo
llena de gozo mi corazón.
¡Qué cierto: la amistad es una fiesta!
Cada encuentro con uno de mis amigos
es una dosis de esperanza.
Te doy gracias porque ellos me aceptan como soy;
y también por las correcciones y confrontaciones que me han hecho,
que, incluso si a veces han sido dolorosas,
han provocado en mí el deseo de ser mejor.
«Dios es amor», nos ha dicho el apóstol (1Jn 4,8);
pero más precisamente todavía:
Dios es amistad.
Por eso en la amistad
he podido experimentar —al menos parcialmente—
lo que tú eres, Dios mío.
Te doy gracias, Jesús,
porque me has revelado tu intimidad.
No quieres que sea esclavo ni siervo
sino ¡amigo! (cf Jn 15,15).
¡Yo, tu amigo; y tú, mi amigo!
Te doy gracias por todo,
pues todo lo he recibido de ti.
Pero por lo que te estoy más agradecido
es porque me has hecho partícipe de tu dimensión filial:
tu Padre es mi Padre,
y tu Madre, mi Madre.
Como tú, me siento amado con amor paterno y materno;
al igual que tú, los amo con un corazón de hijo.
Mi Jesús,
tú me amas, yo lo creo;
quiero amarte, tú lo sabes.
Jesús, amigo mío:
gracias, gracias.
DE LA RED
*LAYLA*
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